Amémonos
Por: Alan Castro Riveros
Caricatura de Jesús Urzagasti realizada por el Maestro Ricardo Pérez Alcalá
Fotografía: Marcelo Paz Soldán
Amémonos. Hay un Dios oculto en la maleza del mundo, que nos vigila. Un Dios que otorga la suprema armonía y por el que suspiran los pensamientos. Mi ojo, que nació asombrado, yace en su lecho inmemorial, siempre atento al gentil paso de las nubes, al perfume que viene del fondo de las cosas, como si se despidiera de lo transitorio y buscara el caro estallido del silencio. Mi amor eres entre estos objetos mudos que me hablan. De mi organismo difunto vuelven a la vida los árboles que te trajeron como una promesa hasta mi pecho. Amémonos.
(Jesús Urzagasti, Cuaderno quinto)
“Amémonos” fue la última palabra que encarnó en la voz de Jesús Urzagasti (1941-2013). Diez años antes él dijo que morir es decir todas las palabras con las que venimos al mundo.
Y él también creía que aprender a vivir es aprender a morir, como su amigo Jaime [Saenz]. Y por eso decidió iluminar la vida con una voz teñida de todos los colores del silencio de este país.
La escritura siempre fue una entrega total. El Jesús sabía que si algo tenemos en esta vida es nuestro lenguaje, el canto sagrado donde se cifra el mundo que amamos. Tal don es un pacto que él ha honrado con su vida. Su obra es el regalo encarnado en un nuevo don -esta vez, de parte del hombre al mundo y a sus seres-.
Ahora que leo el fragmento de El árbol de la tribu, con el que empieza este texto, imagino el aliento de su última palabra estallando en el silencio: Amémonos… El silencio, que sale de lo profundo, pule las palabras hasta deslizarse a través de ellas, despierta los nervios del más caro árbol y, haciéndose silencio de nuevo, vuela hacia el firmamento pronunciando su invitación al amor. Así imagino la vida de mi querido amigo Jesús. Y sé que su obra es ese aliento, ese árbol, ese silencio.
Aliento
El pasado 15 de octubre celebramos el nacimiento del Jesús en su casa de Sopocachi. Hace 10 años, una tarde de 2003, hablando sobre la posible reedición de algunos títulos de su obra, el Jesús comentó que sintió cierta incomodidad al transcribirlos, porque sentía que quien los había escrito no era él, sino otro.
Es así que la ceremonia en memoria de su nacimiento también fue la celebración de la voz del resurrecto asombrado que es el único sobreviviente de Tirinea, del padre que dibujó su amor en El cuaderno de Lilino y del solitario atento que reconoció el aroma de Orana para entonar la plegaria a Yerubia.
Ese martes al mediodía ofrendamos una mesa al amigo que dialogó con todos En el país del silencio, lanzó De la ventana al parque a los amigos muertos (a quienes también hizo dialogar), compartió el paso del que camina en La colina que da al mar azul y les dedicó luz a Los tejedores de la noche. Celebramos ese luminoso recorrido por la vida imprevisible.
La ceremonia oficiada por nuestro amigo Juan Pablo Piñeiro tuvo además un motivo inaugurador, porque en ella se sentó el aliento que da inicio a una escultura dedicada a nuestro amigo-maestro. Esta obra será modelada por su esposa Sulma Montero y el escultor Ramiro Luján.
Antes de encender la ofrenda para consagrar este amoroso proyecto, Sulma leyó un poema en el que el aroma era el elemento central. Recuerdo que durante la lectura imaginé el aroma del cuerpo impregnando todos los gestos del hombre con antiguas resonancias y visualicé la amistad entre innumerables lenguajes y seres.
La ofrenda ardía y los presentes estábamos felizmente empapados del aroma de ese hogar formado por Sulma y Jesús, ese perfume cálido que impregna los encuentros de Un verano con Marina Sangabriel y emana desde el centro de las conversaciones de El último domingo de un caminante.
El árbol
Quiero recordar aquí lo que sé del árbol, o lo que llegué a saber por boca de un brujo de la llanura chaqueña. (…) Sí, había estado muchas veces en el monte, buscando lo que no se sabe, y en una de esas se le había venido encima un enorme árbol que lo tuvo apretado durante un día con su noche. Le expresé mi congoja, pero me aventó el aire superfluo con esta frase: “El árbol era un árbol, pero no era un árbol, porque era una mujer de larga cabellera, o sea era un árbol que se fue caminando para que yo sea el mismo de siempre pero a la vez absolutamente distinto”.
(La poesía como talismán)
Una tarde, en su casa, el Jesús me expresó su desacuerdo con una metáfora del árbol en la que se insinuaba la ley paterna. Está claro que quienes dieron con esa imagen de árbol no reconocieron a la mujer de larga cabellera.
Como buen amigo, el Jesús había hecho notar el desliz al autor de tal metáfora, quien preguntó cómo solucionar su metida de pata. Jesús le respondió con un silencio tan contagioso que, al cabo de unos segundos, el poeta escuchó la respuesta en su interior.
En el árbol se cifra la transformación constante a través del amor silencioso y la luz de la memoria. Ahora que veo la ilustración de la portada de la reciente edición de El árbol de la tribu recuerdo que ha sido hecha por Carmen Urzagasti, la hija menor de Jesús. Un tronco robusto emerge de las Frondas nocturnas y esparce sus hojas en un renovado orden que acaricia el cielo. El orden de esas hojas recuerda al de las hojas de coca en la lectura de un brujo.
Hablando con Sulma sobre diferentes lecturas mágicas, ella mostró su preferencia por la lectura de hojas de coca. Para ello se elige una hoja central y se deja caer las demás a su alrededor.
Las nervaduras de las hojas, los pliegues, las quemaduras, los saltos, configuran la lectura. En cambio en la lectura de cartas, por ejemplo, la extrema figuración puede dar lugar a malentendidos que, sin embargo, suelen conjurarse con la visita a un circo de Un hazmerrereír en aprietos.
Silencio
Las diversas regiones del país / exhalan ese aroma encantado / que tiene mucho del oculto pasado / y no poco de llanto. / Por supuesto que no es un legado / aunque pesa más que un fardo / y explora nuestro silencio / en calidad de tábano. / Al fin y al cabo aquí no cabe el engaño. / Cada quien tiene el olor que se merece. / Ni vuelta que darle. / Fuimos a la guerra sin conocer los rosales / de nuestros sueños dorados. / Avanzamos al todo o nada / y volvimos con el perfume entero / de un patrimonio venido a menos.
El país natal
Cuando la ofrenda mostraba la blancura de su consumación por el fuego, Froilán Urzagasti mostró a los amigos un cortometraje sobre un sordomudo que dibuja el mundo que ama y hace música imaginaria.
Inmediatamente recordé a Nivardo, el mayor de los tres hijos de ese hogar, ocupado en descifrar el silencio de las orquídeas a partir de su aventura en la biología.
Y es que el silencio que el Jesús nos ha incitado a escuchar a todos crece con el amor que le dedicamos a este mundo y al otro.
“Y es que el silencio que el Jesús nos ha incitado a escuchar a todos crece con el amor que le dedicamos a este mundo y al otro”.
Fuente: Ideas