Por Daniel Averanga Montiel
Antes de adentrarme en el libro de cuentos de Urquiola, tomaré un punto de interés que merece un análisis previo.
- Contexto
Estoy casi seguro que Valerie Miles, la editora y cofundadora de la revista Granta, tuvo pesadillas vívidas que le obligaron a influir en el jurado de su revista para la inclusión y, por ende, exclusión, de ciertos autores en la recopilación que salió con el infame nombre de “Los mejores narradores jóvenes en español” (Candaya, 2021).
Ya en el prólogo ella misma dice que la coyuntura actual, los cambios, los movimientos políticos, sociales, culturales y, por demás la mentada “originalidad”, debían (de) ser requisitos indispensables para la elección de los 25 narradores menores de 35 años que ahora se muestran en ese libro; ella agrega: “(…) Relatos que se distancian de lo meramente testimonial, del muy cansino uso y abuso de la primera persona, de las figuraciones del yo”.
Menciona, además, con una naturalidad digna de administrador de empresa bananera o presidente de la Standard Oil, que: “Las narraciones de muchachos en el burdel, o de violencia gratuita, nos parecen ahora insufribles, inequívocamente passé”. Un momento, pensé, ¿entonces los cuentos o novelas a considerar como los “más adecuados para la selección” deben ser esos de lobby, con cafecitos de achicoria, hamburguesas de lenteja y padres ausentes que provocan que hablemos de la esencia de la latinoamericanidad en tanto le vemos el culo al compañere que se ofende porque le decimos compañera?
Mi preocupación se mitigó un poco al leer la selección, hay muy buenos narradores y muy buenos cuentos e inicios de novela (la selección incluye estos últimos como “muestra” de la maestría de algunos de los elegidos); pero a su vez el horror de lo correctísimo volvió al toparme con algunos cuentos e inicios de novela en donde, entre muchas otras “adaptaciones de cambios coyunturales”, la inclusión de “la diversidad en la identidad de género” de los protagonistas era un mero pretexto para hacer pasar al cuento o extracto como “inclusivo”. Un ejemplo como meando fuera del bacín: Nadie se pregunta o se indigna en la saga de novelas de “Harry Potter” al sospechar que Dumbledore, el director de Hogwarts, sea marica; es decir, a nadie le interesa este detalle, muy a pesar de que la autora comentó que sí, que Dumbledore tenía predilección por las varitas más que por los calderos (perdón por la metáfora); no obstante, en toda la saga no se describe la importancia de su mariconería, porque aprendimos a apreciarlo como personaje más que como bandera gelebetosa; en la selección de Granta esto no sucede, como dije, en algunos de aquellos escritos el personaje lésbico, homosexual o trans es así porque sí y este detalle no aporta en nada en el desarrollo del escrito en cuestión.
El punto al que deseo ahondar es que, si bien hay buenos trabajos en esta selección, también hay los que se sienten prefabricados, de fórmula, como si hubieran sido creados para agradar a los demás, o peor, como si fueran concebidos para ser interpretados y validados por lectores de Franz Hinkelammert o por algún otro teórico que hizo escuela política, social, sociológica o filosófica en la Latinoamérica de los posgrados. Trabajos donde se ven las marcas del molde, narraciones que son pensadas exclusivamente para intelectuales.
En este punto de mi indignación me imaginé a Quya Reyna postulando a esta “prestigiosa selección” con su libro “Los hijos de Goni” (2022), que es un conjunto de narraciones sinceras, mucho más trabajadas en la honestidad que algunos libros prefabricados actuales, y me dije: “la hubieran apartado por ser ampliamente testimonial, y se hubieran perdido de una autora genuina”. Aunque podría resultar a favor el hecho de que ella sea mujer, alteña y que escriba desde un lugar que terceros más urbanos no imaginan como un crisol donde crezcan escritores…
Salvando distancias, en la selección de Granta no está Gabriel Mamani, que desde que publicó “Tan cerca de la luna” (2012) ya mostraba una madurez narrativa concreta y que con su novela “Seúl, São Paulo” (2019) consolidó su calidad literaria; tampoco está Fabricio Callapa, que solo con su libro “El fin de los días que conocimos” (2018) daba la talla para ser incluido.
Tampoco están incluidos autores como Patricia Requiz (tiene un par de cuentos sorprendentes dispersos en publicaciones de las editoriales 3600 y Electrodependiente), Miguel Carpio (que tiene un portentoso libro de cuentos, titulado “Dos botellas más cerca de la muerte”, también de 3600), ni Salem Arce con “Animal de medianoche”; pero lo que más duele es que al parecer Granta no incluyó, es decir, prácticamente ignoró, la obra de Rodrigo Urquiola, que desde el 2010 va trabajando sin descanso y con muchas publicaciones sobresalientes, quizá una más notoria que la anterior, pero vistas de lejos, todas brillan con el signo de la autenticidad.
