Álvaro Bisama: “Me interesa la memoria como problema”
Entrevista a Álvaro Bisama
Por: Adhemar Manjón
Álvaro Bisama es uno de los más importantes escritores de la actualidad en Chile, y recala en Bolivia gracias a su libro de cuentos Cuando éramos hombres lobo, gracias a la editorial El Cuervo.
Periodista, crítico literario y narrador, ha publicado cinco novelas, entre ellas Música marciana (Emecé) y Ruido (Alfaguara), ganadora del premio del Ministerio de Cultura chileno a mejor obra publicada, en 2013. También publicó libros de crónicas y crítica.
En Cuando éramos hombres lobo, Bisama despliega su universo particular de freaks, metaleros, punkis fanáticos de Tolkien, gente solitaria, en siete cuentos muy ágiles, punzantes, de gran factura.
– ¿Qué significa para vos poder publicar fuera de tu país a través de editoriales independientes o más pequeñas que las que habitualmente te publican en Chile, como El Cuervo?
A mí me pone feliz y me siento honrado. El catálogo de El Cuervo es un lujo, a nivel latinoamericano por su voluntad de innovación y su diversidad. Creo que eso hace que este libro tenga sentido y encuentre su lugar.
– ¿Cómo asumís la escritura de un cuento, cómo surge una historia en tu mente y cómo sabés que debe ser materializada? Te lo pregunto porque hay cuentos muy distintos en Cuando éramos hombres lobo, por ejemplo el que da nombre al libro y La dieta del orco siguen el flujo de conciencia, otros son más lineales.
En general me siento más novelista que cuentista. Le tengo mucho respeto al género y escribo cuentos solo cuando estoy seguro de ellos. Por lo mismo funciono más bien pensando en voces o imágenes, en cómo la escritura me permite llegar a ellos y descifrarlos. Cada historia esconde un misterio, algo que no sé, algo que me está velado pero que es capaz de obsesionarme. Es algo que tiene que ver con el lenguaje, con cómo funciona y cómo se lanza en caída libre, o cómo se dobla para volverse oscuro y extraño. La mecánica del cuento no me interesa sino, lo otro: ese lugar que no conozco pero que está ahí cerca, como una sombra o fantasma, mientras escribo.
– Una característica en tu obra es la de sumergirte en la cultura trash, en el cómic, los subgéneros del heavy metal, ¿por qué tu interés en estos mundos y por qué reflejarlos de manera constante en tus historias?
Es simplemente un gusto personal. No hay etnografía ahí, sino una especie de realismo que se pregunta sobre cómo funcionan ciertas ideas, temas o conceptos, sobre cómo se mezclan y construyen sus relatos, sus signos de pertenencia.
Eso corre para el rock y todas sus versiones y máscaras, pero también para la historieta y la cultura pop en general. Pero lo que me llama la atención de eso no es la iconografía, sino sus modos de hibridar y construir historias; me llama la atención la maquinaria de la cita y la parodia, la compresión del lenguaje, las mitologías bastardas que no son tales porque están hechas de cartón piedra y neones rotos.
Quizás eso tiene que ver con un asunto biográfico: crecí en una ciudad donde la Virgen María se le aparecía a un chico que luego se volvió transgénero. El chico aglutinaba multitudes en medio de cerros llenos de espinos y calles de tierra. Mis amigos y yo crecimos con eso en la memoria.
No es raro que el punk y el metal nos obsesionaran, eran modos de exorcismo, formas de entender el paisaje, de apropiarnos de ese mundo extrañísimo.
– Del título del libro se desprende también el dejo de nostalgia que lo recubre, todos son cuentos que recuerdan épocas pasadas, infancias, adolescencias, que es algo que se encuentra en tus otros libros ¿Qué te lleva a volcar la mirada hacia esas épocas?
El pasado es divertido. El pasado es bizarro. Me interesa la memoria como problema, como una maquinaria averiada cuya prótesis es la ficción. Es una pregunta que me obsesiona: ¿puede reemplazar la literatura al recuerdo como si fueran la misma cosa? ¿Qué pasa con el lenguaje cuando eso sucede?
– El tema de la dictadura también es tocado en tus cuentos, si bien no es el tema principal en ninguno de ellos ¿Cómo abarcar este tema delicado sin caer en la sensiblería o en el discurso fácil?
La dictadura está ahí. Crecimos con ella. Nunca terminó de irse del todo. Nuestro presente está hecho con sus fantasmas y cicatrices. Debemos negociar simbólicamente a diario. Ahora ya no nos da miedo. Yo no busco ponerla en los textos, pero es parte del decorado: habita en la lengua, la modifica.
Ahí, el pavor convive con el ridículo, la violencia con la banalidad y el kitsch es una máscara del horror; de hecho, piensa que hace unos meses detuvieron al nieto de Pinochet por inhalar o andar con cocaína en una plaza de Antofagasta. Eso es lo que queda de la dictadura, quizás. Algo más bien patético pero literariamente maravilloso: el nieto del dictador cargado con coca, en una plaza del norte.
– Hacés periodismo, escribís crónicas, ¿cómo te ayuda esto al momento de escribir ficción? Por ejemplo, tu novela Ruido surge a partir de un trabajo periodístico ¿Es así?
Tengo bien separado todo. Hago periodismo desde hace un buen rato, la crónica es un formato que me acomoda. Me ha enseñado cosas: la precisión, la ausencia del ego, sacarle filo a la neurosis de los deadlines. No sé si las aplico porque ficción es un lugar más libre, con otras reglas. De hecho, cuando escribo ficción funciono en otra lógica, otra órbita.
No mejor ni peor. Mi cabeza está en otro lado, concentrada en otros ritmos.
Hay veces que he cruzado las dos cosas. Ruido es un caso. Partió como una crónica sobre el vidente que mencioné recién y fue cambiando con los años, volviéndose una novela. Lo loco y lo raro es que para que fuese así tuve que sacar todo lo periodístico, todo lo preciso y contar la historia como una historia de fantasmas que bailaban pogo mientras esperaban el fin del mundo.
– ¿Tenés libros a los que recurrís siempre que estás escribiendo? ¿Libros que te saquen de las trabas, de los bloqueos? ¿Podrías mencionarme algunos? o en todo caso ¿qué hacés cuando vienen los bloqueos en una historia?
Siempre vuelvo a lo mismo: en los bloqueos trato de distanciarme de lo que hago leyendo otras cosas, olvidándome para volver a ello sin urgencia. Hay cosas que leo, que me interesan siempre: Lovecraft, Aira, Kafka, Canetti, Alan Moore, Carlos Droguett, Mistral. Es una lista rara que funciona de modo más o menos saltado pero está ahí. Otra cosa que hago, no sé por qué, es leer manga. Me funciona.
No tengo idea de la razón, pero siempre termino volviendo a Go Nagai, Otomo, Tatsumi, Urasawa o Kazuo Koike. Quizás porque en ellos ciertos problemas técnicos sobre el arte de narrar siempre han sido el centro de su relato, quizás también porque su problema fundamental es cómo concentrar el tiempo, como descomponerlo para transformarlo por medio del arte.
Fuente: El Deber