06/16/2025 por Sergio León

Así en la tierra como en el cuerpo

Los modos en que ignoramos algo son tanto 
y a la vez más importantes que los modos en que lo conocemos.
Giorgio Agamben
La mujer pequeña siempre estaba atenta a la precisión 
del lenguaje, quizás porque alternaban los idiomas y esa frontera, 
como todas, estaba agujereada de pantanos. 
Ella, además, parecía traducirlo todo a un lenguaje secreto que la atormentaba.
Giovanna Rivero 

Por Alba Balderrama

El lenguaje, o los lenguajes, importan tanto o más que la propia trama y personajes en esta novela. El lenguaje, al final del viaje, será el que salva y sana. El lenguaje es el pájaro grácil que danza entre las páginas de la novela de Giovanna Rivero, “Alma oscura del Alba”, anunciando las migraciones, los urgentes llamados a emprender vuelo, los desplazamientos estacionales y regulares desde zonas con recursos escasos a zonas con recursos más abundantes, las traslaciones de un planeta a otro, las huidas desde lugares donde el horror se ha instalado y hace imposible la vida, los éxodos desde las zonas que una vez fueron hogares felices y sanos a destinos nuevos e inciertos. El vuelo del lenguaje, con su pico prensil de golondrina azul y largo gorjeo, recorre, en pleno invierno, una reserva india en Estados Unidos llamada Red Hill, allí viven confinados los Sin Huella.

En esta hondonada, cuya tierra está atravesada y regada por el río Escarlata, la enfermedad corre subterránea y sigilosa envenenando a los peces, a sus habitantes, a los animales y la propia tierra, por los efectos del extractivismo. Una pradera protegida sufre y se enferma en efecto dominó: caballos sobreexplotados para dar dinero, búfalos resistiendo al avance de la civilización, abejas desorientadas con un “vuelo tuerto”, lobos hambrientos, sapos rellenos de miel y canela para hacer hechizos, mujeres y hombres mareados por el alcohol, la droga y la desesperanza, extenuados por el encierro e invasión de sus tierras, sus cuerpos, sus derechos y libertades. Así en la tierra como en sus cuerpos, la enfermedad se expande silenciosa como una sombra o un maleficio. Este extenso territorio siempre en pugna, donde solo importa el invierno y la primavera, donde la raza, la etnia son temas definitorios, el lenguaje pía de maneras impensadas solo para hacer estallar cualquier certeza, ley, conocimiento científico e instituido como cierto; el lenguaje para los habitantes de la reserva y para la autora es una forma de resistencia.

El lenguaje como las golondrinas, las abejas, los africanos sobre aguas heladas, los centroamericanos sobre los trenes, migra. Se va del lugar “bien escrito”, de un lugar hecho de papel y tinta, del principio medio y final, de un lugar de certezas y correcciones para lo humano, a uno que no se asienta sobre fundamentos humanos, a un lenguaje que está más cerca del “no sé”, del que habla Giorgio Agamben, que del que da respuestas. Para eso la autora perfora o picotea esa barrera que se alza como un muro, como el muro de Trump, que impide migraciones entre el lenguaje humano y el animal o vegetal, entre el lenguaje despierto y el alucinado, mágico y rumiado. Entre el lenguaje de los que saben, pueden y responden y de los que saben de otro modo, de los que cuestionan, dudan y preguntan.  El lenguaje de Giovanna Rivero migra de un lenguaje hecho de palabras, por ejemplo, a uno que utiliza la saliva: “un escupitajo era un ‘sí’ y dos, un ‘no’” dominio de Reese, uno de los indios ex estrella del rodeo al que un caballo lo pisotea y le obliga a otro lenguaje. “El lenguaje en la utopía de su univocidad. (…) El testigo mudo. El testigo perfecto para el triunfo de ese planeta imposible”.

Se necesita de otro lenguaje para sobrevivir ese territorio indomesticable, parece enfatizar la autora de “Alma oscura del alba”. Como el de surcos y tinta escritas sobre la piel de una joven indomable de la reserva, Zoe. La mitad india, mitad blanca de 22 años destinada, como casi todas las niñas y jóvenes de la reserva, a una vida de prostitución no solo dentro pero también fuera de Red Hill, se somete a la tradicional de costumbre de los tatuajes con púa de cactus y navaja sobre el rostro. El lenguaje se hace carne sobre el rostro hermoso de Zoe para decir, no soy apetecible, no soy una buena mercancía. Un mensaje para los buitres que la sobrevuelan.  “Los ancestros de los Sin Huella, se pintaban rayas, como las de los animales, los varones rayas verticales, como un mandato del Gran Espíritu: las mujeres, rayas que seguían las ondulaciones del agua”.  El lápiz filoso “hizo el primer corte del puente de la nariz, bajando la pendiente para subir luego por su hermosa mejilla izquierda y subir hacia la hendidura de la sien, donde sus sueños formaban un precioso nido de víboras doradas. Luego fue el turno de la navaja”.

El lenguaje también migra para huir de la violencia. Surcos de tinta y sangre en la piel, así en la tierra como en la carne.

