09/23/2008 por Marcelo Paz Soldan
Acerca de La toma del Manuscrito

Acerca de La toma del Manuscrito

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Una máquina boliviana de pura ficción
Por: Ricardo Bajo

La toma del manuscrito, del veinteañero escritor paceño (nacido en 1982) Sebastián Antezana Quiroga, es la mejor novela de las diez ediciones del premio nacional editado por Alfaguara. Así de claro y contundente, de inicio. Que no se equivoque nadie.
La irrupción salvaje de este joven narrador en las letras bolivianas provocará un definitivo (y necesario) terremoto en nuestra literatura. Habrá un antes y después de La toma del manuscrito. Por múltiples razones.
Y no es que un escritor, por muy magistral que sea, pueda hacer solito este recorrido, pero sí son necesarias voces particulares que marquen nuevos horizontes generacionales, seguidas de ejércitos más o menos reducidos. Detrás de Antezana o antes, vienen o vinieron los ‘Maxi’ Barrientos, ‘Tico’ Hasbún, Róger Otero o Juan Pablo Piñeiro. Y antes, abriendo camino, ‘el padre y la madre’ de esta nueva camada, Edmundo Paz Soldán y Giovanna Rivero. ¿O es Edmundo, ‘la madre’ (Teresa) y Gio, el ‘padre’ (Amaro)? La toma del manuscrito es pura ficción, pura mentira, pasión absoluta y desenfrenada por la narración clásica y la descripción, estrategia y plan de trabajo arduo, erudito y juguetón, homenajes a escritores y géneros como la aventura y el detectivesco, relecturas y más de un año encerrado pensando sólo en el ‘manuscrito’. Es eso y mucho más.
Sebastián Antezana, ‘Sebas’ para los amigos (actualmente en Leeds, Inglaterra, haciendo un masterado literario), desplega una habilidad y una pasión no antes vista por la composición de personajes. Personajes que se vuelven familiares a lo largo de las casi 400 páginas de la novela. Personajes (once principales) cuyas historias funcionan como microcosmos fascinantes que el narrador a través de su otro gran personaje, S, el traductor de un viejo manuscrito en inglés, nos regala, para engañarnos una y otra vez. Para mentirnos, para hacernos pasar por ficción la realidad y por real lo inventado en un juego donde la palabra y su poder son los verdaderos reyes de esa gran máquina ficcional con la que debuta y sorprende un joven escritor que llegó para quedarse.
La toma del manuscrito es la constatación también de la forma de trabajar de la nueva generación de las letras bolivianas: la dedicación exclusiva y el trabajo rinden frutos cuando el talento se sienta al ladito de la mesa. La erudición y el cuidado del esqueleto de la novela requieren, sin lugar a dudas, de muchas horas de disciplina, robadas a noches de juerga y farra.
Así, la novela destila una ‘eteranía’ y experiencia más propia de un escritor experimentado y ducho que de un joven principiante.
Los ‘placeres’ particulares del novel escritor se dejan caer a lo largo de la obra, desde la gastronomía y el gusto por la cocina (Antezana fue ‘cocinero antes que fraile’, pues estudió hostelería y trabajó como ayudante en un restaurante paceño) hasta el amor por la historia, los mapas, la pintura, el ‘cainismo’ (hay varios hermanos que son todos como Abel y Caín), la genealogía, el latín (y sus ‘latinejos’) y la teología. Y por supuesto, África, lugar donde transcurre parte de la acción narrativa.
La aparente complejidad, los autores y lecturas que se dejan entrever en el intertexto desde Pérec hasta Borges (por citar sólo a algunos), las historias cruzadas, el juego que nos lleva desde la novela de aventuras al género detectivesco exigen la presencia aludida de un lector inteligente y a veces puntilloso. Así lo quiere y demanda Sebastián Antezana: lectores a la altura del reto, lectores que degusten cada palabra, cada capítulo, cada fotografía tomada por Q. (bisabuelo del traductor S.) y descrita por Z., el asesino inexplicable y envidioso, cada atajo narrativo, cada quiebre de la historia.
Un lector semejante a un espectador teatral de un enigma de Agatha Christie llevado al escenario, ansioso por devorar páginas y minutos para averiguar el ‘leif motiv’ (otro ‘latinejo’) de un misterioso asesinato ocurrido hace más de un siglo, en Inglaterra, tras dos expediciones africanas.
Pero quizás con el paso de los años lo que más se recuerde y celebre será la docena de personajes fascinantes. Desde Hugh Jeremy Atkins (alias Al-Abyad), el periodista que se convierte a la antropofagia en lo más profundo del continente negro con recetas como pechos de adolescente con salvia, limón y sal salvaje o cuellos a la menta y pimienta blanca, hasta Stanley Ackley, el racista inglés que sale en la expedición de su padre a buscar al famoso periodista galés Henry Morton Stanley (el que encontró al mítico explorador ‘descubridor’ de las cataratas Victoria con su famosa frase: “El Doctor Livingstone, supongo”).
Desde Thomas Ulliot, el poeta homosexual que regalaba sus obras para que su amigo desagradecido, Baltasar Heart, conquistara amante tras amante (en apenas cuatro años, 26 mujeres gracias a 473 poemas de amor regalados) a la potosina Érica Loza (el único personaje boliviano), novia del racista Stanley que al final acaba con el seductor Heart. Desde los hermanos japoneses cocineros, Louis y Yogiro Ito (el novelista “aprovecha” y despliega su saber y pasión por la cocina nipona) hasta la adicción por el sexo y el trago de Emma Brewery. Desde…
La toma del manuscrito es también un homenaje a la traducción, al poder de esta figura del mundo literario ‘invisible’ a través de la figura del personaje S.: la traducción como victoria, pues el que a los ojos del lector es el mero traductor del viejo manuscrito, a la postre se configura como un personaje más, que nos miente y nos embelesa, como en un cuento más de Las mil y una noches. Antezana se entronca maravillosamente con esa vieja necesidad del ser humano, con ese vicio incontrolable: la fabulación cuya máxima enseñanza oculta y diabólica es que la realidad, al final y al cabo, no es más que un efecto de sentido, un cuento más, una ilusión, un sueño. Y los sueños, sueños son.
Pura ficción, tejida en el caso de la última ganadora del Premio Nacional de Novela a través de una extraña red de historias inconexas que sólo cada lector puede llegar a entender. Sebastián Antezana tan sólo es un personaje, S. Ahora es el turno de cada uno de nosotros. Usted es L. Algún día se levantará de la cama y se dará cuenta de que pasó de persona a personaje gracias a La toma del manuscrito. Es el poder de la palabra y su magia. Es la victoria del ‘Sebas’.
Fuente: El Deber