11/07/2013 por Marcelo Paz Soldan
Antología esencial de un poeta chapaco

Antología esencial de un poeta chapaco

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Antología esencial de un poeta chapaco
Por: Marcelo Arduz Ruiz

Una de las novedades que nos trajo la Feria Internacional del Libro a la ciudad del Illimani, fue la implementación de cuatro salas de conferencias bautizadas con nombres de ilustres personalidades literarias: Yolanda Bedregal, Oscar Cerruto, Joaquín Aguirre y Roberto Echazú Navajas, éste último bardo sensible que figura con voz y gravitación pro­pias dentro de la literatura boliviana, al captar la recóndita esencia de las palabras volcándola en poemas densos llenos de simbolismos y brevísimas imágenes, que nos transportan ha­cia un mundo poético en el que se respira un hálito nuevo y mo­derno.
El poeta nacido a orillas del Guadalquivir, es autor de los poemarios “1879” (1961), “Akirame” (1966), “Provincia del Corazón” (1987), “Morada del olvido” (1989), “Sólo indigencias” (1989), “La sal de la tierra” (1992), “Gabriel Sebastián” (1994), “Humberto Esteban” (1994), “Camino y cal” (1997), “Inscripciones” (1997), “Umbrales” (1998) y “Memorias cercanas” (2000); todos ellos reunidos por editorial Nuevo Milenio en la obra “Poesía completa”, en la cual se percibe con nitidez la soledad, el silencio, el olvido, la ternu­ra y la muerte que tanto motivara al poeta, además de su manifiesto amor al terruño.
Entre muchos aspectos de profunda cali­dad humana, es preciso rememorar la entra­ñable amistad que mantuviera con poetas de todas las edades, y un delicado sentido del humor que se podría recopilar en libro aparte. Pero para muestra un botón: se solazaba en presentar a su agraciada esposa, poeta y declamadora consagrada, diciendo que no debería llamarse Lucila -como en realidad se llama- sino “Escóndela”. Y si ella mostraba algún asomo de enfado, respondía “no le hagais caso hermanito: mujer que no jode es hombre!…”
El año 1979, en las huertas de la vecina población de San Loren­zo organizamos juntos el primer Anticongre­so de Poetas, llamado así por no estar su­jeto a Agendas, temarios ni resoluciones. Allí los vates se reunieron en señal de velada protesta a departir entre amigos, degustar la esencia de los parrales y leer despreocupadamente poesía sin emi­tir criterio alguno sobre la “situación” política ni los gobiernos dictatoriales que entonces se habían enseñoreado del país.
Esta sui gèneris reunión, fue bautizada como el “Encuentro de los Quince”, por el núme­ro de poetas que participaron en la primera cita, y al convocarse a nuevas versiones en distintas latitudes del país, en las cuales se llegaron a plegar nuevas voces y también hubo de aquellos que se apartaron por residir en el exterior, no obstante por unanimidad se decidió mantener el nombre “de los 15” como cifra cabalística en la cual cabían todos sin que nadie llegara a faltar.
De esta manera, a partir de una reunión informal se llegó a constituir un vigoroso movimiento poético, considerado por algunos críticos como el más importante del país luego de la segunda generación de Gesta Bárbara, manteniendo vigencia plena la organización hasta el último de los días del que fuera fundador y principal animador en todas sus reuniones.
En la pléyade, que ya no eran 12 ni 15 si­no muchísimos más, en primerísimo lugar habría que recordar a Alberto Guerra Gutié­rrez, el entrañable amigo que le antecedió pocos meses antes en la partida y al que seguramente lo ha buscado en el más allá, para restablecer sus amicales conversaciones. Entre otras voces, cabe recordar a Gonzalo Vásquez, Héc­tor Borda, Eduardo Mitre, Pedro Shimose, Edgar Ávila, Matilde Casazola, el “Soldado” Terán y Jaime Nistahuz…
