Por Martín Zelaya
La idea de hacerle a alguien dos veces la misma entrevista suena de entrada a un sinsentido. Pero siempre hay matices y variables que hacen de propósitos aparentemente insulsos, nuevas oportunidades para disfrutar de un prodigio.
Hace justo ocho años, en octubre de 2015, entrevisté a Luis H. Antezana J. en Cochabamba a propósito del doctorado honoris causa que le iba a conferir pocos días después la Universidad Mayor de San Andrés. Esa entrevista publicada inicialmente en el extinto suplemento LetraSiete y luego remozada y ampliada para El Duende (https://elduendeoruro.com/2021/02/10/cachin-antezana-y-la-extrema-habilidad-posible/) tuvo un buen destino y amplia repercusión en otros medios[1], gracias a la generosidad de Cachín que no se guardó nada a la hora de recordar y compartir experiencias de vida en una detenida cronología.
El homenaje especial a Antezana en la Feria Internacional del Libro de La Paz de este año volvió a traer, en agosto pasado, una inmejorable oportunidad para el diálogo. ¿De qué hablar sino otra vez de su larga trayectoria, cuando el motivo es precisamente un homenaje a la obra de vida?
Aunque mucha información ya fue dicha, la memoria y los vastos recursos de Cachín generan un material fresco y plenamente disfrutable tanto para quienes se acerquen ahora por primera vez, como para quienes recuerden el texto referido.
Tras dudar mucho y apenas superar el pudor, la noche del 12 de agosto me fui a la sala Adolfo Cárdenas del campo ferial Chuquiago Marka con una hoja de apuntes en la que se reflejaba casi fielmente todas las preguntas de la anterior charla. El resultado, como quedó adelantado, es sorprendente. Más allá de las suculentas respuestas, bastaría quedarse con algunos resaltados (que van acá en negrita), frases escogidas por su riqueza a varios niveles, que dimensionan la sabiduría de Antezana.
– Una vez contaste que uno de los primeros hechos concretos en tu memoria, es de una vez en que te compraste un libro de Salgari con el dinero que tenías para un texto escolar.
Yo nací en Oruro pero mi niñez consciente la pasé en Tupiza donde hice los primeros cuatro años de la escuela. A veces suelo decir que mi profesora Betty Inchausti al enseñarme a leer y escribir y a sumar y restar ya me dio toda la profesión de mi vida.
El primer momento en que yo estoy consciente de ser un ser humano, de tener conciencia propia y saber asumir mi responsabilidad, lo tuve cuando fui a una tienda en la que vendían, entre otras cosas, libros. Fue un problema ético como lo definió Spinoza. No había el libro de lecturas que necesitaba en la escuela y vi un libro de un tal Salgari: Los tigres de Mompracem, que costaba casi lo mismo y entonces me dije: “¿voy a casa a pedir permiso para comprar esto, o asumo las consecuencias?”. A los siete años yo ya era un ser humano, ya estaba completo tal como soy hoy en día.
– ¿Qué más recuerdas de esos primeros años?
Mi papá fue a administrar el Teatro Municipal Suipacha, por eso nos fuimos a Tupiza.
Entonces el cine está presente desde entonces. De toda esa parte de un chiquito que está viviendo en un cine de pueblo, me han hecho película, se llama Cinema Paradiso de (Giuseppe) Tornatore. Toda la parte de la niñez y de la gente del pueblo es parte de mi biografía, hasta con las mismas películas, salvo las italianas.
Mi padre siguió trabajando en cine hasta el final de su vida en 1970 y mi abuelo materno fue el primer distribuidor de cine mudo en Bolivia. Y como después mi hermano (Tonchy Antezana) ha terminado de cineasta… entonces creo que es algo que definitivamente caló.
– Nos contaste experiencias iniciáticas con libros y cine, pero creo que en Tupiza también se dio una anécdota fundamental de otra de tus pasiones, el futbol.
Había un changuito de unos 16, 17 años, que jugaba al fútbol como los dioses juegan al fútbol. Maradona y Messi lo imitan a ese muchacho. Era rápido como un rayo, jugaba con picardía, habilidad. No sabía quién era, hasta que mucho después, en los años 50 lo reconocí jugando en el Bolívar: era Víctor Agustín Ugarte.
– Cómo fue tu acercamiento a la literatura y la lectura ya pasada la infancia. ¿Fue en secundaria cuando te convertiste en lector?
