03/10/2009 por Marcelo Paz Soldan
Acerca de Un día más

Acerca de Un día más

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Un día más
Por: Miguel Esquirol

Tuve la suerte de ver un pase exclusivo de uno de los últimos borradores antes del estreno en Arbieto de la película documental “Un día más” de Leonardo de la Torre y Sergio Estrada. La ví en España mientras visitaba a amigos bolivianos que viven en Barcelona desde hace tres años. Yo pasaba por Barcelona con mi novia después de estar dos años en Estados Unidos y antes de marcharnos a Canadá. No es de extrañar que la cinta que, contando una realidad al mismo tiempo tan cercana y diferente, tocara fibras sensibles a todos los que nos encontrábamos a oscuras en esa habitación. Digo lejana porque experiencias de migraciones hay muchas. La de los asistentes a esa premier habíamos salido del país en busca de estudios, acostumbrándonos a nuevos hogares lejos del nuestro. A pesar de tener en Bolivia a amigos y familia no dejábamos atrás esposa, hijos, una casa o posesiones más que las que llevábamos en nuestras maletas. La experiencia de Don Diógenes, es casi opuesta, con la familia partida en dos países y en dos culturas, con un pueblo y unos duraznos que los esperan a cada regreso y con una necesidad de subirse al próximo avión sin importar desde dónde se esté partiendo porque siempre tiene la sensación de estar regresando. Pero hay elementos comunes en estas dos migraciones, y en todas las otras variedades que pueden existir: el viaje, la distancia, las despedidas y la sensación después de haber partido que ya nunca se podrá regresar completamente.
Un día más cuenta la historia de una persona, sin cifras, sin datos estadísticos de la migración boliviana, sin entrevistas a expertos, pero a pesar de tratarse de una historia tan específica, una realidad tan única (a pesar de que la comparten miles de bolivianos) tiene la habilidad de hablar a todos los que nos hemos ido, a los que están regresando o a aquellos que tienen alguien lejos. Es que todos podamos entender lo que está sintiendo Don Diógenes, y aunque allí lo estamos viendo en pantalla gigante, es sólo un eco de nuestras propias tristezas y alegrías. La hija menor que llora al partir de esa tierra que casi no conocía, la hermana mayor que se le ilumina el rostro cuando abre un paquete lleno de comida, el dolor de ver a tus seres más queridos marchándose o quedándose atrás. Todos hemos estado allí, incluso los que no se han marchado. Estos últimos son los que se han tenido que quedar cargando la soledad sobre sus espaldas, casas vacías, país vacío.
Pero hay algo más en este documental. No se trata únicamente de la repetición de lo que ya sabemos, de lo que nos cuentan por teléfono del otro lado del océano o de lo que dice cada artículo, cada estudio, cada análisis de la realidad nacional. El personaje principal es Don Diógenes cuya personalidad y fuerza ha hecho que toda la cinta, que podría haberse extendido para abarcar realidad más grandes, gire a su alrededor. Su vida personal, su experiencia. Pero no es él el único personaje, hay otro que quizás pasa desapersivido pero su presencia constante se convierte en el verdadero tema de la cinta. Se trata del pueblo de Arbieto. No es de extrañar que su alcalde sea la única institución que aparece en la cinta, que su plaza sea el centro alrededor del que se mueve la historia y que sus calles recién empedradas se confundan tan fácilmente con aquellas de Estados Unidos. La presencia de Arbieto en el documental, y sobretodo en la vida de Don Diógenes tiene la fuerza emotiva de una Ítaca a la que se intenta regresar siempre para construirla y hacerla hermosa. Es parte de la familia de Diógenes y de todos los migrantes que se han marchado de sus calles justamente para pensar siempre en empedrarlas. Los duraznos de esta tierra es el fruto que se lleva cuando se marcha.
Y es que Arbieto es el verdadero sentido de la película. Arbieto como la tierra que se deja atrás, a la que se quiere regresar y que con el viaje que estamos haciendo se la quiere hacer crecer y volver hermosa. Si la película tiene un mensaje, más allá de mostrarnos una realidad, más allá de contar una de tantas historias acumuladas en estadísticas de migración es esta. La realidad de la tierra, del hogar y en último caso de la patria. Los migrantes se marchan no para irse de una Bolivia que ya no les da lo que necesitan, sino para enriquecerla y nutrirla incluso en la distancia.
Había algo que me molestaba de la película cuando la ví. El ligero vértigo de no saber en dónde nos encontrábamos. Si la escena que veíamos era Bolivia o Estados Unidos, si un corte significaba miles de kilómetros o sólo habíamos torcido una esquina en un pueblito del valle alto. Sin ningún dato ni ayuda para el público. Pero después de pensarlo mejor entendí que ese vértigo de no conocer en qué país nos encontrábamos no era tal, porque todo lo que se veía era el mismo espacio. El espacio y el tiempo que separaba a dos lugares no existía y eran las mismas calles que salían de Arbieto y llegaban a Virginia, los mismos duraznos, la misma gente. Y es que no se deja Bolivia cuando se sube al avión.
Fuente: Ecdótica