Entrevista a Bartolomé Leal
Por: Ana Rodríguez
Es ingeniero civil industrial, tiene un doctorado en economía en la Sorbona, fue treinta años consultor y funcionario de la ONU. Su ocupación actual: escritor de novela negra. Bartolomé Leal, 66, chileno publicado en Bolivia, armó
su material literario gracias a los viajes.
Vivió en Nairobi y en Panamá y estuvo en Kosovo durante la misión de paz. En
Bolivia fundó junto a otros intelectuales la revista Ramona, del diario Opinión,
donde mantuvo las columnas “Cuentos & Cuentistas” y “Memorialistas & Viajeros”. Practicó también la crítica de cine y de cervezas. Ha publicado seis novelas,
todas en Bolivia, aunque también aparece en una antología de cuentos en Chile,
y tiene ediciones en España y Alemania.
En Chile, dice Bartolomé Leal, nunca lo han pescado. En Bolivia, Leal ha conocido a muchos escritores y forjado grandes amistades. La literatura boliviana, dice, le parece muy interesante. Mucho más que la chilena. Realmente toca los temas calientes del país. Es muy distinta a la chilena, que anda muy preocupada de la mamá, de la impotencia. Si bien reconozco que no la he leído mucho y que puedo estar equivocado, la encuentro bien fome. No los veo embalados con los grandes temas. Si alguien me dice “yo quiero conocer Chile”, ¿qué novelistas le puedo recomendar? No se me ocurre ninguno, salvo que sea muy antiguo. En cambio, en Bolivia hay autores muy poderosos. La Paz es una ciudad alucinante en el sentido literal, porque a esa altura, cuatro mil metros, el cerebro empieza a funcionar de otra manera, si es que antes no te mueres con la altura.
¿Por qué crees que la literatura chilena no está enfocada en los grandes temas?
-Por el modelo de sociedad que se ha ido desarrollando. Esta revista es un
poco una respuesta a eso, una respuesta crítica a esa especie de reverencia al
modelo que impuso la dictadura y que la Concertación desarrolló. Que en este
gobierno de derecha continúa y que cuando vuelva la Concertación va a seguir siendo más o menos igual. Esa suerte de conformismo ligado tal vez a un cierto avance económico. Tal vez las sociedades que están en conflicto, donde hay más sufrimiento, generan literatura más interesante. Es el caso de Haití, que tiene una poderosa literatura, escritores heroicos que viven allá, que no se han ido al exilio, que publican allá mismo o en Canadá o Francia.
¿Por qué dices que acá no te han pescado?
-A lo mejor porque soy malo. No sé. Mi novela Morir en La Paz, de 2003, publicada en España y que reeditamos para Bolivia recién, es un clásico dentro de las novelas sobre La Paz. Tengo la impresión de que por las temáticas mías no me pescan. Mis novelas, situadas en África, Bolivia, Perú, entre Lima, el Cusco y el lago Titicaca, aquí a nadie le interesaron. Thrillers que ocurren en el mundo andino y que tienen mucho que ver con el paisaje.
Es que acá hay ciertas ideas sobre los países vecinos.
-Hay ideas preconcebidas y fijas. Chile es un país muy aislado, más aislado que
Bolivia en muchos aspectos. Muy provinciano. En realidad no me importa, no tengo
ninguna desesperación en ese aspecto. Esta es la primera vez que me entrevistan
en Chile. Tengo una serie publicada con un seudónimo a dúo con otro amigo escritor eventual. Sacamos tres novelas en su momento, transcurrían en Papudo, Cachagua y Santiago. Muy centradas en temas chilenos. Eso lo publicamos con una
editorial chiquitita que ya desapareció. Ahí tuvimos algún apoyo con ese libro y
se lo debo a Germán Marín, que en ese momento se lo entregó a varios críticos:
Mariano Aguirre, Carlos Ossa. Alguna gente los comentó bien. En La Segunda me sacaron la cresta, un crítico opus dei que prefiero no nombrar. Ahí me masacraron, pero no importa.
LAS LÍNEAS DE BOLIVIA
Esto de que Chile es un país muy provinciano, ¿cómo es vivirlo en Bolivia, hay predisposiciones?
-Bolivia es un país complejo. Evo Morales le cambió ahora el nombre al país, ahora se llama Estado Plurinacional Democrático Participativo. También hay una élite muy racista, como en todas partes. En Chile también la hay, pero no saben muy bien de qué hablan. He escuchado a algunos chilenos decir que hubieran preferido que llegara gente de Yugoslavia o Rusia. La verdad es que en los grupos en que yo he estado trabajando en Bolivia como consultor en temas de desarrollo, y en el trabajo literario con el mundo editorial, no existe este tema étnico. Se crea una hermandad donde no he sentido rechazo. Además que si me sale un racista yo le rehúyo en cualquier parte. Mi inserción ha sido siempre
muy rica, muy interesante. Trabajar en Kosovo sí que fue raro, durante más de un año, con una guerra civil interna por motivos raciales y religiosos. Con una violencia inimaginable. Tengo una novela terminada que se llama Ángeles en el Kosovo, son manuscritos de 350 páginas. Nunca he encontrado editor y nunca voy a encontrar acá.
¿De qué manera los viajes que has realizado influenciaron tu obra?
