Apuntes mínimos sobre ciencia ficción boliviana
Por: Sebastian Antezana
Si fuéramos a resumir sus ocupaciones en tres o cuatro frases, diríamos que los viajes en el espacio como premisa, el futurismo como bandera, la historia especulativa como trasfondo y la extrema tecnologización de las sociedades como marca registrada son algunas de las características de un discurso que ha devenido en género de culto tanto en cine como en literatura: la ciencia ficción.
Si fuéramos a definir muy a grandes rasgos este discurso, indicaríamos que en su vertiente literaria, la narración de ciencia ficción tiende a constituirse como una proyección pública de una trama privada, el gran despliegue de un relato de cauce y conflictos más bien interiores. Por eso, en gran medida, clásicos del género -como 1984, de George Orwell, o Fahrenheit 451, de Ray Bardbury- se leen fácilmente más allá de las historias que cuentan y se concretan como metáforas correspondientes a la coyuntura en que fueron escritos y, en rigor, correspondientes también a otras coyunturas.
Si fuéramos a dar algo más de detalles, podríamos ver que el núcleo común de todas las historias -las buenas- de ciencia ficción pasa por la confrontación con una parte de la realidad que no tiene que ver con el artificio técnico ni el desplazamiento espaciotemporal en sí mismo -salvo algunas excepciones-, que este núcleo construye una problemática atemporal que se concreta en paralelo a la historia del mundo y, por lo tanto, tiene la capacidad para cuestionarla.
De ahí que temas como el control totalitario, la intolerancia colonial en todas sus facetas, el drama ecológico, las relaciones humanas, la constante de la violencia, las transformaciones culturales -que siempre tienen como base al propio cuerpo- e incluso la historia intelectual, sean los centros de las mejores obras de ciencia ficción.
Si fuéramos a contextualizar la literatura de ciencia ficción en Bolivia sospecharíamos que es por eso que, quizás, los más grandes aportes que en el país se han hecho al género (pienso, sobre todo, en novelas como De cuando en cuando Saturnina e Iris, seguramente las dos cimas del género en nuestro contexto) tienen que ver con privilegiar la exploración de psicologías, imaginarios tradicionales, hechos históricos específicos e incluso reflexiones sobre la forma y posibilidades literarias (es decir, reflexiones meta literarias que en este caso se presentan como meta genéricas) antes que los elementos tecnológicos o fantásticos de las historias, elementos que sirven solo como alegoría y soporte de una vocación narrativa más bien -por más paradójico que esto suene- ligada al realismo (hecho que, por otra parte, ya había sido anticipado con la transformación de una primera ciencia ficción clásica y futurológica al subgénero del cyberpunk).
Si dijéramos algo más -en realidad muy poco- sobre el contexto nacional, empezaríamos afirmando que en Bolivia tenemos una tradición todavía incipiente en lo que se refiere a la escritura de ciencia ficción -por no hablar de la tradición crítica del género que es, como la de tantos otros, inexistente-, un grupo relativamente pequeño de escritores que, sobre todo desde finales del siglo pasado, ha venido construyendo un corpus todavía desarticulado y con evidentes altibajos aunque ya más o menos visible. Entre ellos, Alison Speeding y Edmundo Paz Soldán son quizás los dos casos más destacados con las novelas De cuando en cuando Saturnina (Speeding, Mama Huaco, 2004) e Iris (Paz Soldán, Alfaguara, 2014).
Ambas novelas narran historias complejas, altamente convincentes y capaces de interpelar nuestro horizonte políticocultural desde la especificidad del imaginario y las problemáticas andinas (la primera) y desde la crítica a la historia colonial y la cuestión minera (la segunda). Hasta la fecha, De cuando en cuando Saturnina e Iris son los dos puntales más sólidos de la que puede ser una plataforma vital para posteriores y más prolongadas experimentaciones, la primera planta del futuro edificio de la ciencia ficción boliviana.
Si fuéramos a ahondar algo más en la cuestión de practicantes nacionales del género notaríamos que Paz Soldán y Speeding, desde luego, no son los únicos.
Durante los últimos años escritores reconocidos en el país han publicado libros como El huésped (Gary Daher, La Hoguera, 2004); El despertar de la bella durmiente (Adolfo Cáceres Romero, Kipus, 2009); Helena 2022: la vera crónica de un naufragio en el tiempo (Giovanna Rivero, La Hoguera, 2012); Después de las bombas (Gonzalo Lema, La Hoguera, 2012).
Además, autores quizás menos conocidos, y en su mayoría más jóvenes, nos ofrecen también libros que juegan con el género, como El viaje (Rodrigo Antezana, Nuevo Milenio, 2001); Memorias de futuro (Miguel Esquirol, La Hoguera, 2008); NOVA (Dennis Morales Iriarte, Kipus, 2013); Hyperrealidad: El evangelio de las profundidades (Ronald Rodríguez, Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz 2011), Samay Pata. Al rescate de los selenitas (Iván Prado Sejas, Kipus, 2012); El hombre (Álvaro Pérez, Kipus –Premio Plurinacional de Novela Marcelo Quiroga Santa Cruz–, 2013).
Si tuviéramos que finalizar esta pequeña reseña con una nota positiva, diríamos tal vez que la mayor -y quizás la mejor- parte de la literatura de ciencia ficción en Bolivia todavía queda por escribirse. Esperemos que el nuevo milenio, auspicioso en este sentido como parece ser, asegure la promesa de una literatura de género comprometida con sus formas futuras, consciente de sus horizontes utópicos y el alcance de su imaginación distópica, y capaz de constituirse como canal productor de nuevos sentidos en el marco de los discursos culturales bolivianos.
Fuente: Letra Siete