Bicentenario de Abraham Lincoln
Por: Pedro Shimose
El presidente Obama y su esposa Michelle asistieron, el 11 de febrero pasado, a un acto realizado en el histórico Teatro Ford de Washington, escenario del asesinato del presidente Abraham Lincoln (nacido cerca de Hodgenville, Kentucky, 12/02/1809 – Washington, 15/04/1865). Allí, varios actores leyeron fragmentos de los discursos de Lincoln y recitaron poemas de Walt Whitman. El público vio también un video en el que los ex presidentes Carter, Clinton y los Bush, padre e hijo, leen el Discurso de Gettysburg, brevísimo texto de 300 palabras, pronunciado por Lincoln el 19 de noviembre de 1863, en plena Guerra de Secesión. Cuatro meses antes del crimen, Marx le había enviado un telegrama, desde Londres, felicitándolo por su reelección. Le decía: “Desde el principio de la lucha de titanes norteamericana los trabajadores de Europa sintieron, de manera instintiva, que el destino de su clase dependía de la bandera estrellada” (así como Marx detestaba a Bolívar, por su carácter dictatorial, militarista y aristocrático, admiraba a Lincoln por su talante civilista y democrático). Obama habló y dijo que, a pesar de la crisis financiera, es preciso mirar hacia el futuro. Lincoln pensaba –añadió– que los estadounidenses debían preservar el espíritu que sostiene a la nación y que, “a pesar de todo lo que nos divide, el Norte, el Sur, los blancos, los negros, somos de corazón un país y un pueblo”.
¿Qué sabemos, nosotros, de Abraham Lincoln? Muy poco. Pienso que los bolivianos tenemos una imagen literaria y cinematográfica del gran político estadounidense, considerado hoy el presidente más importante de la historia de EEUU y el padre de la nación. Además de abolir la esclavitud, fue uno de los fundadores del Partido Republicano (partido abolicionista, mientras el Partido Demócrata era esclavista), se opuso a la guerra contra México e intentó evitar la guerra civil entre unionistas y confederados. Al final de la contienda, fue magnánimo con los vencidos. Su talla de estadista fue puesta a prueba durante la crisis financiera de 1837. Propuso medidas que hoy llamaríamos keynesianas: impulsó la inversión pública en la construcción de canales, caminos y vías férreas, de tal forma que fomentó la creación de fuentes de trabajo, sacó a flote la economía y sentó las bases de la colonización del oeste, mediante una distribución equitativa de aquellas tierras, creando, al mismo tiempo, un sistema financiero que promovió el desarrollo industrial de su país.
Lincoln aparece en El nacimiento de una nación (1915), el famoso filme de Griffith y en El joven Lincoln (1939), de John Ford, con Henry Fonda en el papel de Lincoln, pero el Lincoln que recuerda mi generación es la imagen literaria que nos legó Whitman, primero, y Pablo Neruda, después. La verdad es que, en nuestro idioma, Lincoln no ha sido muy divulgado. Las biografías de Lord Charnwood y Emil Ludwig, la novela de Gore Vidal –traducidas al castellano– y la excelente biografía escrita por el ensayista español César Vidal, es todo lo que tenemos como referencia.
La imagen que nos legó Whitman es fúnebre, pero grandiosa, épica, heroica. Sus cuatro elegías se encuentran en Hojas de hierba (1855). El poeta yanqui describe a Lincoln como un político “amable, llano, justo, resuelto” y lo exalta porque “se opuso al más sucio crimen de la historia de todas las naciones” y porque salvó la Unión de los Estados. Casi 100 años después, Pablo Neruda le rindió homenaje en dos poemas: El viento sobre Lincoln y Que despierte el leñador, del Canto general (1950). (Continuará) // Madrid, 24/04/2009.
Fuente: El Deber