03/20/2017 por Marcelo Paz Soldan
Arder antes que durar

Arder antes que durar


Arder antes que durar
Por: Sebastián Uribe Díaz

Nada puede arder sin dejar algún tipo de rastro. Los personajes de Maximiliano Barrientos en los seis cuentos que forman el presente volumen están marcados por las terribles e intensas experiencias de su pasado. Lo que más anhelan es desaparecer y desvanecerse para dejar de sufrir, más aún en una sociedad que alienta y exigen a sus miembros, evadir en todo momento este tipo de emociones. Las realidades en las que se desenvuelven son hostiles y frustrantes, y el único camino es la resignación. La redención es una posibilidad vedada para estos frágiles seres cuyos mundos se han desmoronado y cuyas únicas cenizas que quedan son recuerdos tóxicos. El escritor boliviano narra con destreza la desaparición del sosiego, o lo que solemos llamar “vidas equilibradas”, y cómo ello da paso a un caos personal permanente.
Las derrotas en los relatos del libro de Barrientos comienzan en el plano físico, sí, pero se manifiestan sobretodo en a nivel mental. Y es a nivel psicológico donde los daños se vuelven irreversibles. En “No hay música en el mundo” el boxeador protagonista percibe un extraño olor a descomposición que nadie más parece percibir. Una extraña atmósfera que se pudre a su alrededor, como una extensión de su percepción del mundo. Ahora que ya ha perdido relevancia en lo único para lo que parecía ser bueno, ha pasado a ser un elemento prescindible del sistema. Un desecho, un ser obsoleto. En “Sara” el abuso sexual de la que es víctima la protagonista le deja un trauma imborrable. Por más que ha intentado rehacer su vida, el recuerdo está ahí, perenne, recordándole las sensaciones de vergüenza y frustración con las que carga, manifestadas a diario en la imposibilidad de construir una relación real. Las acciones de su presente pasan a ser simulacros, ficciones, parodias de algo real. Como sucede en “El fantasma de Tomás Jordán” donde la adicción al alcohol termina siendo el campo de refugio para el duelo por el hermano muerto en un accidente y la pasión irreprimible por la viuda de éste; o también en “Fuego”, donde la evasión del presente se manifiesta a través de las construcciones mentales de encuentros que nunca sucedieron; o en “Gringo” (cuento que remite a “El infierno tan temido” de Onetti y las fotos que fungen de evidencia del “crimen” que se cometió en el pasado) donde se termina apostando por la mentira y un falso relato para evitar llegar a una sensación de desesperación interminable debido a un anhelo de venganza que busca destruir anímicamente a la tía del protagonista. Los personajes pueden ser calificados como perdedores debido a la imposibilidad de reincorporarse a un grupo social, que es lo se le exige a uno hoy en día. Adherirse para sobrevivir o pasar al rechazo en todos los sentidos, comenzando por el económico y luego por lo afectivo. El único cuento donde esto no se desarrolla de manera efectiva los elementos antes mencionados, es en “Algo allá afuera, en la lluvia” donde la apuesta por la brevedad juega en contra de la historia que se narra, no logrando transmitir de manera contundente la sensación de resquebrajamiento del personaje principal.
Un mundo en llamas presenta atmósferas agresivas, salvajes y violentas capaz de causar traumas individuales incapaces de ser asimilados. Es el dolor que pasa a gobernar las vidas de aquellos que lo padecen, y que pasan a aprender a convivir con él. Abrazarlo y volverlo parte de su personalidad, triste y solitaria. Es el reflejo de aquellos que pasan a ser excluidos y derrotados. El autor boliviano brinda en estos cuentos el B-side de las historias de “éxito” que se han vuelto los mantras de nuestros días. En un libro que me ha gustado a pesar del reparo mencionado (mi libro favorito sigue siendo Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer), que se suma a una más que interesante propuesta narrativa.
Fuente: /www.solotempestad.com