Avatares en torno a una próxima publicación: Ismael Sotomayor
Por: Ana Rebeca Prada
Arduo es, sin duda, el trabajo de edición de los escritos de Ismael Sotomayor (1904-1961). Y arduo ha sido el proceso de recopilación de sus materiales. Publicó en periódicos (sobre todo en El Diario) y revistas desde muy joven, desde los años 20 hasta principios de los años 50. El grupo de investigación Prosa Boliviana de la Carrera de Literatura de la UMSA viene trabajando con estos materiales desde 2015; pronto publicará un primer tomo correspondiente a este proceso de recopilación, edición y anotación.
En el camino, dos de los miembros del grupo preparamos la edición de Añejerías paceñas (tradiciones que aparecieron en El Diario en los años 20 y fueron publicadas el último día de 1930) para la Biblioteca del Bicentenario.
A manera de un rizoma que se bifurcara, que se trifurcara permanentemente, siguiendo la lógica de nuestro entusiasmo y voluntad de recogerlo todo, la obra del paceñísimo escritor iba apareciendo y volviendo a aparecer aquí y allá, cosa de que teníamos la sensación de que nunca acabaríamos. Lo último que descubrimos fueron sus escritos en Juventud, un periódico o suplemento que aún nos toca rastrear e identificar, en el que publicó muy joven, y algunos escritos en una revista de la Policía Boliviana, dato compartido por otro equipo de investigación de la Carrera, que los encontró como por casualidad. Y así: en un momento dado, parecía que nunca terminaríamos de reunirlo todo.
Es por ello que decidimos trabajar por tomos y por zonas bibliográficas. Habiendo editado libro tan importante para la cultura paceña como es Añejerías (será la tercera edición, en verdad) y cubriendo así gran parte de sus escritos para El Diario en los años 20, decidimos completar esa veta al recoger el total de los demás escritos publicados en ese periódico (sin duda, el medio para el que más produjo) durante las siguientes décadas.
Luego vendrán otros tomos con la copiosa producción realizada para diversas revistas y boletines paceños de los años 30 y 40 sobre todo, y para libros como el del IV Centenario de La Paz.
La lengua de Ismael Sotomayor es una lengua extremadamente compleja que ha hecho que las sesiones de edición se conviertan en talleres de intrincado trabajo sobre los textos; en discusiones bizantinas sobre esta o aquella palabra o frase, sobre este o aquel párrafo; en la revisión y reconsideración de esta o aquella norma editorial, pues el texto ‘no contiene’, no es ‘normalizable’… Y, lo que es más importante, en momentos de gran alegría. Lo que pasa es que Sotomayor convivió de manera íntima con documentos y escritos coloniales, españoles y de la primera República y contaminó su propia escritura en esa convivencia. A decir de Ana Rivera Sotomayor en la introducción a la segunda edición de Añejerías (Juventud 1987), el escritor poseía una extraordinaria colección de documentos, manuscritos, archivos y libros (además de múltiples objetos) de los siglos XVI a XIX. Sus complejas elaboraciones sintácticas y el inventivo y juguetón léxico tienen que ver con una familiaridad con la sintaxis y el vocabulario de esta documentación que era el gran tesoro de su vida, como el escritor deja entrever en algunos de sus escritos. De hecho, mucho de su obra refiere a ese tesoro a partir de notables investigaciones que de él y en torno a él realizara el escritor.
Pero, más allá de ello, su propia escritura está moldeada en gran medida por aquellos folios, aquellas lecturas y aquellos estudios. Pero no siempre: la gama lingüística y el repertorio retórico a veces retornan al presente y el prestidigitador de la lengua cede al periodista más bien mesurado y sobrio. En verdad, Sotomayor ejercía el oficio en un muy diverso rango de herramientas y lo hacía con toda libertad. Leerlo, pues, además de una grata experiencia intelectual, es una aventura asombrosa. Y ello también por ese universo de conocimientos que pone a disposición de sus lectores.
No es explicable la indiferencia de los estudiosos de la historia, del periodismo y de la literatura (pues a estos tres ámbitos pertenece el trabajo de este nuestro intelectual y escritor) respecto a esta obra. Saenz fue quien más de cerca lo conoció y quien con más acierto reconoció al escritor, en el famoso texto “Juan José Lillo” de Vidas y Muertes y en el personaje Román Peña y Lillo de Felipe Delgado; y es que Sotomayor tenía algunos pseudónimos y uno de ellos era Ismael Lillo… También lo conoció y reconoció Antonio Paredes Candia, autor de la única biografía existente del escritor: La trágica vida de Ismael Sotomayor y Mogrovejo. Será que para los historiadores no fue suficiente historiador; para los periodistas no fue suficiente periodista y más historiador y documentero; y para los literatos no fue suficiente escritor y fue más bien demasiado periodista e historiador. El tema es que algunos lo leyeron sin mucha consecuencia; algunos mencionaron sus extraordinarias Añejerías, pero no lo leyeron en realidad; y algunos, finalmente, la mayoría, lo desecharon o nunca supieron de él, echándolo al olvidadero.
Así como hicimos con ese personaje fuera de serie que fue Alberto de Villegas, estamos queriendo que suceda con Sotomayor: que de ese olvidadero salga con la elegancia, la erudición, la picardía y la creatividad que corresponden a su vasta obra, ya lo decíamos, sobre todo periodística. Su vida de leyenda debe ceder y convertirse en estudios serios que ubiquen su vida y obra entre la de periodistas y escritores importantes de la primera mitad del siglo XX; su texto formidable debe recibir una seria atención y análisis, como ocurre con los grandes de aquel tiempo; las instituciones deben tomar en cuenta su preocupación por participar, crear y consolidar asociaciones, centros y cenáculos intelectuales, inquietud que partía de su preocupación por el abandono en que se tenían archivos, colecciones, obras, bibliotecas –o por su inexistencia–.
Pronto, pues, habrá un libro y ese libro, esperamos, le comenzará a devolver (junto con la nueva edición de Añejerías) a este hombre policulto, curioso y acusioso impenitente, además de egregio ciudadano paceño, de excelso y grande espíritu, su lugar en la historia de nuestras letras.
Fuente: Letra Siete