Está también el lenguaje de la naturaleza y la tierra. La cornamenta de un ciervo le habla al indio gigante y bueno de Russell Moon-Light. Le dice con su asta de color rosa, lejano al ocre que normalmente tiene, que algo no está bien dentro de él. El indio desoye lo que le dice el ciervo, o lee mal su lenguaje, y termina haciendo un amuleto que en vez de proteger trae la fatalidad. Una plantita carnívora, “preciosa Venus Atrapamoscas”, que se empieza a morir de hambre como imitando a los de la especie con la que convive, no comía, hasta que utiliza el lenguaje de la seducción expeliendo un botánico olor casi vaginal solo para demostrar que había comprendido lo que la madre de su humana, la niña Enola, dijo: “Si de verdad es carnívora, como esas flores que antes asomaban en los peñascos, que se las busque solita. ¿No es acaso lo que hacemos todas? Una planta floja no es para estas tierras.”

Emerge, en “Alma oscura del alba”, la vida animal, la vida de los ríos, de las plantas, de modo insistente y con él su lenguaje, no ya como metáfora para explicar lo humano sino como un sistema con sus propios significados y significantes. Las migraciones del lenguaje entre los territorios humano y lo no humano son un sello de la escritura de Rivero. Es tan válido el sueño, un lenguaje en sí, de la psicóloga Karina donde le son reveladas las coordenadas exactas en que aparecerá un ovni en la reserva como el sueño del ciervo de Russell que “Con la panza contra el follaje congelado y la epidermis de invierno en pleno trabajo, había apoyado el hocico en el suelo y ahora soñaba”. Soñaba con una cierva que “le había ostentado ampliamente las ancas”. Él la seguía, flotando casi. “Era un vuelo del que no quería bajarse”.

Al lenguaje de los sueños se suma el lenguaje de las estrellas, del cielo; un lenguaje hecho de puntos de luz, de movimientos, de explosiones de estrellas y de la luna. “La luna. Tan de la infancia, tan cruel, tan egoísta. Oh, la luna. Ver lo que sucedía y no hacer nada, no eclipsarse, no desesclipsarse. Colgar apenas como un pendiente.” El lenguaje de la oscura noche y de vidas lejanas que rige la vida del personaje principal. Así en el día como en la noche.

A esto se suman todas esas lenguas que se hablan en la reserva: inglés, español, shekwi de los Sin Huella, francés de los métis, inuit y sioux. “Y (…) las lenguas de todos los hermanos y hermanas de los grandes lagos.” El lenguaje de las señales de humo que los de la séptima generación ya han olvidado y sustituido por celulares. Rivero trata de abrazar, congregar todos los lenguajes, conjurar el destino de la reserva a un gran lenguaje de la tierra para no desaparecer, para sanar gracias a los misterios del universo. Intervienen todos esos lenguajes que tienen que ver con lo mágico, lo fantástico, lo imprevisible, lo visional. El lenguaje de las brujas, curanderos y místicos, lo monstruoso, la ufología, la brujería, la locura, las alucinaciones que trae el agua, la droga y el mal alcohol que se cuece en la reserva. Lenguajes todos que resisten a “dejar de ser”, como se resiste la propia naturaleza de ese territorio a la domesticación.

Así como los pájaros, los alfabetos. El territorio se resiste. También se resiste el lenguaje, la forma literaria de Rivero se torna en algo que vuela de un sentido a otro, una migración que deja su huella en forma de párrafos largos, llenos de puntos seguidos, bloques densos condensando la vida en una reserva. Impedidos de extender sus alas de ave o patas de caballo para correr a sus anchas por su propio territorio los lenguajes encuentran su curso. El lenguaje de la novela migra en 64 partes con sus propios títulos, de un personaje a otro, a la contemplación de un paisaje que se revela duro pero que esconde una belleza profunda, migra de un género a otro, de novela a fábula, cociendo en el texto fragmentos de letras de canciones, de poesías, de ensayo y de un tratado de ley. Lo hace también con la tipografía del texto: “Alma oscura del alba fue compuesta utilizando Adobe Garamond Pro para el cuerpo de texto, una tipografía diseñada por Robert Slimbach en 1989, inspirada en los tipos clásicos de Claude Garamond. Para los fragmentos escritos por los personajes Alma y Tayen se empleó la fuente Dreaming Outloud Regular Pro, generando un contrapunto íntimo y manuscrito que refuerza su voz narrativa. Los subtítulos fueron diseñados con la tipografía Mal de Ojo, creada por Tim Gibbon en 2004 a partir de motivos esotéricos recolectados en tiendas oaxaqueñas. El título en la portada utiliza la tipografía Bnreeboxrounded, diseñada por Brandon Nickerson (BMNICKS) en 2022, una fuente con gran presencia visual.

Cada decisión tipográfica y material fue cuidadosamente elegida para dialogar con el espíritu del libro”.

Es una escritura que toma todas estas extranjerías, admite todos estos saberes, historias, lenguajes, para costurarlos como un patchwork, con pedazos del cielo negro al que la protagonista, Alma, mira con insistencia. El estrabismo de la literatura, como dice Gina Saraceni, es un gesto de las grandes escrituras contemporáneas latinoamericanas, esa capacidad de mirar más de una cosa en el mismo momento.

Fuente: La Ramona