07/08/2024 por Sergio León

‘Afilada luz’ de Edwin Guzmán Ortiz

Por Vilma Tapia Anaya

(Texto leído en la presentación de la antología poética del autor, publicada por Plural Editores.)

En la poesía de Edwin Guzmán Ortiz se sostienen e iluminan preguntas fundamentales. Afilada Luz, el libro que se presenta esta noche en Cochabamba, es una antología personal. El trabajo que el autor realizó sobre su obra nos permite acceder a su singularidad de una manera más concentrada, constatamos que desde De/lirios, publicado en 1985, hasta Aura nómada, publicado en 2020, los temas que son sustanciales de esta poética han mantenido un ensamblaje verbal, vital. La potencia de la palabra en la comprensión de la experiencia del vivir y la potencia de la palabra en el poema son materia principal de sus reflexiones y revelaciones.

“Espejo”, el poema que abre el libro, se presenta como una sugerencia a seguir al poeta a partir de un centro: la indagación, el poner a prueba, el jugar, en el sentido wittgensteiniano, con los alcances del lenguaje, cito: “Se nos cayó / la máscara / la más cara / la cara” (p 15). El contenido ético del poema es evidente, la cara, la más cara, el rostro es, como Levinás lo propuso, aparición primera en el encuentro con el otro. Lo que hace Edwin Guzmán Ortiz es fragmentar la palabra máscara para recomponerla, reproduciendo, a partir de ella, nuevos significantes y significados, poquísimas palabras que, con la ayuda de un dativo que refuerza lo plural, completarán una reflexión ética sobre un rasgo del fenómeno social contemporáneo. En un siguiente poema, el poeta circunvala la palabra luz, pone uno, los dos pies dentro de ella, mirando desde y con tanta luz puede decir entonces de la presencia y también de la ausencia que somos los unos para los otros, y todos en el mundo y para el mundo. Leamos unos fragmentos: “En su seno / caben el día / y los ayeres del día / Las caras / en que nos presentamos / y por donde / nos ausentamos […]  La luz que nos hermana / con la luz y la sombra / nos da luz de beber / nos da sombra“ (p 18).

Páginas más adelante nos encontramos con un Oema, no un Poema, en él Edwin juega con la letra O, la arrastra, la hace rodar, la hace crecer, la coloca aquí y allá, elige otras palabras y, de pronto, escuchamos decir de la oooooo, que es golosamente mundial. En el juego propuesto, lo seguro es que las lecturas se diversifiquen: yo leo un oooo, del goooooool…  osamente mundial… y, en seguida, en un giro, en un regate, en un dribbling, la o se hace ojo, loco, óbolo ontológico… tal el lenguaje. El lenguaje es, pues, un absoluto, dádiva constitutiva del ser humano.

En Afilada luz, Edwin Guzmán Ortiz nos impele a pensar con él la poesía y también el poeta, ese humano tomado por el oficio: días y noches, ojos, oídos, la sangre entera comprometidos con un juego efectuado solo por quien se atreve a indagar en la verdad del lenguaje, lo demás es, lo entendemos con él, fatuidad. En Afilada luz, poetas son los que, cito: “Abren los ojos al anochecer / y durante el día pastan / en el páramo de una luz escandalosa” (p33). Con palabras que destellan por sí mismas, en más de una página, Guzmán Ortiz piensa la condición del poeta: su compromiso con el lenguaje. Leo unos versos del poema “Oficio de penumbras” (p35): “El tiempo abrigado por mi cuerpo / invade viejos silencios, / las cosas se hacen y se deshacen / mientras fulgura el lenguaje […] Nádase la sangre en sus sopores / despertando la memoria del tejido / entre la escritura perdurable, / voces destellos      afiladas páginas / y reescribir la creación es otorgarle / al silencio un destino // El cuerpo preñado de signos es la mística erecta…”.

Me detengo en otro texto que me permite seguir la línea de reflexión de mi lectura, el poema “La tierra entre el cielo y la tierra”, dedicado a Luis Ramiro Beltrán, se concentra en el ser humano acaecido en un paisaje, una lengua y una experiencia que no obstante su temporalidad es siempre inusitada, imprevisible (p 56), cito: “Cómo no escuchar al fondo de mi cuerpo / un ruido de cuerpos arrastrados / silencios atravesados por una aguja de plata / un rechinante nudo de khoa e incienso / el aleteo del cóndor en un aire tatuado / por triángulos ciegos // En mi lengua danza una serpiente galopa un caballo”. Lo profundamente conmovedor en esta poesía es que ella misma es una indagación en la esencia del lenguaje: El poema, bajo esta Afilada luz, es piedra imán, mesura. Instaura y devela.

En una breve entrevista a Edwin, que aparece en la página web del Goethe Institut de La Paz, leemos una declaración suya: “El lenguaje es la vía junto a esa turbación interior que dispara el instante creativo. Y tanto como descubro un tema para poetizarlo, los temas me eligen y me provocan a evidenciarlos a través del poema.”  Hecho este que se hace aprehensible cuando leemos su poesía. Su trabajo con el lenguaje, a fuerza de escritura y reescritura, como advierte en la misma entrevista, hace del mismo lenguaje materia de una profusión tal que, de igual manera como nos remitió a los juegos que ocuparon a Wittgenstein, nos recuerda a filósofos que, iluminados, donados, pensaron el sentido del ser y, en esa medida, el sentido del lenguaje.

Quiero acoger esta ocasión y hacer un agradecimiento especial a Edwin Guzmán Ortiz. Hace muchos años, casi veinte, tuve la experiencia trascendental de visitar Chusaqeri. La  experiencia se concentró en un texto que publiqué en mi libro El agua más cercana. Como no podía ser de otro modo, busqué unas palabras que me sirvieran de epígrafe en el texto de Edwin titulado “Atardecer en Chusaqeri” (p 53). Está incluido en esta antología. Elegí una línea de todas las que tejen esa pieza imprescindible de la literatura boliviana, boliviana porque siendo revelación, símbolo, re/territorialización, rizoma expansivo, generativo, lejos está de ser bandera. Transcribo algunos signos de ese texto: follaje pétreo, peldaño de luz, viento grávido, silencio… “Inéditos perfumes emergen de mi piel”, escribió el poeta haciéndonos inteligible su experiencia. Hoy, tanto después, constato que mi elección fue oportuna. “Inéditos perfumes emergen de mi piel” es una proposición que explica la exuberante hondura que alcanza una vivencia que se cumple a tiempo de tener el presentimiento de que será develada, revelada en la escritura.

Para terminar, diré algo más sobre esto que acabo de mencionar. La poética de Edwin Guzmán Ortiz piensa la existencia humana, el fenómeno del lenguaje, aun el ser, y también mira aquello que estando muy cerca es para nosotros precioso, inapreciable, es lo que define la vastedad de los días de cada uno, la proximidad de lo inalcanzable, cito: “Bajar la mirada es contemplar el universo”. Así, la escritura de Edwin Guzmán Ortiz es cuarto, mundo propio iluminado en el poema, es pacha, achachila, útero solar, su escritura es ñusta ofrecida en el santuario, es waqa, es la coca, el mineral, es plena y bellamente “lenguaje crispado de raíces”.

Tupuraya, 27 de junio, 2024

Fuente: La Ramona