11/04/2016 por Marcelo Paz Soldan
Carlos Rimassa y su humanismo espiritual

Carlos Rimassa y su humanismo espiritual

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Carlos Rimassa y su humanismo espiritual
Por: Iván Castro Aruzamen

Sobre la vida y obra del pintor y poeta, Carlos Rimassa, a cinco meses de su muerte- ya muchos de sus amigos y quienes lo apreciaron mucho, han tocado todos los aspectos de su quehacer artístico, en suma, de toda una vida dedicada al arte. A manera de colación, nada más quisiera pegarle una pincelada a la concepción de arte que compartimos con Chaly: el arte tiene muchas verdades a diferencia de la ciencia que solo tiene una. De ahí la ventaja del artista sobre el científico.
Pero, como compañero de trabajo, y, al mismo tiempo, un chico, como solía llamarme y tras largas e incansables charlas sobre diversos aspectos de la vida, desde los cotidianos hasta los más enrevesados temas de la literatura o la política, quiero destacar una dimensión fundamental en la vida de Chaly Rimassa, que yo denominaría, su profundo humanismo espiritual.
Cuando el existencialismo se puso en boga, a mediados del siglo XX. Y J. Paul Sartre, Albert Camus o Simone de Beauvoir irrumpieron en el mundo del pensamiento occidental con la premisa de que debíamos los seres humanos, hechos para la muerte, comprometernos con la existencia para dar sentido a la vida, no cabe duda, que Chaly bebió mucho de esta postura filosófica al punto que se la tomó en serio, y fue uno de los timones y norte que guió su vida. No creo equivocarme, que esta postura sartreana y su existencialismo ateo, lo condujo a vivir en un ateísmo militante. A pesar de que reconocía haber pasado por algunos aspectos del cristianismo, sobre todo en su época de formación escolar, como estudiante del colegio Don Bosco. La rigidez de los salesianos que regentaban por esa época, le llevó a mirar la catequética salesiana de manera crítica. Era una catequesis triunfante, fanatizada, y que pretendía imponer la fe por la fuerza. Esta experiencia de un régimen cristiano completamente divorciado de la realidad, posteriormente, le impulsó a abrazar el ateísmo. Su apego y vivencia atea, lo mantuvo hasta el final de su vida, pero no con la mismo entusiasmo de sus primeros años; a pesar de ello, no cambió, por muy fuertes que fueran los argumentos en contra del ateísmo de finales del siglo XX, sin mucho éxito en estos lados, donde la espiritualidad cristiana inculturada está extendida por todo el continente, pero, no así en la Europa cristiana que día a día va dejando de ser un referente del cristianismo mundial; por el momento más bien ha puesto sus ojos en lugares tan lejanos como el Asia, el África o Oceanía.
Chaly Rimassa, estaba absolutamente consciente de que al ateísmo tenía un alma o que era posible vivir una espiritualidad sin Dios. Si bien fue educado en el cristianismo y no se llevó un buen recuerdo, no por eso, guardaba resentimiento o amargura, sino todo lo contrario, me contaba que, en su periplo por el oriente como trabajador de la Estándar Oil, se encontró con misioneros viviendo en lo más profundo de la selva y de manera precaria, por eso mismo admiraba esa entrega, pero que él no hubiera sido capaz de hacerlo. Conservó de esos años piadosos, su moral y sensibilidad por el otro. Creo que en su caso, el ser ateo no era sinónimo de ser amnésico. Para Chaly la humanidad es una, por eso sostenía que los problemas no cambiaban, a pesar de las diferencias; así, odiar o amar es común al género humano; para Chaly, no era posible pensar, por ejemplo, que el norteamericano no era un ser extremadamente egoísta y en cambio el asiático o el latinoamericano, sí. A lo largo de su vida y muestra de ello es su pintura como su poesía, intentó responder a tres peguntas importantes: ¿Podemos los seres humanos prescindir de todo tipo de religión? ¿Existe Dios? ¿Qué tipo de vivencia de lo sagrado puede ofrecer alguien que ha negado la existencia de Dios, pero no de lo sagrado o lo indecible? De ahí que su vida estuvo acompañada de una profunda espiritualidad o vivencia del misterio, de ese misterio que está más allá de lo humanamente es posible poder comprender.
