Por Amalia Decker
La literatura universal ha sido, salvo excepciones, un espacio para hombres. Como todo, en un mundo intensamente patriarcal. Por suerte otros vientos corren para sanar; y para deconstruir viejos y pesados paradigmas. Son tiempos subversivos en los que se tejen lazos más humanos, menos egoístas y más solidarios. Al menos eso quiero creer. Algunas lo hacemos a través de la palabra, ese antiguo instrumento de probada potencia que nos permite abrir espacios. Allí cada una, con su singularidad, es capaz de construir un entramado fuerte, pero siempre imperfecto e insuficiente. De eso se trata: un proceso infinito.
Lo evidente es que ha sido superado el mundo en el que las mujeres escribían bajo un seudónimo. Tampoco es tiempo para que se nos relegue a la categoría de literatura menor o particular. Pero, todavía somos invisibles. O se nos confina a espacios literarios exclusivos para mujeres. Como si el género influyera en la calidad del invento y de la escritura. Es apenas una cualidad –como es el origen, la experiencia de vida, el entorno, la fantasía– que marcan la escritura de hombres y mujeres. Sin embargo, aceptamos todos los retos que se nos presentan.
Escribimos desde el cuerpo. Enaltecemos el deseo que emerge como poder, como territorio que se disputa en la dimensión pública y política. Lo hacemos a través de un cuerpo que se hace y se deshace, que cambia y se rebela para ser quien quiere ser. Todo esto nos permite el don de manejar la palabra.
Pero así como a las mujeres apenas se nos atisba en el campo público, hay también países invisibles o, al menos raros. Ser del tercer mundo sugiere una gama de prejuicios sobre lo que somos o no somos; como si tuviéramos que estar permanentemente justificándonos: soy, pero no soy. Es un tema pendiente que debe ser superado por los dos lados.
Hasta hace poco, el en campo literario, Bolivia era un país escondido entre sus montañas. Sin embargo, unos pocos escritores y otras pocas escritoras han tenido la oportunidad de volar con su pluma por otros horizontes, lo que nos ha permitido hacernos más tangibles y surcar cielos “ajenos” y propios en ese imposible regreso a Itaca de los héroes griegos.
Veinte historias, veinte autoras bolivianas son el conjunto de un país diverso y lenguas numerosas y distintas, de gente que se viste de colores para contrarrestar la geografía imponente y a veces agreste del altiplano boliviano; de valles amorosos y amigables, de explosivas llanuras amazónicas. Desde este territorio diverso, desde el corazón de nuestra América, llega este regalo para los lectores, cuya esencia es una invitación a descubrir la sintonía de los deseos, de los sueños, de las frustraciones y de la rebeldía de estas autoras. Con ellas viajaran al pasado, volverán al hoy y, claro que volaran al futuro. Descubrirán cómo enlazamos con hilos de colores, las voces solitarias que por el conjuro del destino encuentran insólitas conexiones, no solo con las voces de nuestro territorio sino con el coro de mujeres del planeta.
Somos nosotras, en esta antología, mujeres de carne y hueso que tenemos la capacidad de migrar a otros cuerpos y a otros tiempos. No es lo mismo ser una mujer de ahora que otra del tiempo de nuestras abuelas. Como no es lo mismo ser una mujer de Nueva York o ser una mujer de un pueblo perdido de la Amazonia boliviana. Y también podemos dar rienda suelta a la imaginación y trasladarnos a un cuerpo masculino de ayer y de hoy, Y así surcar sueños extraños, desde el intenso erotismo hasta la aventura transgénero.
Ese es el encanto de la literatura, desear y ser quien queremos ser en el instante de la escritura. La magia del creador de ficciones. En la tarea dura pero placentera, resucitamos a otras mujeres o a nosotras mismas para entregar un tejido bordado con motivos particulares y al mismo tiempo universales. Veinte autoras hemos unido nuestros deseos en un sortilegio de fuego. Por supuesto que la belleza está presente. Y no me refiero a la mera visión estética y estereotipada. No. Se trata de una relación intrínseca entre la mujer, su imagen y el mundo.
He tenido el privilegio de caminar sin detenerme por esos inmensos espacios abiertos de mis colegas.
He recorrido todas las historias por los claroscuros que nos depositan los laberintos de su imaginación y su talento. He despertado un día aquí y otro allá. Unas veces empujada por la sabiduría de los años y otros con la vehemencia de la juventud. He andado en mundos inventados, sin importar qué al salir de ellos, me encontraría con el desencanto del día a día, con la injusticia, la infamia o la desdicha. Pero con la certeza de no perder el afán de encontrar el remedio con el don de escribir y mejorar el mundo en el que vivimos o querellarnos contra él.
(El libro nace de una propuesta hecha por Basilio Rodriguez Cañada, presidente del Grupo Editorial Sial Pigmalion de España, quien consideró viable este proyecto dado el incremento de aportes y participación de la mujer boliviana en las nuevas corrientes literarias durante las últimas dos décadas, tanto en el género de la narrativa como en poesía ensayo y novelas de distintos subgéneros, explica Pedrazas.)
Fuente: Letra Siete