A propósito de la “Prohibición”
Por: Brayan Mamani Magne
No soy maestro. Tampoco poseo algún doctorado en Literatura. Y no estoy muy seguro de ser un escritor de verdad. Sin embargo, sé muy bien lo que es ser lector. Soy lector desde que tengo cinco años, lo he sido durante toda mi vida… y lo seguiré siendo. Además, también puedo jactarme de tener buena memoria (claro, sólo para las cosas que más me llaman la atención: libros, fútbol, películas, Los Simpson, música, más libros). Razón por la cual me acuerdo muy bien de mis años adolescentes en la secundaria y de las lecturas que hicieron las tardes y las noches de los mismos años. Y ahí se me vienen a la mente La candidatura de Rojas, Raza de bronce, La virgen de las Siete Calles y varios libros de Carlos Cuaucthémoc Sánchez. Obviamente, nadie me había hablado de Javier Marías, Haruki Murakami ni J. M. Coetzee.
Hace un par de semanas, el viceministro de descolonización manifestó la idea de quitar ciertos textos de la currícula escolar (más específicamente Raza de bronce y Pueblo enfermo, de Alcides Arguedas, y La niña de sus ojos, de Antonio Díaz Villamil). Dichas declaraciones causaron bastante revuelo en la boca de maestros, especialistas en el tema y el colectivo social en general. Muchos expresaron su oposición a tal moción, arguyendo que las mencionadas obras “forman parte de nuestra cultura” y que “enseñan parte de la realidad de determinados momentos históricos”. En tanto que otros –repartidos entre funcionarios de gobierno y gente afín al mismo –revelaron su apoyo a la iniciativa puesto que consideran que las obras de Arguedas y Díaz Villamil son “racistas y apoyan al colonialismo”. Siendo imposible dar una opinión sin verter una posición política al mismo tiempo, me excluyo de determinar el valor de dichas obras. Sin embargo, no puedo excluirme de opinar sobre la pregunta que subyace silenciosa y chispeante dentro del mamotreto general: ¿qué es lo que leen los escolares dentro del aula?
La formación literaria es un ámbito importante del aprendizaje. Sin embargo, en Bolivia, dicha formación está bastante coartada. Valiéndome de datos extra oficiales y de la experiencia pura, puedo afirmar que las lecturas en las aulas se dividen en dos grandes grupos: los libros de autoayuda y las obras “clásicas” de la literatura nacional. En ese entendido, es fácil entender porqué muchos estudiantes –y, porqué no decirlo, muchos no estudiantes –no están familiarizados con libros que no sean La niña de sus ojos, Juventud en éxtasis o Harry Potter. Un estudiante común y corriente, en la mayoría de los casos, a lo mucho llega a las obras de los grandes del boom. El caso es lamentable. Y como si fuera poco, a este problema se le agrega otro de igual o acaso mayor trascendencia: la apetencia por la lectura. Es simple: pregunta un muchacho de quince años si le es apetecible leer Raza de bronce o La virgen de las siete calles; obviamente te responderá que no lo es. El estudiante de hoy –el joven de hoy –, influenciado por todo el bombardeo mediático e informático que caracteriza esta década, difícilmente logra enfocarse en actividades que requieren cierto grado de concentración. ¿Hay algún estudiante que haya terminado de leer las obras de colegio por gusto propio? Considero que sí los hay –, pero, a razón de la sinceridad, estos estudiantes son pocos, poquísimos.
Muchos maestros o académicos podrán levantar la voz a favor de las obras “tradicionales” de la literatura nacional, afirmando el valor cultural e identitario de las mismas… Y tendrán toda la razón. Nadie puede negar el valor literario de las obras que forman parte del acervo de las obras clásicas de la literatura nacional. Pocas obras describen con tanta fuerza y poesía los avatares de la Guerra del Chaco como Augusto Céspedes en su Sangre Mestizos; y nadie –o casi nadie –retrata con tanta sinceridad y humor las vicisitudes que tener el privilegio de ser candidato acarrea como lo hace Chirveches en la Candidatura de Rojas. Dichas obras, y otras más, sí deben ser leídas y estudiadas, pero condensadas con otras más actuales y tomando en cuenta el nivel de afinidad que el lector joven tiene para con ellas (créanme que para un joven de quince años Raza de bronce es todo un martirio; no por el tema, sino por el lenguaje).
¿Qué es lo que se pierde un estudiante que jamás ha leído una segunda obra de García Márquez? ¿Qué gana alguien que ha leído por lo menos una vez en su vida a Philip Roth, Yasunari Kawabata o Andrés Neuman? La respuesta en ambos casos es la misma: mucho. Limitar las lecturas a obras demasiado básicas o muy complejas, o a otras que ni siquiera gozan de la calificación de “literarias”, logra un aprendizaje limitado. Y al tener un aprendizaje limitado, obviamente, se restringe la posibilidad de una apertura más a fondo al arte de la literatura. Existen tantas obras nacionales e internacionales de gran calidad que tocan temas diversos que, a mi juicio, sería una total insensatez no tomarlas en cuenta en la currícula escolar (por lo menos “de pasadita”). Sin ir más lejos, ahí tenemos, a modo de ejemplo, a Los vivos y los muertos, de Edmundo Paz Soldán, Cuando Sara Chura despierte, de Juan Pablo Piñeiro, Abril rojo, de Santiago Roncagliolo; todas ellas novelas “sencillas” en términos de lenguaje, y “verdaderamente literarias”, en cuanto a su valor artístico; además de interesantes.
Ignorar el panorama contemporáneo da lugar a lecturas erróneas que insertan una concepción tergiversada de lo que la literatura representa como arte.
La literatura boliviana de los últimos veinte años ha mostrado un gran avance. Nos hemos alejado de temas demasiado comunes y reivindicacionistas; ahora nos enfocamos más en el “yo” y en el “nosotros” (el “nosotros individualista”, valga la contradicción). Esto debería representar un efecto similar en la incidencia de la literatura en el hombre de a pie, pero, lastimosamente, no lo hace. Si bien existen más autores jóvenes y obras mejor trabajadas, la situación de la literatura boliviana sigue en las mismas: los mismos cuatro gatos que leen son los mismo cuatro gatos que escriben.
Creo es un buen momento para que la literatura boliviana, en toda su magnitud (escritores, lectores, editores, libreros), salga de esa burbuja que ella misma se ha impuesto. Y considero que podríamos empezar en las aulas. Al no “enseñar”, de alguna u otra manera, también se prohíbe. Y prohibir el arte, a mi sano juicio, es algo criminal.
Termino preguntando: ¿qué pensarías si, de la noche a la mañana, alguien te diría que los “Chicos de tu hermana” –equipo de la liga de tu barrio –no es la mejor escuadra del mundo, sino que existen equipos de talla “galáctica”, que hay un tal Messi que hace maravillas en el campo de juego y que un tal Palermo metió un gol de cabeza desde casi media cancha? ¿Qué harías si, de repente, descubrirías que el tetris no es el cenit de los videojuegos y que existe un juego llamado Gunbound, otro denominado Mario Kart, un aparatito llamado Nintendo Wii o algo que se hace llamar Xbox? ¿O qué se te pasaría por la mente si descubrieras que no eres un ser humano común y corriente, que no te enfermas, que no te mueres, y que tienes superpoderes (visión de rayo, fuerza hiperbólica, memoria fotográfica)? ¿Cómo lo tomarías?
Fuente: Ecdótica