-He elaborado algo que en realidad no es invento mío, sino de los críticos franceses. Un concepto que se llama el Polar Ethnologique. Polar le llaman a la novela policial. Yo hago una novela policial que se ocupa de estos mundos, muchas veces asociados a conflictos económicos, situaciones de colonialismo, dependencia, explotación, luchas tribales. Fue muy entretenido en Kenia, donde estuve como cuatro años, ver cómo se va formando un país. Nairobi es una ciudad que se fundó recién por el año 1900, era en realidad un paso hacia Uganda, y ahí empieza a llegar gente de distintas tribus, con distintos idiomas y creencias religiosas. Es interesante ver cómo se forma esa nacionalidad a partir de cosas que para nosotros son misteriosas. Chile es bastante homogéneo desde el punto de vista racial y cultural, y en cambio estos otros lugares no.
¿Qué opinas de la clásica demanda de “mar para Bolivia”?
-Para ellos es un tema bien complejo y permanente, un tema bien manipulado por los políticos, porque a mí nunca me ha tocado una situación -ni siquiera estando entre borrachos- en que digan “ahí está el chileno, saquémosle la chucha porque nos quitó el mar”. Nunca. Pero el tema está presente en mucha gente, eso sí, se los enseñan desde pequeños. Siempre lo he conversado con ellos, les he dicho a mis amigos que dificulto que Chile le vaya a devolver el mar a Bolivia, que no se hagan ilusiones. Con argumentos éticos o de solidaridad continental, o argumentos políticos, es muy difícil. Aquí hay apoyo a la reivindicación marítima boliviana, muchos le damos el apoyo, yo creo mucho en la posibilidad de la integración. Sobre todo tenemos mucho que aprender en la parte cultural. Bolivia es un país con una riqueza cultural ancestral mucho más interesante que la nuestra. Allá funcionó el imperio del Coyasuyo, después sumido por el imperio incaico, por lo que tiene elementos culturales muy ricos, y arqueológicos. En Chile tenemos San Pedro de Atacama, que está transformado en un mall. Chile debería devolver el mar, aunque las dificultades son muy grandes.
Hay harta jugada política sin mucho rumbo en ese tema.
-Sí, ellos siempre están sacando el tema, jugando con él, inventando esloganes,
qué sé yo. Todo eso se va cerrando cuando Carlos Mesa inventa el “gas por mar”. Ese tipo, un gran intelectual, un historiador, un crítico de cine -creo que es el único crítico de cine que ha sido presidente de algún país-, él cerró el tema. Evo Morales fue un poco más positivo, es más inteligente, se abraza con la Bachelet, “casémonos” le decía. Piñera también. Evo Morales, que tiene mucha oposición interna, pero también mucho apoyo, hay que reconocer que le ha dado una estabilidad a Bolivia como nunca antes. Bolivia es un país de regiones, no es como Chile que es una cosa larga donde Santiago es lo único. Allá tienes Santa Cruz, el mundo andino con La Paz y el mundo de los valles en Cochabamba, con una gran tradición cultural. De Cochabamba era la Tía Julia de Vargas Llosa. Y si no me equivoco también la esposa de José Donoso. Pero chilena: me acuerdo que en la biografía que ponía la señora decía “nacida en Cochabamba pero inscrita en el consulado de Chile”. Un toque fino. Esas diferencias regionales, incluido el Amazonas, lleno de indígenas, en pelotas, con así unas jetas, son mundos distintos, los mundos que yo trato en mi folletín del asesino en serie. Esas diferencias regionales y esos distintos poderíos económicos, cuando hubo la gran crisis de Evo, en que varias regiones se le levantaron y amenazaron con escisiones, sirvió para consolidar la economía regional y así surgir.
En el tema de la integración, sobre todo indígena, la experiencia boliviana es bien distinta de la chilena.
-Absolutamente. Sobre todo en los últimos tiempos. Allá hay mucha preocupación
por darle espacio a la gente que tiene menos posibilidades. Acá hay una idea tan mercantilista de que todo tiene que tener rentabilidad, si no, no se hace.
Es tan burdo.
Otro clásico tema de Bolivia es la coca.
-Es importante en Bolivia porque es una planta sagrada. Esa larga tradición de mascar la coca y utilizarla en rituales muy antiguos ellos nunca la han abandonado. Tienen la economía campesina cocalera, que es la coca legal, que hay que diferenciarla de la coca ilegal. La coca legal está limitada en cuanto a su espacio, número de producción, etc. En esto han tenido conflicto con Estados Unidos, que ha estado tratando de acabar con el tráfico, pidiendo cada vez mayor grado de ilegalidad de los cultivos de coca. Hay un alto volumen de la coca ilegal, que es la que se produce para la fabricación de cocaína, aunque el centro ahora se ha trasladado a México y Colombia. Esta novela (Morir en La Paz) tiene que ver con ese tema.
¿Cómo?
-Indirectamente, porque se trata de una venganza, unos sicarios norteamericanos llegan a Bolivia a ejecutar a un personaje. A mí, que he ido muchas veces a Bolivia y que tengo muchos amigos allá, nadie me ha estado ofreciendo una línea de coca para amenizar la fiesta. Pero hay una economía. Bolivia tiene muchos lados ocultos, misteriosos. Todo el mundo sabe que hay una suerte de economía de la cocaína. Gran cantidad de recursos que están ocultos, pero presentes en ciertas zonas. También hay un concepto interesante que es lo que llaman la” nación clandestina”.
¿Que sería cuál?
-Una nación aymara que subyace, que tiene su lenguaje y sus ritos. Esta novela culmina en uno de los festivales religiosos más importantes de Bolivia, que se llama “la fiesta del gran poder”, una gran procesión que se inicia en el alto y desciende hasta la ciudad. Es una vieja tradición aymara que se toma la ciudad, que desciende. Hay elementos sincréticos de mezcolanza de elementos muy indígenas con una cuestión religiosa.
Fuente: The Clinic