En el ámbito más íntimo de Tarija, Rober­to formó parte del grupo “La Nao de los lo­cos”, junto con Edgar Ávila, Oscar Pantoja, Chafallo Ruiz y el desaparecido Chacho Ávila. A poco de trasladar mi residencia a la ciudad de La Paz, encontrándome de paso por el terruño en la calle Ed­gar me invitó a formar parte del grupo, pidiéndome que a las 5 en punto de la tarde (hora lorquiana) acuda a la casa de Roberto.
Confieso que fue una velada inolvidable. Al to­car el timbre de la casa, salió una comitiva de frailes encabezada por Roberto portando un incensario de plata antigua. Todos estaban vestidos con diferentes hábitos religiosos de antaño, algunos con capucha a la espalda o sombrero de paño. Y toda aquella tarde la pasamos degustado añejos vinos y hablando de los raros delei­tes que tiene la poesía y otras boberías…
Entonces, al pregun­tarle sobre el extrañísimo título de la más celebrada de sus obras (Akirame), Roberto nos manifestaba que contiene connotaciones musulma­nas que hacen referencia al culto a la muerte. La respuesta, valedera o no, con su partida hoy ya resulta difícil de pre­cisar y mejor así, al mantener un velo de sugerente misterio que se prologa hasta nuestros días.
Sobre el particular, recuerdo al indefinible Vallejo, el poeta que fue capaz de predecir su propia muerte, allá en París, cuando la ciudad luz lloró su ausencia en una estación que no acostumbraba hacerlo. A propósito, el vate murió un 15 de abril (1938), por lo cual el gobierno peruano adoptó la fecha reconocida mediante Decreto Supremo como el Día del Poeta Peruano y se creó La Casa del Poeta en su homenaje.
Pero vayamos al grano. Encontrándose César en su lecho de muerte, recibió la visita de un escritor español quien admirado por la capacidad que había tenido de inventar palabras en “Trilce”, se atrevió a pedirle le revelara el significado del título de este libro olvidado precursor de las vanguardias latinoamericanas…
El poeta respondió, que también había llamado a uno de sus poemas más queridos: “Piedra, blanca sobre piedra negra”, recordando que se hallaba, más desconsolado que nunca en el cementerio de Trujillo, buscando la tumba de su padre, añadiendo entristecido “Yo me encontraba cubierto con un abrigo negro que lo deposité sobre el mármol blanco de su lápida: entonces comprenderás que yo fui incapaz de inventar nada”…
Al insistir el hispano sobre el tema de la conversación, Vallejo contesta que bautizó así a su libro únicamente para desconcertar a las engreídas oligarquías que entonces se daban el lujo de menospreciar a la cultura nativa; pues “Trilce” en lengua mochica significa simplemente “hacer poesía”, teniendo él la certeza que jamás sus persecutores se llegarían a enterar. Para salir de dudas, únicamente bastaría consultar el oráculo de Huarochiri de José María Arguedas, el suicida inmortal.
Otro pasaje que acude a nuestra mente y que no sé si viene o no al caso recordarlo aquí, es lo que el gran maestro de la generación española del 98 expresara instantes antes de morir. Luego de almorzar reposadamente junto a sus familiares, el viejo Unamuno les dijo: “ahora me toca descansar” y se retiró a sus aposentos para morir santamente, pensando todos hasta varias horas después que todavía seguía descansando…
Y no es que con las citas que anteceden, pretendamos establecer algún paralelo con lo que algún desprevenido escritor dijo que Roberto “por mucho vivir” y tan intensamente se hubiera llegado a suicidar, lo cual resulta difícil de acreditar pues amaba demasiado la vida, la poesía y el mundo, a tal punto que su sonrisa y compasiva mirada tenían mucho de angelical.
Aunque los dichos populares sostienen que los tarijeños nacen donde quieren y pueden vaticinar el lugar y día de su muerte, a este Robertito -como le decían todos (incluyendo los mucho menores que él)- se le ocurrió morirse, así nomás, de muerte natural sin anunciarnos su partida. Lo que equivale a decir que prefirió suicidarse lentamente, saboreando hasta el instante de morir el último hálito de vida y poesía…
Fuente: Ecdótica