Por Fernando Molina
La anterior semana presenté Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz del crítico Luis ‘Cachín’ Antezana (Plural, 2021). Más bien diré que le di un contexto a esta reciente publicación, que se debe a las artes editoriales de Alfredo Ballerstaedt. Ahora voy a hablar, uno por uno, de los tres reclamos de la obra: juicio crítico, biografía y forma expositiva.
En cuanto al primero, el argumento principal de Antezana sobre la poesía de Saenz es su desdoblamiento en dos contenidos: uno superficial, visible y cotidiano, y otro profundo y escondido. Esta dualidad corresponde con la estructura del mundo, que también está escindido y, por tanto, es bipartito. La misión de la obra poética es desentrañar el secreto que se esconde tras lo visible, trabajando, paradójicamente, en el nivel de lo visible. Tal es la tensión en Saenz. Llegar a lo profundo a través de lo que por definición no lo es, porque está ‘a ojos vista’.
Esta misión trasciende la obra. Impacta sobre el mundo. Por eso se trata de ‘hacer y cuidar’, como señala el título del ensayo que da nombre al volumen; esto es, de hacer la obra y simultáneamente cuidar al mundo. Claro que “cuidar” debe entenderse como “gobernar”.
Saenz encontraba un solo sentido a la vida, el arte (“navegar es necesario, vivir no es necesario”, repetía). Ahora bien, en su concepción, el arte no podía suceder más que bajo un exigente control, es decir, debía ser gobernado. Por eso no era compatible con la borrachera: Saenz dejó de beber para poder escribir. Como muestra este ejemplo, el estricto gobierno de la obra requiere, para él, el gobierno implacable de la vida. Pese a las apariencias, Saenz imprimía una fuerte premeditación a sus actos. En algún momento decidió no hacer nada más que escribir y las carencias y pellejerías no le impidieron cumplir esta decisión hasta su muerte. En nada transigió a las presiones del exterior, como a la tan elemental de estar despierto de día y dormir de noche. Tampoco cambió su ritmo o sus modos de escribir para poder publicar o para gustar, para calzar con las demandas editoriales o del público; nunca escribió literatura por encargo o compromiso previo. Luego, se consagró a transformar su personalidad y sus circunstancias en una mitología. Hizo esto, como digo, con gran premeditación. Publicó él mismo o dio detalladas instrucciones para las publicaciones de sus libros. En suma, para poder gobernar su obra tuvo que gobernar su vida, y viceversa. Hacer la obra exige cuidar(se) el (del) mundo.
Por otra parte, como acabamos de ver en estos pocos ejemplos, Saenz tendía a las antinomias, a los opuestos. Algunas de estos: el control férreo de su propia vida junto a un aparente abandonarse a la bohemia; la búsqueda de la luz a través de la frecuentación y el análisis de la noche; el “júbilo”, que, según Antezana, era la conjunción entre lo alegre y lo terrible.
La antinomia saenzeana más importante, sin embargo, era la que se daba entre el vivir con sentido y el destruirse por medio del alcohol, que para el escritor eran “una y la misma cosa”. Según Antezana, esta su concepción le debía mucho a las religiones orientales que, como se sabe, exigen el anonadamiento del cuerpo como condición para que el alma alcance la iluminación. “Quitarse el cuerpo” es, para los alcohólicos aparapitas de Saenz, morir bebiendo. Y en “Felipe Delgado” morir bebiendo constituye claramente un medio de trascendencia.
Antezana esboza los principales elementos de la “lectura clásica” de esta novela. Uno es la relación de Saenz con La Paz, que implica una recreación imaginaria de la ciudad, y que, por tanto, es similar a la de Joyce con Dublín o a la de Balzac con París. Luego, la importancia de la ambientación de la novela en los años 30, con un enlace con la obra de René Zavaleta y su definición de este lapso como un momento constitutivo (o definitorio) del país, que también lo fue para el personaje Felipe Delgado. Y el elemento más importante: el análisis del aparapita, la gran criatura saenzeana, cuyo saco hecho con retazos y cuya vida de paulatina desintegración son el símbolo de la ciudad y de la noche, respectivamente.
Nadie ha penetrado más en Felipe Delgado que ‘Cachín’ Antezana, que, además, en vísperas de la publicación de la canónica novela, hizo una entrevista con su autor, que está incluida en el libro, y que es simplemente tremenda. Una de las mejores entrevistas de los anales de la literatura boliviana. En ella se puede observar que Antezana, que pregunta a Saenz de una manera muy premeditada, muy ‘dominante’, por decirlo así, es más hábil y docto que este para hablar de literatura, por ejemplo de las estrategias de composición de la obra Saenz ; al mismo tiempo, se nota que la personalidad de este tiene fascinado y dominado a su entrevistador (o a sus entrevistadores, ya que algunos miembros de la ‘corte’ del escritor participa también con algunas preguntas).
Hablemos ahora del área biográfica el libro. Además de presentar a grandes rasgos la vida del escritor paceño, Antezana lo caracteriza psicológicamente. Lo hace con discreción, sin duda, pero no se priva de hacerlo. “Muy consciente de sus caprichos”, sentencia, por ejemplo. Anota su condición de monstruo sagrado dentro del mundillo cultural de La Paz de los años 80. Hace una crónica suculenta de una velada en los “talleres Krupp”, el salón de cacho de Saenz. Menciona sus problemas económicos, malamente paliados por el trabajo como maestra de la ‘tía Esther’. En fin, su amor por La Paz de los márgenes y sus habitantes, inmigrantes aymaras que sin embargo Saenz no percibe como tales (este hecho solo es mencionado, pero ameritaría un estudio especial). En suma, en Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz se encuentra un perfil sin excesos de la figura excéntrica y poderosa del escritor.
Para terminar, los recursos expositivos de Antezana. Uno de los textos es ejemplar a este respecto. El crítico comienza comentando una palabra boliviana reconocida por el diccionario de la lengua: “ófrico”, que significa lúgubre y desapacible. Lanza la tesis de que aparece por un mal uso de “órfico”. Luego señala que uno a menudo se encuentra con “ófrico” en la obra de Saenz. Y que esta obra también es “órfica”, es decir, alegórica del descenso de Orfeo al infierno. Y continua… Otro ejemplo, ya mencionado: Imaginar lo que podría haber visto René Zavaleta en su lectura de Felipe Delgado y los vasos comunicantes entre su obra y la del poeta paceño: el abigarramiento del saco del aparapita vis a vis el abigarramiento de la sociedad boliviana. Un tercer y último ejemplo: Antezana ilustra la constante apelación de la poesía de Saenz a la paradoja (“la vida y la muerte son una y la misma cosa”), lo que ya vimos en las líneas dedicadas a las antinomias saenzianas, con un palíndromo o escritura circular extraído de Dante.
Como dice Souza en el prólogo de Ensayos escogidos, Antezana relaciona sin prejuicios; lo suyo es el bricolaje o el saco del aparapita. Así moviliza su vasta cultura, su ingenio y su humor para “traducir” a Saenz, para retratarlo, para honrarlo facilitando que se lo conozca.
Fuente: La Ramona