¿A qué denomino, humanismo espiritual? A toda postura personal que niega la existencia de Dios, pero no renuncia al misterio de las cosas y su inefable ser y aparecer en el mundo para ser descubiertas o tomadas, o ser poseídas por la sensibilidad de los sentidos. Y Chaly lo experimentó de manera privilegiada a través del arte. Y en su caso específico, en su pintura y la caricatura. Si uno se detiene en los cuadros de Chaly y observa todo el trasfondo de sus colores y formas, el ser humano es casi una ausencia obligada, pero no por ello, una negación de la condición humana. En la estética de Chaly, el ojo humano es un sentido privilegiado, porque a través de la mirada trata de penetrar en la sacralidad de las cosas; por eso detrás de los colores ocres y grises que pueblan sus paisajes, está la luminosidad de lo real en las cosas, que no es a simple vista percibida por el ojo humano. De esta percepción de lo real en las cosas o la incursión en lo indecible, brotaba la espiritualidad tan humana en Chaly. ¿Cómo se manifestaba en la vida de Rimassa este humanismo espiritual? Su largo camino al lado de los niños y su profunda lealtad hacia los amigos. Los niños fueron de una u otra manera el motor de su alegría y, al mismo tiempo, inocencia. Su alma, pues solo ahora en la distancia de su muerte, caigo en la cuenta, que nadie se animaría a afirmar, que los ateos no tengan alma. No. Chaly poseía un alma abarrotada del resplandor de lo real en las cosas que observaba y lo vaciaba en los niños. Y otro modo de vivir ese humanismo espiritual, fue su total convencimiento en la capacidad humana. Chaly creía profundamente y con una fe antropológica envidiable en el otro. Recuerdo que consideraba a la mayoría de los escritores que le rodeaban, amigos y enemigos, escritores malos y hasta, como solía el decir, malos con ganas, pero, no por eso dejó de creer en ellos; admiraba la constancia, la valentía, el esfuerzo tan innato en la especie humana. Para mí, fue por un lado, una tortura interior, escuchar su sincera confianza, por ejemplo, sobre mi manera de escribir; me recriminaba amablemente mi incursión en la teología o la filosofía; a la primera la consideraba, comteanamente, como expresión de la infancia de la humanidad. Y a la filosofía como vagas incursiones en la fantasía, por lo que la literatura llevaba todas las de ganar. Su humanismo espiritual se alimentaba todos los días de su pasión por la literatura.
Lector incansable. Esta cultura de la lectura en la vida de Chaly, le permitió ser crítico consigo mismo y con los demás. Su pregunta, qué libro estás leyendo, no era sino una manera de comunión espiritual con los otros, un acercamiento a las raíces de la experiencia humana de vivir, porque la literatura es el único espacio real donde lo humano adquiere libertad, se hace libertad para morir a la superficialidad de lo efímero. No posee las cosas quien pone todo su empeño en hacerse con ellas, sino el que se separa de las cosas y busca el resplandor de lo indecible, mientras más se aleja de ellas. Cuando más lejos estamos de las cosas es cuando más las poseemos. No puedo afirmar que Chaly fuese amado, pero si, que en su humanismo espiritual, amó y vivió en el amor, parafraseando al gran nicaragüense, Ernesto Cardenal.
Esta es mi manera de decirle adiós a Chaly, recordando cómo vivió su espiritualidad sin Dios. Su paso de un ateísmo militante y rígido hacia ese humanismo espiritual de sus últimos años. Jacques Derrida, dice que la palabra adiós, en francés, tiene tres significados: cuando dos personas se encuentran, o cuando se despiden, y finalmente, se dice adiós, a quién no se volverá a ver nunca más. Yo utilizo las dos últimas para decir adiós a un amigo y maestro, Chaly Rimassa.
Fuente: Puño y Letra