Tukson, de Giovanna Rivero
Por: Ramón Rocha Monroy
Hay lecturas que uno guarda para un momento amable y sin prisas. Eso me pasó cuando compré Tukson, historias colaterales, de Giovanna Rivero, y guardé la novela para una oportunidad propicia.
Estoy deslumbrado tras su lectura, porque percibo en los personajes esa conciencia desgarrada, desarticulada, atomizada en el espacio y el tiempo, en zapping incesante aquí, allá, al pasado y al futuro, o en navegación virtual que se traduce en un océano de conocimientos con una profundidad de un milímetro, pero también una angustia más honda que un abismo. Elementos que no me será dado manejar porque son de este tiempo desgarrado, aunque ya lo habían anunciado escritores como Joyce y Virginia Woolf hace un siglo.
Giovanna Rivero se mueve en esos ámbitos con una soltura envidiable que proviene de su estilo ceñido, hecho de una lucidez cenital capaz de iluminar los estados de conciencia más recónditos.
Ahora comprendo por qué Edmundo Paz Soldán dijo que si Giovanna fuera, por ejemplo, mexicana, es decir, de un país que gravite más en el mercado literario mundial, otro sería el destino de Tukson. Giovanna, o sus personajes, no tienen asidero en una patria chica porque su único arraigo es el desarraigo, la emigración, el capricho de los coyotes, la falta de documentos, la tensión constante para burlar a la policía por una culpa difusa e indeterminada, más temible que un monstruo de Lovecraft. Aquí no hay nostalgia del suelo perdido sino un presente perpetuo dominado por la precariedad, la incertidumbre, la inermidad frente a un mundo que no quiere contenernos y sin embargo nos provoca un obcecado e irredento deseo de vivir a cualquier precio. La magnitud de los coyotes que se mueven en Tukson va desde el ejercicio de cruzar ilegalmente la frontera hasta las maniobras igualmente nocturnas y clandestinas de traficar con órganos y tecnologías de última generación.
En ese mundo, nadie tiene identidad porque la condición de vida es no pertenecer a entidad alguna, usar nombre supuesto, fabricarse una biografía para uso de polizontes pero sobre todo sobrevivir aunque vivir así no resista el menor análisis.
No conozco alegato más contundente contra el sistema llevado al absurdo por el inefable George W. cuyos ojos, ahora que Tukson me lo sugiere, son en extremo juntos e inexpresivos como ojos de chimpancé. Pero no se crea que es un alegato retórico o planfetario, porque en Tukson no hay una ideología estructurada sino fragmentos de concepciones del mundo en trágica dispersión, aunque la calificación de trágica suene a un romanticismo que los personajes de Tukson abominan.
Tukson es una novela universal, es un nuevo testamento que denuncia un mundo lleno de muros y fronteras, donde será difícil encontrar otra oportunidad sobre la tierra. ¡Y sin embargo, cómo se aferra la lombriz humana al vientre de la vida que continuamente quiere expulsarlo!
Fuente: Ecdótica