06/18/2013 por Marcelo Paz Soldan
Arturo Borda, ese intenso devorador de vida

Arturo Borda, ese intenso devorador de vida

BORDA

Arturo Borda, ese intenso devorador de vida
Por: Martín Zelaya Sánchez

“Arturo Borda -dice Edgar Arandia- es indefinible en el sentido de que es imposible encasillarlo. Siempre se desborda a sí mismo… Tenía dos talentos que lo convertían en un ser frenético, alguien que devoraba intensamente la vida”.
El 17 de junio de 1953 -con mañana hace 60 años- falleció Arturo Borda, escritor, pintor’ paceño genial y trashumante.
El Loco, el Toqui Borda, vivió como nadie e hizo lo que pocos. Como pocos, fue prolífico y extremo en todo: pintó no cientos sino miles de obras, la mayoría hoy de paradero desconocido, y escribió un monumental “libro total”, El Loco, de más de 1.600 páginas.
Como nadie, impregnó la ciudad de La Paz de su singular personalidad, de su mito, de sus locuras -tan celebradas como denostadas- a fuerza de andarla y desandarla hasta el cansancio, y se granjeó así más detractores que apologistas, aunque estos últimos prevalecen más al día de hoy.
Así, no podía ser menos estrambótica y terrible la historia de su muerte: Jaime Saenz cuenta que cuando a Borda le faltaba poco para cumplir 70 años -nació el 14 de octubre de 1883, por lo que este año se recordará su aniversario 130-, una madrugada de borrachera, que eran las más, insistió tanto a una casera por un trago que ya no había, que ésta le dio ácido muriático a modo de desligarse, y sin pensar jamás que el viejo se lo bebería sin asco y de un tirón.
¿Cómo no dedicarle, entonces, unas líneas a tremendo personaje? “No hizo escuela -continúa Arandia, poeta y pintor- porque era libre y no se apoltronó en el sillón del estilo que vuelve a los pintores y escritores totalmente previsibles. Para mi generación fue, además, un ícono por su compromiso con las luchas populares y su manera de apartar el panfleto de su obra”.
Y es que además de narrador y artista plástico, Borda fue un decidido activista político y sindical pero, ante todo, un ser comprometido, un homb1re con ideas claras, incorruptibles y, claro, polémicas, adelantadas y, por ende, incomprendidas.
Hombre con atributosEn Autobiografía, un breve pero revelador texto publicado originalmente en el diario La Nación en octubre de 1962, a los ocho años de su muerte -y recuperado en 2000 en el número 2 de la revista La Mariposa Mundial- escribe, hablando de sí mismo en tercera persona:
“En cuanto a su fe artística, o mejormente estética, dice Borda: ‘Creo que el fin primordial del arte es la belleza poliforme y proteiforme, y que la incapacidad de poder realizarla ha forzado liviana y fácilmente, sin esfuerzo ni estudio (‘), a formar legiones de locos del absurdo, produciendo trabajos que repugnan al gusto estético más elemental por su ininteligibilidad y su fealdad’”.
A esta declaración de principios se puede agregar la opinión que Saenz esboza en una de las semblanzas de su libro Vidas y muertes: “Arturo Borda, como artista que era, estaba en posesión de la realidad verdadera, y por tanto no esperaba que le comprendieran, ni como hombre ni como artista, pues ya sabía que como hombre y como artista el único llamado a comprender era él”.
A propósito del autor de La piedra imán, la literata Claudia Pardo sostiene que “Borda es un referente fundamental para la obra de Saenz. De hecho, El Loco ingresa recién al ‘canon’ de la literatura nacional a finales del siglo XX y se la conoce o comienza a leer básicamente por la influencia que Saenz transluce en su obra”.
En 1966 se publicó, finalmente, y pasados ya 13 años del deceso del autor, los tres tomos -¡1.676 páginas!- de El Loco, una descomunal bitácora de vida: diario, cuaderno de apuntes, ficcionario’ una suerte de visión total interna y externa que es hoy parte de la colección de las 15 novelas fundamentales de Bolivia.
