Apuntes sobre la literatura del “encholamiento” en Bolivia
Por: Alex Salinas
La fascinación letrada y la fantasía masculina por la figura de la chola es temprana en la literatura boliviana. La encontramos ya en Juan de la Rosa (1885), la novela escrita por Nataniel Aguirre, quien idealiza un mestizaje más blanco que indígena, matizado e inevitablemente erotizado en el personaje de la chola:[S]u boca de labios rojos un tanto gruesos, con dientes brillantísimos; su cuello blanco, como el de una señora de la sangre más pura y azul, todo en ella tenía algo de mejor, de más lino y delicado que en la generalidad de las mujeres de esa robusta raza cochabambina, mucho más española que india”.
La volvemos a encontrar en las páginas de La plata perulera (1912) , libro que debería estar en el centro del canon literario de nuestra ciudad, como suma de chismes, anécdotas, costumbres y discusiones chuquisaqueñas de finales del siglo IXX. Allí, el narrador Ciro Bayo, extranjero y agudo observador, es capaz de moverse a través de los distintos estratos raciales y sociales de nuestra ciudad, apuntar lo curioso, señalar el espanto de la diferencia.
Tampoco él puede sustraerse de los encantos de la chola: “Unas llevan medias y otras enseñan las pantorrillas desnudas;[…]Algunas de ellas van hechas un brazo de mar, con el pelo partido en dos trenzas, pañuelo de Manila, pollera de seda ó de terciopelo, zapatillas de raso y largas caravanas ó arracadas de plata.
Por su donaire y gracejo recuerdan á las majas andaluzas”.
A lo largo de la primera mitad del siglo XX, las novelas que se conocieron como de “encholamiento” se hacen recurrentes. En ellas, la mujer mestiza es generalmente mostrada como un personaje seductor, veleidoso y caprichoso, capaz de tentar a los hombres y llevarlos a su perdición. Se leen en sus páginas una suerte de temor conservador hacia ellas por parte de las mujeres criollas, y de fascinación por parte de los escritores que se refieren a la chola como una poderosa y carismática figura de la sociedad boliviana. Algunos autores como Carlos Medinaceli (1899-1949), en La Chaskañawi (ojos de estrella) de 1947, percibían su fuerza, su energía, como factor importante de la nacionalidad que podía promover la movilidad social de las personas.
Para Medinaceli, el progreso de la nación debía tener por base el dinamismo de la chola y de sus vástagos que, para el escritor, de acuerdo a José Ortega, iban a “imponerse al reaccionarismo y apatía del indio, así como al espíritu indolente de la aristocracia blanca”.
No obstante, nos lo recuerda Carlos Piñeiro, otros escritores como Adolfo Costa Du Rels (1891-1980), en el cuento “La Miski Simi” (boca dulce) de 1921, mostraban a la chola más como un sujeto portador de un igualitarismo descendiente, como parte de la barbarie que amenazaba al orden y la civilización profesada y dirigida por las élites letradas.
En “La Miski Simi”, Adolfo Costa Du Rels busca mostrar la desintegración moral y física del personaje de Joaquín Ávila en su contacto con la mujer mestiza. La visión de la mujer es negativa. Costa du Rels la condena abiertamente como explotadora, pues usando sus encantos femeninos despoja al hombre de su personalidad, arrancándole la vida sin escrúpulos ni clemencia. Sobre el cuento y su tema principal indica Ricardo Pastor Poppe: “ El encholamiento (relaciones entre miembros, generalmente hombres, de la aristocracia y la mujer del pueblo, la chola), es el tema central del cuento. […], la chola es una mujer mala. La boca dulce es un apelativo lleno de sarcasmo, pues esa boca: ‘En el primer roce, le había trasmitido [a Joaquín Ávila] su veneno, imponiéndole a la vez su ley’ ”.
Quizás todavía no se haya escrito la gran novela de la chola, aquella que nos muestre su voz, su pensamiento, donde podamos leer cómo se percibe ella misma en la sociedad, y no sólo el deseo, el desprecio, el temor o los proyectos de los escritores y de las élites. Me gustaría también saber que piensa ella de los letrados, de todos aquellos que intentan llevársela a la cama o de los que simplemente la estrujan por sus páginas. He leído alguna ruptura en la primera parte de Ahora que es entonces (1998) de Gonzalo Lema, que le cede la narración a la mujer mestiza enfrentada a la barbarie del Chaco, a las maquinarias de guerra del Estado, a la diferencia del otro, en este caso, su amante letrado (curiosamente un doctor chuquisaqueño). Sin embargo, como en 1928 un Mariátegui todavía esperaba la auténtica escritura del indígena, aquella escrita verdaderamente por uno (lamento que no haya leído a José María Arguedas), en Bolivia todavía esperamos la verdadera novela indigenista y, por supuesto, también la novela de la chola.
Fuente: Puño y Letra