En secundaria leí todos los libros que había en casa y lo que todos leemos a esa edad, que si Salgari, que si Julio Verne… que si Los tres mosqueteros, El conde Montecristo…
Hay dos o tres libros que me han marcado para toda la vida. Creo que todo ser humano debería ser marcado por algún libro, y uno de estos es Las mil y una noches: todas las posibilidades de la literatura, en su manera más básica y extraordinaria: Sherezade cuenta sus cuentos para poder seguir viviendo.
Otro libro sale, curiosamente, de la materia de literatura de colegio. La señorita Morató nos hizo leer, como trabajo de cuarto o quinto de secundaria, un libro diferente a cada uno para comentarlo y la lotería fue para mí pues me tocó la Vita nuova de Dante. Es algo difícil de entender: ¡cómo puedes enamorarte para toda la vida de una muchacha que ves pasar! Y luego vas a escribir la Divina comedia solo por ese contacto. Obviamente es un texto que te persigue para toda la vida.
Tuve la oportunidad de estar en Florencia un par de días por la presentación de un libro y me preguntaron “¿qué quieres ver?”. Y, claro, pedí visitar la capilla donde está enterrada Beatriz. Dante la vio una vez en su vida, y escribió la Divina comedia… ¿cómo elegir otra cosa?
Las mil y una noches y Dante… no hay motivación más grande para entender la literatura que esta dos: el amor llevado al extremo y la posibilidad de que no te maten por contar historias.
– Luego de Oruro y con un breve paso inicial por Cochabamba, te tocó vivir en Argentina, donde estudiaste ingeniería. ¿Qué azar hizo que –por suerte para todos nosotros– no hayas terminado siendo ingeniero?
Supongo que debió ser Física III… No, en realidad, fue culpa de Orson Welles y Borges. He crecido con cine y presumía de conocer todo lo que es cine, pero un día vi una película que se llamaba El proceso (dirigida por Welles) y no entendí un carajo. Entonces fui a buscar de qué trataba y me enteré de que estaba basada en una novela de un tal Kafka, la busqué, la leí y no entendí un carajo. Luego llegué a La metamorfosis, traducida y con prólogo de Borges, y así… no hubo forma de parar. La culpa es de Kafka, Orson Welles y Borges.
Dejé Ingeniería, volví y decidí ser maestro de Álgebra y Física y cuando fui a la normal en Cochabamba me enteré de que no podían reconocerme lo avanzado en Matemáticas y que además tenía que tomar otro montón de materias, hasta Educación Física. Igual tenía que hacer todo, así que dije “haré las dos carreras”, y estudié además para maestro de Literatura. Iba a salir con dos títulos, pero me salió una beca de posgrado y así, casi por puro, azar terminé estudiando Literatura, porque yo iba a ser maestro.
– Literatura, cine, fútbol… y también la docencia es algo que siempre está presente.
Sí, desde ese momento. Me ganaba la vida enseñando física a universitarios que preparaban exámenes.
– Volvamos otra vez a la literatura. Siempre hay que volver a la literatura. ¿Recuerdas cuál fue tu primer texto publicado?
Después de un trabajo que le gustó a mi profesora de literatura y lo leyó ante toda la clase, hay que esperar hasta el 78, con un trabajo sobre Estrella segregada, de Cerruto, que publicó Quirós[2] en Presencia Literaria.
Y lo publicó luego de que pasó por la lectura del propio Cerruto. Como yo era un total desconocido, seguro Quirós le dijo “qué te parece esto, Oscar”, y él le dijo: “publícalo”. Luego también le había dicho “dile al autor que cuando venga a La Paz me busqué”. Y así pude conocer a Cerruto, y la primera vez hasta me dedicó un ejemplar de su Obra poética de la Biblioteca del Sesquicentenario.
– Hemos hablado de literatura, cine, fútbol, tu faceta de docente… pero la amistad también es algo fundamental a lo largo de toda tu vida.
Los amigos son una constante en mi vida, tanto que en algunos casos he heredado la amistad de sus hijos, como es el caso de Guido Loayza, que era mi compañero de habitación en La Plata (y sus hijos Álvaro y Diego) y Rubén Varas (y su hijo Julián).
