Apuntes en torno a la obra y la vida de Víctor Hugo ViscarraPor Pablo Gozalves (Director y Editor de Tercera Piel)Aproximarse a la obra de Víctor Hugo Viscarra es una oportunidad inigualable para hablar de los fundamentos de la escritura y también una posibilidad de indagar en la expresión del vértigo que deseo traducir como la experiencia del límite. Sí —digo del límite— porque es en el umbral de la marginalidad que él existe y escribe. Para Viscarra escribir es responder a una necesidad inmediata, es un desahogo que permite expectorar los movimientos internos; una terapéutica como entendiera Cioran, porque es a partir de la desgarradura constituyente del individuo que se hace necesario el acto de la escritura, para atenuar las presiones interiores y para debilitar sus erupciones en la carne; una catarsis en sentido pleno. Su espíritu testimonial trasunta en el mundo del margen del que se siente portavoz y del que se ha alimentado toda su obra literaria. Pero nuestro escritor no solo ha enriquecido la literatura boliviana con sus relatos, memorias y cuentos. Sus investigaciones sobre el coba —lenguaje secreto del hampa boliviano— son un aporte sólido a los lingüistas de nuestro país y una base referencial imprescindible para ingresar en los sectores del “lumpen”.La forma de plasmar los hechos en palabras, las vivencias de las que participa como testigo y narrador o como tejedor que hila en el recuerdo de las imágenes autobiográficas, no es forzada, tiene valor intrínseco y responde a la necesidad de proyectar hacia el exterior el centro existencial que construye su mundo literario.El acto de escribir cobra sentido entonces como acontecimiento solitario, en el cual el individuo se mira en el espejo para retratarse y dialogar consigo mismo. Es por esto que no se exhibe cuando escribe, porque escribe para sí mismo. Después, por el carácter público del objeto artístico, la obra supera al autor y deja de pertenecerle. En varias entrevistas Víctor Hugo Viscarra afirmó enfáticamente: “publico, asumiendo las consecuencias, lo que los escritores mediocres prefieren callar”. Sin embargo, y paradójicamente, su obra no ocupa un lugar marginal en Bolivia y su nombre está impreso en mayúsculas en la narrativa contemporánea de nuestro país.Seguidor de las obras de José León Sánchez, de Dostoyevski y de Bukowski entre otros, Viscarra deambula los barrios marginales de la ciudad de La Paz, observando, participando, hilando, cuestionando a esta sociedad que mira la pobreza con desdén e hipocresía. Su estilo de vida transgresor sacude el conformismo del establishment. El aspecto exterior y anecdótico de su obra y su vida nos revelan la exploración de un hombre que se interna en lo profundo de las zonas de extrema tensión del ser humano; en la miseria consustancial del individuo.La noche entumecida de frío, los basurales, las cantinas y prostíbulos en decadencia, las calles vacías, los estertores y vahos del alcohol son los escenarios en los que se desenvuelven los relatos, con apariencia sórdida y en un aislamiento fundamental que le otorgan los rasgos de aquellos hombres “heridos” a los que se ha negado el don de la ilusión. Como Artaud que al afirmar en una carta: “yo he nacido de mi dolor” Viscarra escribe desde el apocalipsis personal en el que se encuentra, porque, y esto apunta a desentrañar los fundamentos de la escritura, “Escribir es un acto fisiológico”; “Escribir es inscribir algo en la carne. Es tatuar al que lee” según afirma Trías.Bordear los límites es no pertenecer a ningún lado, es conducir la nave de los locos, destinado al exilió en el propio desierto interior. Como el monstruo necesario que atemoriza a la ciudad y que escribe sus memorias apoyando sus cuadernos en los extramuros de la ciudad mientras vela, insomne, lo intolerable de la noche, más allá del estremecimiento, en la frontera de la vida en sociedad que no comprende y del individuo enfrentado a su propia sombra.
04/17/2007 por Marcelo Paz Soldan