¿Novela, entonces? Pardo, que junto a Omar Rocha preparó una selección de fragmentos de la única edición de El Loco para este proyecto materializado el año pasado, afirma que sí:
“Yo diría que El Loco es una novela que básicamente narra, poetiza, dramatiza, reflexiona la experiencia de conocimiento y pensamiento del Loco, personaje que existe a través de la palabra, es decir, él conoce y comprende su realidad desde el ejercicio mismo de la escritura de esta obra”.
“Yo’ Llevo el ala enlutada ya con la insondable nostalgia por mi lar perdido desde la bárbara conquista. No busques, pues, en mí, ¡oh, enigmático caminante!, ninguna actividad en el mundo real; ve que sólo vivo en las somníferas calmas del azul, allá donde bebo la serenidad de mis dioses Inti, Phajsi y Huarahuaras, que inundan de melancolía el aire ambiente’”.
¿Pero qué es entonces El Loco? El mismo Borda intenta una explicación en su Autobiografía:
“Y continúa escribiendo, a pesar de todo, únicamente cuando necesita expresar algo que le impulsa premiosamente. Así ha ido trabajando en esta actividad desde 1901 en una obra cuyo protagonista es El Loco, en cuyo ser y vida se baten y funden todas las ideas en una desesperada aspiración de ensueño hacia una suprema liberación conciencial del yo”.
Por si no queda claro complementa: “Es un cubilete donde la existencia se chocolonea locamente entre tinieblas y relámpagos, o meridianos o conjunciones, como entre hipos, llantos sonrisas y carcajadas, entre desiertos y marañas de selva’”.
Pintor de empecinada claridad “El Illimani era su tema. Este hombre extraordinario vivió y murió pintando el Illimani. Arturo Borda nos enseñó a mirar con hondura nuestra imagen, la imagen de nuestro mundo, su arte es ante todo un arte boliviano”, comenta Jaime Saenz.
Cuentan que el Toqui se la pasaba haciendo bocetos en su inseparable cuaderno, sea de día, de noche, en casa, en la calle, en sus oficinas de turno, en sus reuniones sindicales y, sobre todo, en el bar o cantina de turno.
Así explica su vasta obra, pero también su impopularidad en los círculos de las bellas artes de la época. Volvamos a su Autobiografía:
“Siempre sus trabajos han sido originales por su factura, técnica y concepción, puesto que jamás ha tenido profesores, maestros, escuelas o academias, ya que a fuerza de porfía tuvo que descubrir o inventar los secretos del arte para dar la vida a sus concepciones en las penurias de su hogar, luchando contra la oposición familiar, social, política y económica, en mucho debido a sus rebeldes ideas políticas”’
“Desde entonces -recordemos que redactó este texto en tercera persona- ha efectuado nueve exposiciones, sin alharacas, siempre con gran número de pinturas, las que a la fecha alcanzan más o menos a más de dos mil y tantas, sin contar los miles de dibujos que realiza a diario en quintas, chicherías y tabernas, como quien juega por un refresco cálido”.
Muchas de esas 2.000 y pico piezas tienen en primer o segundo plano al emblemático nevado paceño.
Y es que según Arandia: “Arturo Borda nos enseñó que no es lo mismo mirar el Illimani que contemplarlo. Que la ciudad tiene varias líneas de horizonte, y que el Illimani es el que ordena su caos, que es la divinidad más importante de los habitantes de esta ciudad escindida. Chukiyawu marka, la ciudad indígena y chola, la ciudad criolla y mestiza -dos en una- cobijada por la radiante presencia de la montaña”.
Poco más se puede decir de este “loco” maestro pintor y narrador. Quizás, para concluir y a manera de anécdota, algo que cuenta Saenz en su Vidas y muertes:
“Vivía en un cuarto de la casa de su hermana atestado de pinturas y papeles’ entre sus libros de cabecera estaba El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer y la Creación de la pedagogía nacional, de Tamayo’ tenía los bolsillos siempre llenos de un grueso lente, un cuaderno de dibujo con tapas de madera y un par de lápices’”.
Fuente: Página Siete