La mayoría de mis amigos están en La Paz y el problema es venir a visitarlos. Eso empezó en 1979 cuando cometí una locura. La Carrera de Literatura de la UMSA me invitó a dictar un semestre y me tocaba estar tres días en La Paz y cuatro en Cochabamba, así que todo lo que ganaba en La Paz lo gastaba en avión.
Todo fue por la idea de enseñar Literatura y fue gracias a Blanca Wiethüchter que me invitó. Pero fue también una buena ocasión para reunirse y trasnochar con los amigos, y así conocía a kenchas y perdularios, con palabras de Álvaro y Diego[3]. Y se volvió ceremonioso: llegaba los lunes y del aeropuerto me iba a cancillería porque tenía reunión con Cerruto, charlábamos hasta mediodía y me iba a almorzar con René Poppe. Los martes siempre almorzaba con Julio de la Vega y me encantaba porque su esposa era experta en hacer postres, además porque hablábamos sobre literatura y música, sobre todo cuando iba también “el Escribidor”[4], Salmón, un experto en tango. Los miércoles tocaba almorzar con René Bascopé. Pero, además, una semana me alojaba en casa de Jesús Urzagasti y otra en la de René Poppe.
Y en la Carrera de Literatura hice amistades tan sencillas como esta… (“¿dónde está mi bastón?, se interrumpe Cachín, y coge el objeto, para continuar). Ahí conocí a un joven Rubén Vargas. Este bastón es el que usaba Rubén después de un accidente y un día me lo regaló María Luisa (su esposa) para que camine seguro en estas calles de La Paz.
Siempre pienso que mi vida ha sido, como dice Kafka, como “un ser hecho de pedazos de hilos”. Mi vida, en cuanto a los amigos, ha sido como una especie de hilos que se han ido enredando, tanto así que la wiphala no se puede ni acercar a la diversidad de amistades que he tejido a lo largo de tantos años y que hoy en día se mantienen.
– Literatura, cine, fútbol, docencia, amistad… también hay que sumarle música. Hablabas de tus charlas de tango en los almuerzos con De la Vega, pero al margen eres un melómano que disfruta la música como pocos, desde Gladys Moreno a Leonard Cohen…
Yo soy casi un sordo musical, lo que se llama un desorejado. He aprendido a disfrutar de la música por frecuencia y repetición y ha sido una permanente compañía en mi vida.
Hay un concepto muy bonito sobre la capacidad que tiene la música para cuidarte; de un círculo de protección de la música: la ronda infantil es lo que más conocemos. La música me ha protegido siempre y la primera gran protección es doña Gladys Moreno.
Todos hemos sido adolescentes, ¿no? Es un problema, una ch’ipa. Es cuando recién estás queriendo ser un ser social (hay gente que aún no ha resuelto ese problema). Es una época de querer surgir, de muchas máscaras que uno se pone para quedar bien con los demás, o con uno mismo. Yo tuve la suerte de oír en mi adolescencia a doña Gladys y luego, gracias a un amigo, a Edith Piaf. Sus cantos me protegieron y aun hoy en día el “Carretero enamorao” me protege.
– Hay muchos grandes escritores bolivianos con los que tuviste un lazo no solo literario sino también de amistad. Pero no solo eso, fue tu trabajo, tu lectura y reflexión sobre su obra lo que los consolidó como referentes y clásicos. Hablemos de algunos de ellos, con esas perspectivas: su obra y tu relación de amistad.
– Jaime Saenz
Cuando lo conocí, Saenz ya era un mito. Si no era por Blanca Wiethüchter quizás no lo hubiera podido entrevistar, pero aceptó y desde entonces empezamos una relación que rápidamente se hizo amistad, al punto que poco después me hizo presentar Felipe Delgado.
Felipe Delgado es una de las obras (de la literatura boliviana) sobre las que más se ha escrito, pero yo podría decir que Recorrer esta distancia y La noche, dos poemas largos de Saenz, se pueden codear con los mejores poemas que ha dado la humanidad.
– Oscar Cerruto
Sinceramente, yo creo que Cerruto es el más grande escritor que ha dado Bolivia. A sus 22 años era un novelista de primera. Aluvión de fuego tienes sus defectos, pero la acabó a sus 23 años y hoy en día sigue entre las novelas fundamentales de Bolivia.
