El Che de Soderbergh
Por: Ramón Rocha Monroy
El lunes asistí al preestreno de Che-Guerrilla, la segunda parte de la extensa biografía del Che filmada por Steven Soderbergh. No es una cinta para el espectador acostumbrado al cine hollywoodense pues aquí no hay buenos ni malos, no hay acciones espectaculares ni ataques comandados por el protagonista en cámara lenta, definiendo una acción con su entrega de individuo heroico. Nada de eso. La cinta es más bien una trama del aislamiento que la película teje como si los guerrilleros se hundieran en un pozo sin fondo encarnado en la quebrada del Churo. Pero es una trama construida al servicio de los dos episodios finales: la captura y la ejecución, en los cuales resalta, ahora sí, la fuerza y el talento de Benicio del Toro, muy bien escoltado por los artistas secundarios. Entre éstos hay una intensidad que parece deliberadamente uniforme, pues no resalta la actuación de los actores y actoras de cartel, como Jorge Perugorría, Catalina Sandino, Lou Diamond Phillips o Franka Potente, pero hay que mencionar la actuación sobria y convincente del boliviano Christian Mercado en el papel de Inti. Él, los actores bolivianos que lo acompañan y Rodrigo Bellott en el casting nos hicieron sentir orgullosos de la perspectiva que se abre para nuevas producciones. ¡Parece que al fin tenemos un plató boliviano!
El guión no contiene sorpresas ni revelaciones. Los episodios que se narran son de dominio público. Sin embargo la reconstrucción, aun sin buscar espectacularidad, es patética, y el acorralamiento final del héroe es una de las versiones mejor filmadas de esa épica de la caída, que quizá contribuyó, más que sus hazañas en vida, a la gloria del Che, pues es curioso que el culto a semejante ícono sea una forma de necroliturgia similar a la que atrae a los devotos característicos de Cristo crucificado y de los santos mártires. Esto a diferencia de lo que ocurre en Cuba, donde no se conocen ni circulan fotografías de la caída o del cadáver del Che, sino los registros del Che en vida y en la plenitud de sus energías.
Otra de las sugerencias de esta versión biográfica es la constatación de que el héroe alcanza la plenitud con la inmolación, pues casi siempre el héroe triunfante pierde su carisma heroico. No admiraríamos con la misma intensidad al Che si lo viéramos vivo, viejo, gordo y asmático, recorriendo el mundo para contar sus triunfos. No. Lo apreciamos como héroe porque fue inmolado, y por eso la necrofilia de sus devotos se extiende a las cosas que se le incautó: a los varios relojes que portaba, a los mocasines, a la carabina, al Diario, a sus manos… En México había un fotógrafo que guardaba una Polaroid con que el Che se habría ganado la vida cuando tramaba con Fidel la expedición del Granma, y se hablaba de un viejo canillita que conservaba un poro y una bombilla, pues el Che lo visitaba, dicen, para leer los periódicos sin comprarlos.
Hay una novela de Abel Posse que titula Los cuadernos de Praga e intenta cubrir esos episodios ocultos de la vida del Che anteriores a Ñancahuazú. Posse cuenta una escena espeluznante del Che haciendo ejercicios de sobrevivencia en un bosque invadido por los perros de presa de las tropas soviéticas que han vuelto a ser cazadores y salvajes. Le da un ataque de asma y su tienda está rodeada por cientos de esas fieras; su guía checo lo salva, y el lector conjetura que allí pudo haber acabado sin pena ni gloria la vida del guerrillero heroico. Episodios como éste no vamos a encontrar en la cinta de Soderbergh, pero eso mismo subraya su intención de hacer un cine a 180 grados de los lugares comunes a que nos tiene acostumbrados hasta el asco el cine de Hollywood.
Fuente: Ecdótica