Por Magela Baudoin
(Texto leído por la escritora y periodista boliviana Magela Baudoin el viernes 19, a tiempo de recibir el premio literario internacional Anna Seghers, que es concedido anualmente en Alemania.)
Soy migrante, soy hija y nieta de migrantes. Tal vez por eso me ha costando siempre entender la patria como un espacio de límites definidos. Tal vez por eso también me gusta más la idea de Matria, sin rigores patrióticos, sin himnos, sin deudas históricas, sin la necesidad horrenda de siempre querer vencer. El desplazamiento es quizás el territorio intangible que mejor nos define hoy y que, sin embargo, no nos deja renunciar nunca al lugar del que venimos. En ese sentido, me gusta mucho la imagen de esa plantas aéreas cuyas raíces están expuestas y no enterradas en la tierra, pero que no por ello dejan de ser raíces.
Pensando en ello y en el texto que debía escribir para este momento, me crucé con una antología poética, de Juan Gelman, (uno de los pocos libros que traje conmigo a Estados Unidos, donde vivo hace dos años). Así son los libros, te encuentran cuando los necesitas. Gelman, el inolvidable poeta argentino -igual que la gran Anna Seghers-, fue acogido por México y su vida estuvo signada por el secuestro y desaparición de sus hijos durante la dictadura argentina y la búsqueda de su nieta nacida en cautiverio. México -ese país entrañable, con su gran solidaridad- los une pues en esta primera instancia. Fue puerto de llegada, tabla de salvación y, por supuesto, mesa de escritura.
Decía Anna Seghers que no escribía novelas para “describir la realidad del mundo” sino “para cambiarlo”. Igual que Gelman, no pudo ni quiso sustraerse de escribir sobre el exilio, que es -de algún modo- refundarse sobre las raíces quebradas, como hizo ella, y forzar constantemente la memoria o el olvido. En el poema V de la mencionada antología, Gelman reflexiona, precisamente, sobre los deberes del exilio:
no olvidar el exilio/
combatir a la lengua que combate el exilio!
No olvidar el exilio/ o sea la tierra
Donde vibrábamos/ donde niñábamos (poema V)
Nos habla el poeta del exilio como ese lugar de lucha entre lo que se pierde (o se está perdiendo) y lo que se apropia o se renueva, como si el “estar bien” del presente fuera inadmisible, como si curar (aunque provisionalmente) fuera intolerable. Y curar puede significar “acostumbrarse”, asimilar una nueva lengua, olvidar que se “está mal”. Por eso Gelman se impone como primer deber del exilio, “no olvidar el exilio” o “combatir la lengua que combate al exilio”, acaso la lengua nueva que se pliega a la vida y que nos habla de los bálsamos sanadores de la sucesión de los días y de que, en efecto, es posible “seguir viviendo”.
Seghers, se sabe, no escribió en la lengua del exilio. Abrazó la propia como si en ese abrazo hiciera precisamente eso que clama Gelman: “No olvidar”.
Edwar Said describía el exilio como una “grieta no curable” forzada entre un ser humano y su lugar de origen, entre el yo y su verdadero hogar. Nótese que habla de “hogar”, no de patria. Su tristeza esencial nunca puede ser superada, decía, porque los logros del exilio son socavados permanentemente por la pérdida de ese algo dejado atrás. Esa grieta no curable es invocada a través del ejercicio de la memoria o de lo que Gelman y Segher hacen: que no es otra cosa que “memoriar”. Para que siga doliendo el origen, entonces, el poeta inventa un verbo, con el que llama y habla de la tierra donde “niñaba”.
Said decía que los exilados ven el mundo como “una tierra extranjera” y que ese dislocamiento produce su visión amplificada de la realidad. “La mayoría de las personas son principalmente conscientes de una cultura, un entorno, una casa; los exiliados conocen al menos dos, y esta pluralidad de visión da lugar a una conciencia de dimensiones simultáneas”. En Gelman esta visión multifocal es trascendente y empuja la concienciencia hacia el ejercicio de recordar, para no perder ese “mundo faltante”.
“¿Hasta dónde los idiomas extraños, la ajenidad de rostros, voces, modos maneras, encarnan los fantasmas que asediaron mi juventud? Rostros confusos semiborrados por la madrugada que no podían dormir, idiomas extranjeros oídos al pie del mundo que faltaba, en sábanas de sueños tendidas por la noche”, dice en su poema VII.
El exilio para Gelman y para Seghers nunca es un estado para estar satisfecho, plácido o seguro. Said parafrasea a Wallace Stevens y dice que el exilio es “una mente de invierno”, en la que el clima del verano y del otoño tanto como el potencial de la primavera están cerca pero son inalcanzables. Así lo manifiesta Anna Seghers en “Tránsito” o en ese gran relato que es “La excusión de las chicas muertas”; así también se advierte a sí mismo Juan Gelman, cuando dice que no hay que olvidar las razones del exilio (la dictadura, en su casi/o los horrores del fascismo de los cuales escribe Seghers). Dice Gelman:
Y vos/corazoncito que mirás
cualquier mañana como olvido
no te olvides de olvidar olvidarte. (poema V)
El cierre es tautológico y enérgico. “No te olvides de olvidar olvidarte”. Afirma el poeta, en esta rotunda doble negación final: acuérdate hombre/ acuérdate mujer de recordar. Sí, se trata de una invocación de la memoria, que es al final de cuentas el espacio más fértil de la imaginación. Un espacio con agencia, desde el cual se puede intervenir la realidad.
Y es precisamente de eso -de la relación entre la memoria y la imaginación- de lo que quiero hablar hoy, en ocasión de este premio, creado por Anna Seghers en su testamento para promover la obra de un autor alemán y de uno latinoamericano; es decir, con una conciencia adelantada que desafiaba las asimetrías de la producción literaria, fomentaba la solidaridad y encontraba en la literatura la enorme potencia de cambiar el mundo.
Seghers apuesta por el territorio donde se dan las batallas del lenguaje. Y no es una exageración en ningún sentido. La imaginación es tal vez el espacio más importante en la construcción de sociedades más justas y libres. Es en ella donde se metaforizan y denuncian las grandes injusticias y la oscuridad del hombre; pero también —y esto me parece esencial hoy en día— donde se conciben las utopías. Preservar el espacio de la creación es preservar también la libertad y, suena cursi pero no lo es, la esperanza. Este trabajo es individual pero también colectivo porque la cultura es un bien social.
Por ello, me honrar recibir este premio, que además recibió antes el escritor boliviano Wilmer Urrelo y tantos otros escritores inmensos que admiro -Lemebel, Boullosa, Rivera Garza, Meruane, Ronsino, Vitagliano.
Me honra, sobre todo, porque es un soplo para que la imaginación pueda seguir cambiando el mundo.
Muchas gracias.
Fuente: La Ramona