Pero ya a sus 15 años publicaba artículos en el “Boletín Titikaka”, de los hermanos Peralta, junto a (textos de César) Vallejo y otros grandes. Luego escribió Cerco de penumbras (1958) que es casi casi la revolución en medio del realismo que se acostumbraba en la época. Cerruto regala la libertad de la ficción para todos. Algunos dirán, “pero si antes mi abuela me contaba cuentos de ficción”. Sí, pero tu abuela no escribía como escribió Cerruto. Sí había tradiciones orales de fantasmas y duendes, pero nadie las escribía. Él hizo un libro extraordinario. Junto a Sangre de mestizos (Augusto Céspedes, 1936), no sé si alguien logró hacer algo igual, como libros de cuentos unitarios, monotemáticos y de una calidad insuperable.
Por otra parte, la poesía de Cerruto ¡es de una perfección…!. Alguien dijo que después de Cerruto nadie puede escribir mala poesía en Bolivia.
– Carlos Medinaceli
Es otro de mis favoritos. Yo mantengo que Carlos Medinaceli se ha inventado la literatura boliviana. Hay un adagio de Octavio Paz que dice que los libros no hacen la literatura, para que haya una literatura alguien tiene que intentar ordenarla. En el caso de Bolivia, ya lo había intentado Gabriel René Moreno, pero el primero que lo hizo fue Medinaceli, y para mí es el inventor de nuestra literatura.
– Hay dos casos particulares porque no solo son grandes escritores y fueron amigos tuyos, sino que, a diferencia del resto, fueron casi tus contemporáneos: Jesús Urzagasti y Jorge Suárez.
Sí, también han sido grandes descubrimientos a partir de las lecturas. En ambos casos se ve la manera en la que vivo mi profesión, tengo que leer algo que me entusiasme para poder releerlo y estudiarlo, y entre las primeras cosas que me entusiasmaron para escribir está Tirinea. Siempre he admirado la prosa de Jesús, y precisamente lo último que he acabado de escribir, que he estado trabajando por años y por culpa del fútbol no podía acabar, es un estudio sobre De la venta al parque.
De Suárez también me motivó enormemente leer su novela corta El otro gallo, y claro, luego vino la amistad. Son varios casos similares, tanto que ya no sé distinguir si escribo porque me faltan amigos.
– Un último nombre, Adolfo Cárdenas
Ah, el Adolfo… A mí me gustó mucho, mucho, Periférica Blvd. y cuando me pidieron preparar la edición para la BBB dije sí inmediatamente. Me gustó, entonces, conocerlo a fondo al trabajar en esa edición, compartir durante las entrevistas para hacer su bio-bibliografía.
Entonces empecé a revisar su obra, sus cuentos, muchos no los había leído y fue una recompensa. Adolfo tiene una obra atrevida. Hay una cosa bien difícil, que es narrar y escribir la oralidad de un acontecimiento, es algo muy complicado y él lo logra bien.
En este momento de la conversación, tras casi 50 minutos de tener a la audiencia en las manos, Cachín decide cerrar con broche de oro y se inventa un colofón de esos que algunos dirían “apagá las luces y vámonos… no queda nada más que agregar”:
“Hay dos grandes alegrías, que ya están a punto de salir las Obras completas de Cerruto en la BBB. Y otra es gracias a José Antonio (Quiroga, director de Plural editores), ya han salido los tomos de artículos y columnas de cotidianidad política de Rubén Vargas y su poesía completa, preparada por Benjamín Chávez, y ahora tenemos todos sus escritos de décadas de trabajo en periódicos. Como ven, los amigos y la literatura siguen junto a mí, me protegen, como la música”.
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[1] Se publicó en el número 40 (2019) de la revista Decursos del CESU de la UMSS; se reprodujo luego en el portal cultural La Trini (2022), y será incluida en la edición de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia de los Ensayos escogidos de Antezana, actualmente en preparación.
[2] Juan Quirós (1914-1992) Sacerdote y crítico literario, director de Presencial Literaria entre muchas otras revistas.
[3] Los escritores Álvaro y Diego Loayza, hijos de Guido Loayza, amigo de Antezana desde la juventud y reconocido dirigente de fútbol que encabezó a la Selección Boliviana en su clasificación al Mundial EEUU 1994.
[4] Así bautizó Mario Vargas Llosa al dramaturgo Raúl Salmón, en quien basó su personaje en la novela La tía Julia y el escribidor.
Fuente: elduendeoruro.com/