La pasante de Baudelaire en un poema de MacLean
Por:Eduardo Mitre
El tema de mi exposición es muy concreto: un poema de Juan Cristóbal MacLean cuya obra poética comprende hasta el presente dos libros de poemas: Paran los clarines (1999) y Por el ojo de una espina (2005), a los cuales hay que añadir tanto sus artículos recopilados en Transectos (2000) como sus textos en prosa poética y poemas en prosa aún no recogidos en libro. Otro dato relevante en relación con el autor es su notable labor de traductor de poetas de lengua inglesa y francesa.
El poema, titulado A una comensal, perteneciente a su segundo poemario, alterna la traducción textual con la inserción de algunos versos e imágenes del poema modelo (nada menos que A une pasante, de Charles Baudelaire) así como variaciones de otros regidas por la ironía. He aquí A una comensal:
Ensordecedores, alrededor mío, gritaban parroquianos.
Alta, delgada, de negro ceñida, con recatado paso.
Una mujer llegó, de sandalia muy desnuda
elevando, equilibrando el talón, la pantorrilla.
Dubitativa y común, con su pierna de estatua.
Yo almorzaba extravagante como ante un arroz.
En su mirada, cielo tímido en que afloraba el divorcio,
la dulzura que se agota, el placer que desespera.
¡Un camarero… luego el menú! Fugitiva vecina
cuya mirada me declaró otro apetito
¿volveré a verte en otra parte?
En mi cuarto, tan cerca de aquí. Mañana tal vez
Aunque ignoro lo que comes, tú no sabes lo que bebo.
¡Oh tú que podría devorar, oh tú que acaricias el mantel!
Formalmente, el poema sigue la clásica división del soneto en dos cuartetos y dos tercetos, aunque, a diferencia de su modelo —compuesto en versos alejandrinos— no se ajusta a ninguna estructura métrica fija, sino que opta por la polimetría sin rima en la que predominan los versos de catorce y dieciséis sílabas.
Tal flexibilidad formal se aviene bien con el tono desenfadado, desenvuelto, opuesto al rigor formal y al tono patético del modelo. Para apreciar el grado de inflexión que la parodia opera vale la pena recorrerla puntualmente. El espacio no es un exterior (la calle o avenida en Baudelaire), sino un interior delimitado: el comedor de un restaurante o, acaso, de una pensión; incluso nada nos impide añadirle un toponímico y decir que se trata de un restaurante o una pensión cochabambina o paceña.
Segunda inflexión: el hablante se encuentra sentado y rodeado de parroquianos, es decir de personas más o menos conocidas, razón por la que la multitud (la foule), ese componente siempre implícita o explícitamente presente en Baudelaire se halla más bien ausente en el texto que analizamos. En consecuencia, el ruido ensordecedor de la muchedumbre es sustituido por un bullicio parlero, más personalizado, humanizado, producido por los parroquianos.
En ese escenario sucede la aparición de la comensal cuya descripción física es, en parte, una traducción o copia de la fisonomía de la pasante y, al mismo tiempo, una variación y aun su negación. En efecto, como la intempestiva musa baudeleriana, la comensal es “alta, delgada y va de negro ceñida”. En el primer hemistiquio del segundo cuarteto, compuesto por dos adjetivos, la comparación cesa y la caracterización de la comensal es de signo descendente: se trata de una mujer “común y dubitativa”.
Estos dos adjetivos nos dan un perfil más claro de este personaje femenino, y digo personaje porque el poema, como el de Baudelaire, como el cuento de Julio Cortázar, y el poema de Eugenio Montejo, citados y comentados antes, comporta un escenario, una puesta en escena, una trama y un desenlace, aunque éste consista más bien en la desaparición de los personajes, en la disolución del escenario y de la trama montados por un instante.
Pero sigamos con el perfil de la comensal: el adjetivo “dubitativa” aplicado a ella trasunta su inseguridad, la cual contrasta con la modelo cuyo dolor majestuoso al par que su porte ágil y noble le confieren una presencia imponente. Asimismo, el adjetivo “común” nos sugiere una doble connotación: estética y social: por lo primero, la comensal, pese a sus piernas de estatua, no es particularmente hermosa; por lo segundo, no es una aristócrata sino que pertenece más bien a una clase media, o tal vez a una clase suburbana en ascenso.
Dicho de otro modo y para entendernos mejor: la comensal de MacLean no pertenece a la clase social ni a la época del presidente que se fugó del país, de modo que podemos imaginarla proveniente más bien de esa clase media que apoyó al actual.
[Fuente: www.laprensa.com.bo]
10/23/2007 por Marcelo Paz Soldan