Por Karen Veizaga Abularach
Cuando vi en redes sociales que pronto saldría un nuevo libro de Rodrigo Villegas, sentí esa ansiedad, tan familiar para mí, de tener una novedosa lectura entre mis manos. Obtuve Búfalo (Editorial 3600, 2024) con la expectativa de ver cuánto el autor había evolucionado en su escritura. Es que Rodrigo siempre está escribiendo y, aunque no lo haga en papel, cuando camina por la ciudad y me lo encuentro casualmente, sé que está observando la vida, elucubrando en su mente nuevas historias para relatar.
Estuve conforme. Me adentré en diecinueve relatos que me llevaron a un lugar muy conocido para mí, la nostalgia.
Decidí recorrer el libro de manera pausada, disfrutando de cada dolor, que, si bien en cada cuento es distinto, al final son diferentes caras de una misma figura, la sensación de haber vivido a medias.
La mayoría de las historias encaran esta sensación desde la vivencia del amor, quizás de todas, la que más nos hace vulnerables. Eso me llevó a preguntarme cómo Rodrigo Villegas concibe el amor. Por suerte para mí –y para quien lee esta crónica–, pudimos conversar un poco sobre ello y otras tantas cosas que construyen la vida y la literatura.
Rodrigo ve al amor como un compromiso en el que uno debe ser responsable con el otro, con la pareja, en ese afecto, en lo acordado. Pero es una circunstancia temporal en la que ambos deben exprimir esa felicidad que les oferta la vida, porque tarde o temprano se va a terminar, por lo menos las primeras sensaciones irreemplazables que son enamorarse con fuerza, con furia.
“Es un designio que eso se convertirá en algo más llevadero, monótono. Y está bien” –dice, con un dejo de tristeza.
Él concibe que los amores de juventud son una de las cosas que más determinan la vida en la adultez.
“Marcan la pauta de cómo te moverás en tus relaciones amorosas con las personas determinantes, Los primeros amores son tan impactantes que te siguen, de manera consciente o inconsciente, toda tu vida”, aspecto que deja evidenciado a lo largo de toda la obra.
Pero sus historias también explotan otros matices de la vida, como la evolución que van adquiriendo las emociones, los pensamientos, los afectos en función a los caminos que sus personajes recorren o han recorrido, ya sea por elección propia o por los azares de la providencia, llevándolos al tormento que significa reflexionar una y otra vez acerca de todo lo que han perdido.
“Siempre me ha interesado el paso del tiempo y cómo nos transforma, capaz en peores personas que en mejores” –dice Rodrigo, que ha sido testigo de esos cambios en sí mismo y otras personas de su entorno.
La escritura le sirve para explorar más las cosas que nos impactan como personas y que dejan sus huellas en quienes somos y llegamos a ser.
“Con el paso de los años, con esa ‘madurez’, ya nos toca a nosotros marcar esas huellas. Los cuentos de Búfalo van por ese lado, por ese descubrimiento pesado que es saber que tarde o temprano dañarás a alguien y, claro, te dañarán a ti, pero sin ser conclusivo, sin ver eso como una desgracia, sino como parte de eso que llamamos vivir”.
Y es que los relatos de Rodrigo reflejan mucho dolor, pero sabemos que las historias de esos personajes siguen y que, en ese camino sinuoso y accidentado, hay también paisajes hermosos, lugares para sentarse a descansar y respirar profundamente la alegría de estar vivo.
Otro protagonista que acompaña las historias de Rodrigo es la música que, a lo largo de todo el libro, va dotando de mayor profundidad a las emociones de los personajes. Desde música folclórica, pasando por acordes de rock nacional, hasta el género favorito de Rodrigo, el reguetón.
“La música es determinante en la forma en la que concibo la literatura, tanto que me gusta enlazarlas lo más que puedo, y no solo nombrando canciones en medio de determinados escenarios, sino intentando impregnar de esas melodías el lenguaje, el tono que uso para algunos cuentos”.
Él piensa que la música también nos marca, puede traernos a la memoria momentos que, a veces, creemos olvidados y con el inicio de una canción, volvemos a esos lugares felices o infelices.
La lectura del libro, la forma en que los narradores de los diferentes cuentos miran la vida, sus vidas, generó en mí la sensación de un Rodrigo mayor con mucha experiencia y memorias a cuestas, que ve su obra y su propia existencia en retrospectiva. Y obviamente, realiza este acto de mirar y recordar con música de fondo.
Es así que, al ritmo de Llegas, de C. Tangana, Bad Bunny o Savia Andina, imagino –o quizás anticipo– que Rodrigo me cuenta sobre las experiencias que lo han sostenido o destruido a lo largo del camino que ha recorrido, cual si fuera un personaje más de Búfalo.
“Si fuera muy viejo, creo que atesoraría los recuerdos de esta época, de mi todavía persistente juventud. Es un tiempo muy agradable, donde la vida también me ha golpeado desde muchos ángulos y donde me ha ayudado a ‘mejorar’ como ser humano, o mínimamente, a entender un poco más a otras personas”. Lo más probable es que ese Rodrigo anciano sonreiría y podría descansar con la conciencia tranquila con lo he hecho y lo no hecho.
Tal vez ese Rodrigo haya encontrado su estabilidad en una familia o tal vez no. Seguramente hizo daño y lo dañaron, pero descansa con esa sensación de conciencia tranquila porque no carga con culpas que pesan en sus espaldas. O posiblemente sea un hombre, que cual muchos que se retratan en Búfalo, apostó todo y lo perdió.
Lo que sí tengo por seguro es que escribe y, en ese encuentro imaginado, busca en nuestra conversación material para una nueva historia, porque sigue haciendo literatura, que quizás para él, es el equivalente a vivir, pues es eso lo que lo sostiene, lo que hace que todos los sucesos pasados, felices o no, hayan tenido un sentido.
Fuente: La Ramona