Por Valentina Villalpando Wiethüchter
Luz brillante que no se extingue.
A Blanca se la conoce a través de su poesía. Cada pequeño libro es una pieza de sí misma, como niña, como mujer y como madre.
La recuerdo cuidando de la hoguera y de lo vivo; escribiendo en el estudio, en la cama, a veces en el comedor, o en el rincón cruceño, el lugar más caliente de la casa donde aprovechaba el sol de montaña.
A veces, su letra no la entendía ni ella misma, o la coca-cola se acababa, o los cigarrillos llenaban de humo la casa. Pintaba de rojo sus labios antes de salir a leer o presentar un nuevo libro, una especie de ritual. Había mucho terciopelo en el ropero y ágatas azules en el cajón del velador. La recuerdo con ese cabello ruloso y los que la conocieron tampoco olvidarán su risa.
Blanca, de origen germano, blank: brillante. De pura casualidad escribo en su santoral, un 5 de agosto, Nuestra Señora de las Nieves.
Un pequeño homenaje al canto de sus palabras que ennoblecen el corazón como un regalo fuera de este mundo. Un misterio sin resolver existía en su mirada, un sueño enigmático y profundo surgía de los versos cargados por su voz. Y como la nieve no abandona a la montaña alta, Blanca aloja su poesía en el lago místico del altiplano, habiendo devuelto su inspiración al destello de sus aguas.
Fuente: Revista Rascacielos