A propósito de Bioy, de Diego Trelles Paz
¿Comenzar una reseña de la novela Bioy, del autor Diego Trelles Paz, esa joven promesa consagrada, apelando a la violencia no sería un acto de mera publicidad editorial? La violencia, es evidente, se presenta a lo largo de toda la novela, es su hilo conductor y, sin embargo, en mi opinión, no constituye el corazón de la misma. El hilo conductor de esta novela es el estilo. Y bienvenida sea esta ocurrencia. Diego Trelles narra una historia que se enmarca en el Perú de los años 80, la época de Sendero luminoso y de los crímenes de estado, y que se prolonga hasta nuestros días, pasando por los turbios (qué poco me gusta escribir turbios cuando quiero decir miserables) años del gobierno de Fujimori. Una historia localista, quizás poco explicitada para los no familiarizados con el conflicto, pero que como toda buena novela expone un conflicto universal, en este caso la violencia.
La mano de Bolaño está presente a lo largo de toda la obra. Creo que Diego Trelles nunca ha ocultado esa influencia, que ya era ostensible en su anterior novela El círculo de los escritores asesinos. A mí las influencias no me preocupan. Es más, si vienen de autores a los que admiro, casi las agradezco, pues recorro un territorio conocido que me aporta una cierta seguridad. En el libro de Trelles hay mucho de Bolaño pero creo que también hay mucho de Trelles. Hay sobre todo una labor estilística que es lo que hace de esta novela una recomendación insalvable. Diego Trelles calza la pluma para escribir como mexicanos, peruanos, españoles de diversas edades y condiciones sociales. En la mayoría de los casos su estilo es convincente y nos conduce por la trama de la novela de un modo sencillo y sin demasiados alardes efectistas , algo que es digno de encomio en una novela que podría prestarse a ello, sobre todo dada su compleja estructura.
Han comparado esta novela de Trelles (o a Trelles mismo) con Vargas Llosa. Hay algo de Vargas Llosa en la novela pero no creo que sea fundamental. Comparte con él la crítica al matonismo estatal y una cierta sabiduría a la hora de tratar los tempos de la trama que no es en absoluto fácil de adquirir. Pero más allá de esto no veo mucho más de Vargas Llosa en la obra. El Nobel no se hubiese lanzado nunca a esa descripción de la violencia que es Bioy, un continuo devenir de personajes y situaciones en los que esta se expresa sin necesidad de rascar demasiado en la superficie. Diego Trelles es consciente de esta vertiente del libro y de la paradójica situación del escribiente: “¿Cómo se narra el horror si es más poderoso que cualquiera de mis palabras?¿Cómo se nombra lo que duele imaginar? Mejor detenerse, soltar el lápiz, negar”.
La violencia se sucede a lo largo de la obra y hay pocas explicaciones para justificar su presencia. Acaso lo intente el autor en este pasaje: Cuando el dedo cede, hay un cuerpo tibio, perforado y sangrante que sigue temblando. Gómez lo observa y no siente nada. ¿Por qué habría de hacerlo? Un animal se ha comido a otro, ¿es que no se trata de todo de eso? En algún momento alguien me comerá a mí y no espero su piedad o su clemencia, pero al parecer ustedes no entendieron: aquí no hay culpables ni inocentes, no hay bueno, malo o regular, no hay una puta mierda, todo es lo mismo.[…] El cómo siempre está de nuestro lado. Es lo único de esta oscura niebla que nos pertenece.
Nos encontramos a lo largo de la novela con alguna declaración de intenciones del autor: “Recuerden: siempre es recomendable apelar a la imaginación y al cinismo” o “Nunca me he sentido conforme con la sugestión pasiva y uniformizada de las letras. La inacción me enferma. Hay que actuar sobre la realidad. Cambiarla solo en el papel es hipócrita y cobarde. La literatura no sirve para nada” y sobre todo con muchas dudas, como no podía ser de otro modo, ya sea en el mundo literario o en la vida a secas: ¿Cómo hace uno para no darse de golpes contra la pared?, que parece una contestación a esa magnífica frase de Perec al inicio de Especies de espacios: “Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse”.
Nos encontramos pues ante una novela en la que Diego Trelles ha invertido un esfuerzo notable en la construcción de personajes (las primeras páginas son, en ese sentido, magníficas) y en el estilo, que ha sabido conjugar de forma muy acertada con una trama que contradice al propio autor cuando se cuestiona el valor de la literatura para cambiar la realidad o, al menos, para hacernos más conscientes de ella.
Fuente: letrasirreverentes.blogspot.com/