- Tomarse en serio el oficio, pero mucho más la realidad
Desde sus primeras publicaciones, Urquiola trató de mostrar la realidad desde personajes creíbles que sufren, viven, disfrutan y se preguntan sobre sus porvenires y sus pasados. Sus novelas “Lluvia de piedra” (2011), “El sonido de la muralla” (2015) y “Reconstrucción” (2019) dan testimonio de su crecimiento como escritor; si bien “Lluvia…” y “El sonido…” beben de elementos ambiguos entre la realidad y la fantasía, desde “Reconstrucción” la realidad se establece como una bisagra enorme que permite que el lector se sienta inmiscuido en lo que le pasan a los personajes que, desde monólogos internos, narradores en tercera persona cómplices y situaciones por demás incómodas, logran hacer creíble cada palabra impresa. Pero es en su tercer libro de cuentos, “Ayer el fuego” (ed. Libros de la montaña, 2022), que Urquiola toma su realidad local (Chasquipampa, Santa fe, Senkata, el centro paceño, las periferias) para contar historias sin molde que te dejan pensando y pensando hasta que sugieren verdades intensas. Si un buen escritor muestra sus influencias en sus trabajos, un gran escritor se las apropia y las hace ver como reales e incluso suyas. Ahí donde a un buen autor se le reconoce las enseñanzas y estilos de Kafka, Borges o Woolf, a un gran autor no; es más, a un gran autor se le dice en primera instancia: “Esto es muy original, es muy sincero”, pero después de la lectura, cuando uno se enfrenta al silencio, comienza a conectar lo experimentado con recuerdos narrativos pasados y dice, imbuido en las correspondencias al directo estilo de Francovich: “Dysneyworld” me dejó el mismo sentimiento que “El lago” de Bradbury, o que “Infancia” de J. M. Coetzee.
Urquiola se toma muy en serio el oficio literario, pero más la realidad, la vida, el intentar dar forma a un mundo que para una gran mayoría de intelectuales bolivianos debe ser mera ficción, pero que para muchos otros es como le pasó a su abuelo, a su madre, a su tío, a sí mismo, tanto que la sensación de haber vivido lo mismo que el narrador, sigue incluso después de días de haber leído el suceso, el hecho convertido en literatura.
- El libro en cuestión
Con un aire de autobiografía disfrazada, “Ayer el fuego” sorprende por tres motivos: Uno. El sentimiento como hecho universal, porque es un libro sobre el hambre, no solo el hambre corporal, sino también el hambre espiritual, emocional y social, social más que todo, porque los personajes de cada uno de estos cuentos se preguntan sobre el día a día y qué harán para evitar el caos que arrastra la pobreza, la aceptación o la tristeza (mención aparte son “Dysneyworld” y “Senkata”, dos de los cuentos que me recordaron al más descarnado Conrad Richter, narrador que supo describir el hambre de los primeros pioneros en Estados Unidos, ligada al abandono y a la ausencia de la esperanza); Dos. La fluidez narrativa de cada uno de los cuentos, porque a pesar o gracias a la extensión de los mismos, uno va recorriendo sus lecturas con tanta rapidez como con entusiasmo, muy independientemente del desgarro emocional que provocan en su crudeza (“Ashley”, “Huérfanos” y “Canario” son cuentos extensos, no obstante, potentes en sus acabados, se agradece el manejo de párrafos breves y puntuación estratégica, los cuales llenan el libro de una poética única, poco entendida y elaborada por narradores contemporáneos), y Tres. Las referencias inagotables a la realidad en metáforas paradójicas que despiertan un cariño por el acto de creación literaria más espontáneo y no obstante, bien pensado en la prosa de Urquiola: su gusto por el fútbol (y obvio, el club Bolívar), por distinguir quién vale la atención o no en la coyuntura, solo a partir de diálogos y acciones de los personajes y el recurso del humor, más presente en este libro que en los anteriores (“Árbol”, “La muerte de Lennon”, “La venezolana” y la joya de la corona: “Ayer el fuego” ilustran el tercer punto de manera muy sincera y completa); un extra (yapa) a esto sería un cuarto punto: el orden en el que cada uno de los cuentos han sido dispuestos, lo que convierte al libro no en una lectura más, sino en una experiencia, de las más satisfactorias en la narrativa boliviana actual.
- Y bien…
¿Y el problema de lo “mejor” en la narrativa latinoamericana actual, dónde está?
Pues estamos en una época en que se valora más a un escrito de ficción que contente a los intelectuales (mejor los mencionaré como “intelectualoides”) que siguen hablando de colonización, mestizaje y demás temas, interesantes para algunos, pero indiferentes para el resto de la humanidad, que porque sea un escrito sincero. Hemingway condenaba la impostura porque amaba la sinceridad, por más ficticio que fuera el escrito; en estos tiempos en que los libros de ficción deben tener siempre estas “nuevas marginalidades”, las mentales, para ser categorizadas e interpretadas, no puede salir nada bueno de ahí. De hecho, emergerían libros con marcas de los moldes progresistas donde los forzaron a forjarse, narrativa de la impostura, artificiosa, o como dice Jaime Nisttahuz: “Narrativa sin huevos, o con huevos de soya”; en fin, para estos tiempos (y para la posteridad), libros como “Ayer el fuego” son necesarios, indispensables, únicos.
No me molesta que Granta no haya incluido a narradores bolivianos en su última compilación (de hecho, que una revista inglesa decida quién es mejor narrador que otro en Latinoamérica, me parece muy, digamos, colonial, ¿verdad?); no obstante me molesta (y mucho, la verdad), que se le tire tanta bola a una revista que dice qué no debemos escribir para estar out y qué para estar in. ¿Tenemos que esperar que unos literatos ingleses nos definan como verdaderos escritores, en un tiempo en que Urquiola se presenta como uno de los escritores más premiados y genuinos, pero de los menos leídos por los “intelectualoides” bolivianos (y por otros autores, claro), curiosamente porque él no es cortesano como la gran mayoría de los que se autoproclaman escritores?
El tiempo dirá.
Mientras tanto, háganse un favor, gente, consigan este libro y léanlo, de verdad, será uno de los mejores regalos que se puedan dar.
[1] Daniel Averanga es educador, escritor orureño-alteño y promotor de bibliotecas populares desde y para El Alto.
Fuente: Ecdótica