Antruejo, las asperezas del carnaval
Por: Ivan Gutierrez M.
No hay persona que no tenga un par de buenas historias vinculadas con el Carnaval. Incluso se podría pensar, como con la mayoría de las fiestas, que podríamos hacer un resumen sistemático de todos los cambios que hemos ido teniendo en el desarrollo del tiempo a partir de recuerdos concretos de los festejos carnavaleros que hemos presenciando a lo largo de nuestra vida. La diferencia con otras fiestas es la posibilidad de permisividad extrema que estas fechas poseen.
El Carnaval está contenido en una dicotomía extrema de emociones muy buenas o muy malas, y compuesto por una alta dosis de embriaguez que modifica la percepción normal del mundo. Con esto me refiero a que no necesariamente el cuerpo debe estar consumido por la humedad festiva. Sino que la fiesta teje una especie de manto que convierte a las cosas, las redefine y hace al mundo, por lo menos en esos días, mucho más ruidoso. Más áspero.
Encuentro una extraña fascinación del tacto por lo áspero, por el sutil cambio de la superficie. La acentuación del tacto en la caricia puede ser cuantificable a partir de los recuerdos de las superficies ásperas de los cuerpos. Es más, posiblemente, nuestras mayores nostalgias se acunan en esos detalles que dibujan empedradas superficies de un rostro, de una espalda, de una pierna. Porque nos hacen conscientes del vacío, del hueco, o de la posibilidad de que la horizontal piel de la tierra en la que nos sujetamos también se disuelve en el agua. Porque es a partir del rastro del camino del agua que podemos acercarnos a la edad de la tierra.
Lo áspero me conecta con el vértigo de la certeza de saber que hubo una historia. En una cicatriz se contiene todo el pasado de un nombre, que a la vez puede excluirnos o eternizarnos para siempre.
El carnaval es una fiesta áspera, de ruido, de esas que deja una vorágine de sensaciones. Es probablemente la fiesta más volátil, en la que el exceso reconstruye la forma en la que sentimos y nos sentimos en la realidad.
Escribo sobre el carnaval porque es el tema de la primera revista que publicó el colectivo de literatura Letramargo en nuestra ciudad y se la puede encontrar con el nombre Antruejo.
Llegó a mis manos de forma sorpresiva y me dejó una buena impresión el saber que contaban con colaboraciones de escritores como Homero Carvalho y Claudio Ferrufino. Dos nombres de alto grado de representación en las letras de nuestro país. También pude encontrarme con el trabajo de Ariel Revollo, escritura que hace buen tiempo sigo y que siempre me deja una sensación grata. Además de leer nombres que me resultaron una novedad, y que espero que la experiencia del proyecto del colectivo Letramargo sirva como plataforma para una mayor amplitud de trabajos.
En el abismo en el que se encuentra la actual situación de gestión cultural de nuestra ciudad, por la nefasta gestión municipal; en el mediocre y nulo trabajo de la casa de la cultura y todos los encargados de ésta; en la triste situación de incumplimientos de productos que deberían haber sido planificados como los concursos literarios y que sin reparo alguno quedaron manoseados, perdiendo cualquier espíritu de autenticidad y al contrario promoviéndolos en una total incertidumbre y susceptibilidad; encontrarme con esta revista, es un pequeño alivio y una prueba más de que la mayor responsabilidad se encuentra no en las instituciones malogradas por el desesperado deseo de poder a través de la política, sino en la pasión por el oficio, en este caso, el de escribir. Porque, finalmente, como decía un amigo, la mayor disciplina es la pasión.
Antruejo es una revista que apunta y resalta todo el tiempo, el entusiasmo por la escritura, en un formato sencillo y artesanal. Los textos son un viaje, en esa áspera memoria de los carnavales vividos.
Para cerrar, lo que importa es saber cuánto hemos cambiado y siempre volver, con menos heridas, a ese carnaval donde siempre gritamos: ¡Salud!
Fuente: La Ramona