Augusto Céspedes: Entre el infierno y el olvido
Por: Mauricio Rodríguez Medrano
Nos dejó el recuerdo de un pozo en los escritos de una guerra perdida. Trasladó nuestros pensamientos a la aridez del Chaco, a esa llanura de mariposas esperando una caída de la tinaja de agua que los soldados llevaban, para succionar y devolver a las entrañas la sequedad del infierno. Porque allí todo era polvo, la patria, la guerra, las personas y el olvido.
Augusto Céspedes, nació un 6 de febrero de 1904, en Cochabamba, cuando todavía las guitarras sonaban en las quintas, con cuecas de desamor y carnavalitos picarescos; y la alegría de la chicha, las grandes cacerolas donde reverberaba la grasa y los chicharrones. Aquella época en que todavía no existían esas autopistas llenas de asfalto y modernidad.
A los 23 años ahondó en la política siendo uno de los fundadores del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Pero su real vocación, aquella que lo guardaría del olvido, fue el periodismo y la literatura. Aún así, nadie podrá negar que Augusto Céspedes fue un agitador y panfletario buscando una revolución contra aquellos que tenían el poder.
En sus escritos estaba la guerra, esa guerra absurda como él lo retrata, primero en sus textos periodísticos compilados en Crónicas heroicas de una guerra estúpida sobre la contienda del Chaco entre bolivianos mestizos, indios sin nombre y paraguayos que caminaban descalzos.
Muerte, desolación, soledad es lo que transmite Augusto Céspedes en las obras sobre la Guerra del Chaco, donde el hombre debía proteger una patria que no le pertenecía. El cuento: El pozo, queda inscrita entre las mejores 100 de la literatura boliviana. En ese relato, el soldado es sólo una ficha más de decesos protegiendo un vacío.
Con panfletos inició la revolución de 1952, así lo manifiesta en su libro Provocaciones. Fue el promotor del levantamiento con sólo tres máquinas de escribir y dos linotipos. Retrató a los presidentes Germán Bush y Gualberto Villarroel en las novelas: El Dictador Suicida y El Presidente Colgado.
Encantó e inquietó a los lectores transportándonos a otro infierno, el de la mina, con El metal del diablo, que cuenta un paralelo autobiográfico entre Simón I. Patiño, el rey del estaño, y Omonte, un personaje que atraviesa el camino despiadado para obtener los dones de las oscuras vastedades envueltas de vapores sulfurosos y cantinas de la perdición.
Augusto Céspedes murió un 9 de mayo de 1997. Dejó historia, literatura, periodismo y vida en las páginas de Bolivia. Aunque muchos críticos literarios analicen su obra como panfletaria, cada vez que leamos los escritos sobre el Chaco, descubriremos un infierno de polvo, también de olvido.
Para leer el cuento El Tapado de Augusto Céspedes siga el siguiente enlace
Fuente: Ecdótica