Alcibíades , de Raúl Rivero Adriázola
Por: Lupe Andrade
Ser novelista implica más que imaginación o facilidad de palabra. Se trata de adentrarse en múltiples existencias, cambiar de rostro, sentir emociones ajenas. Es empaparse de los temores y ambiciones de otros, tratar de comprender diversos deseos, odios y amores. No es fácil. Exige que, dejando de lado los sentimientos propios, el autor se sumerja en aguas extrañas, empapándose de las experiencias de aquellos personajes a los cuales –como novelista– está dando vida. Difícil oficio, sobre todo cuando el personaje central de la novela es oscuro, complicado y no del todo admirable.
Ese reto se torna más exigente aun cuando la novela se mueve alrededor de un personaje histórico, un personaje que existió, vivió, actuó y murió hace tanto tiempo, y con tanta carga de resentimientos, que su íntima verdad quedó enterrada y es hoy tan inasible como sus recuerdos.
Raúl Rivero Adriázola, prolífico y valiente autor, ha tomado la vida de un hombre contradictorio como el narrador de su nueva y sorprendente novela: Alcibíades, El Ateniense.
Alcibíades, con tantos dones y tanto talento, fue admirado y vilipendiado en su época y continuó vilipendiado durante dos milenios. Fue un hombre complejo, a través del cual Raúl Rivero nos ofrece una visión diferente y profunda de la Grecia clásica que dio vida y muerte a un bello efebo, un gran almirante y finalmente, al máximo traidor. ¿O no lo fue?
Hay que tener coraje para escribir sobre Alcibíades, además de visión histórica y amor a ese mundo donde nació nuestra cultura. Se requiere vocación y valentía, además de un profundo conocimiento de la Grecia clásica, con sus hazañas y conflictos. En esta novela, Raúl Rivero asume a Alcibíades como una segunda piel; se mete dentro del personaje y habla con su complicada voz.
Sumergirse en Alcibíades en el intento de comprenderlo, debió haber sido un ejercicio casi tan lleno de retos como fue ese personaje a quien uno no puede amar u odiar del todo. Y, quizás la novela, finalmente, no sea sobre Alcibíades. Es posible que Rivero hubiera asumido esa voz casi dual porque el héroe/traidor nació y vivió en Atenas con los más grandes hombres de esa historia gloriosa; estuvo allí en su momento más lúcido, pero fue también actor del comienzo de la destrucción de su grandeza, y quizás por eso ofrezca un inmejorable punto de partida para mostrar lo mejor y lo peor de una serie de eventos que definieron la suerte de toda Grecia.
Desde muy joven, Alcibíades estuvo inmerso en los más altos círculos de poder de Atenas y Esparta, y fue actor clave en los teatros de guerra contra los medos y sus temibles sátrapas. Conoció –muy de cerca– a toda esa galaxia de inigualables talentos como Pericles, Sócrates, Aristófanes, Sófocles, Tucídides, Protágoras y Platón, hombres que fueron parte de su vida.
En cuanto a mujeres, Alcibíades, quien amó a Sócrates, también se rodeaba de mujeres; además de haberse casado con la bella Hipareta, no dejó de buscar frecuente solaz con cortesanas de toda índole. Finalmente, fue su relación con Timandra la que –posiblemente– puso fin a su vida, ya que se decía que fueron los hermanos de esta última quienes asesinaron al hombre que la habría deshonrado.
De lo que no cabe duda es que Alcibíades participó del momento cumbre –en términos de cultura– de nuestro mundo, y fue innegable actor y parte de su fin.
Al utilizar esa voz, Raúl Rivero nos hace escuchar el lenguaje de Atenas con sus propias formas y usos, de tal manera que al adentrarse en la novela el lector siente que está en el ágora ateniense, o al mando de una nave de guerra, o retorciéndose dentro de sus sentimientos. Es decir, tal como vivió y murió, luchando por la vida misma.
Fuente: Página Siete>