Buenas noticias del cuento latinoamericano
Por Edmundo Paz Soldán
Algún día, cuando se juzgue la narrativa latinoamericana de estos años, quizás se haga más obvia esta verdad: que mientras más seguimos discutiendo acerca de la calidad o no de las novelas de las nuevas generaciones, mejores libros de cuentos se escriben y se publican. Timoratos cuando hablamos de novelas, pensamos en los grandes monumentos del pasado y decimos que estamos lejos de cualquier “boom”; cuando se trata de cuentos, sin embargo, deberíamos ser concretos: existe un “boom” y no nos hemos dado cuenta. Los buenos libros llegan de Argentina, de México, de Perú, de Bolivia, de todas partes.
Dos de estos libros notables son Lecciones para un niño que llega tarde y Los días más felices, de Carlos Yushimito y Rodrigo Hasbún, respectivamente, seleccionados por la revista Granta entre los mejores escritores jóvenes en español, y que estos días se cuentan entre los invitados a la Feria del Libro de Santiago. El peruano Yushimito y el boliviano Hasbún tienen estilos muy diferentes: mientras que la prosa de Yushimito es de frases sinuosas y de un vocabulario que apunta a enriquecer los matices del mundo, la escritura de Hasbún va directo al corazón de las cosas, es intencionalmente despojada, como para concentrarse en las esencias. Pese a ello, hay algo que los emparenta: el deseo de percibir ese instante en que un niño, un adolescente, una pareja, descubren que el mundo es harto más complejo y perverso de lo que creían.
El que haya leído Las islas, el anterior libro de Yushimito, se encontrará con varios textos familiares; en ese sentido, Lecciones es una pequeña antología de su obra. Las islas lograba crear de manera convincente un Brasil de malandros capaces de rezar por sus enemigos después de matarlos. Lecciones recupera cuentos magistrales de ese libro y le añade otros que muestran una ambición por expandirse, por intentar nuevos personajes y atmósferas, desde la perversidad de la infancia en Lecciones para un niño que llega tarde hasta el registro apocalíptico en Los que esperan, en el que un periodista recorre el Perú en busca de seres deformes a partir de los cuales el jefe de redacción del periódico sensacionalista pueda leer el futuro (y conseguir lectores): “los monstruos escribían con sus cuerpos lo que había pasado y lo que habría de suceder. Eran palabras y las palabras nunca mentían, sólo aparecían, y uno debía aprender a leerlas; eso era todo”. Oz es el único cuento que no convence del todo; lo demás es de un nivel tan alto que tendrá problemas para superarse.
Por su parte, Hasbún, más que expandirse, profundiza en el mundo de Cinco, su primer libro de cuentos. Está aquí, de nuevo, el desasosiego familiar, la turbulencia de la amistad adolescente, el drama de los primeros amores, pero hay más aristas, más capacidad para narrar sentimientos muy sutiles. Hay poesía en el ritmo del fraseo: “Mamá ya no está y todo es diferente porque mamá ya no está y porque la distancia entre lo que existía y ya no existe es insalvable”. El universo de Hasbún es restringido -el paisaje exterior es más bien escaso, los ruidos de fondo del mundo no parecen afectar mucho a sus personajes-, pero eso no lo hace minimalista. Cuentos magníficos como El futuro o Calle, concierto, ciudad quedan para las antologías porque logran atrapar de la manera más precisa e intensa posible un estado de ánimo: “Deja la mochila en el suelo de su cuarto, se echa sobre la cama. Está cansado y feliz y las dos cosas les resultan un poco parecidas. Son días valiosos, no van a durar para siempre. Son días valiosos precisamente porque no van a durar para siempre”. Los libros de Yushimito y Hasbún son valiosos precisamente porque van a durar.
Fuente: La Tercera