11/20/2024 por Sergio León

A propósito de ‘Antes, en cualquier parte’, de Claudia Peña

Por Cergio Prudencio

(Texto leído en la 28.o Feria Internacional del Libro de La Paz (FIL) a 11 de agosto de 2024.)

Antes, en cualquier parte es un libro escrito en clave de mujer (en clave de sol, diríamos los músicos), con ojos de mujer, con silencios de mujer, con gritos de mujer, con piel de mujer, que acerca al lector (hombre) al horizonte femenino de la vida (si acaso esto es posible), para interpelarlo.

quisiera retornar al ímpetu sin orden
a ese antes que había antes de los brazos
cansados
de los hombres

sentencia la narración al cerrar “A quien culpar”, un cuento escrito en el agua, con agua, y en el que mujeres (siempre mujeres) navegan o se guarecen para ahuyentar el naufragio. Una historia donde la única constancia masculina es el río:

¡Está llegando el río!
[…]
un río de aguas oscuras que viene meciéndose desde la avenida, levantando pequeñas olas turbias que llegan hasta el portón y entran en mi casa.

dice una mujer, dice otra, como una metáfora de la ausencia con esporádicas arremetidas, devastadoras.

Sin embargo, una voz en primera persona femenina pregunta y se responde en medio cuento:

¿Qué es una madre?
[…] una madre es parte del sistema natural de un río, al cual acompaña como reguladora de su curso, como si llevara del brazo a su hijo.

Madre-río, madre-autoridad, madre-represión, madre-madre, es otra transversal en el texto, madre, paradójica oposición a mujer y a libertad.

Una hija nos cuenta en “Lo que llamamos niño o madre o lealtad”, la violencia brutal con que Daniel, que “ya era un hombre”, la agrede. Dice:

Después vino otro golpe que no pude parar. Pensé que madre, que estaba detrás de él, iba a levantar su brazo para detenerlo. La miré, estaba quieta, con los brazos cruzados debajo del pecho, mirándome con odio.

Madre, así sin artículo, es (la) mujer aliada del poder macho que violenta, excluye, somete y abandona mujeres a lo largo de estos cuentos que trascienden maniqueísmos para instalar un horizonte complejo y mimético de la realidad social/familiar, tanto en las relaciones mujer-hombre como en las relaciones mujer-mujer, o madre-hija, hija-madre más específicamente. El canon machista se disemina y esparce por los intersticios del propio orden femenino hasta comprometerlo contra sí mismo.

Pero es igual mujer la resistencia social en busca de la restitución histórica de su reino petrificado, según la leyenda aymara Chuqil qamir Wirnita, que en el cuento de Claudia (llamado así también) se reinterpreta desde de la rebeldía popular de aquel infausto noviembre de 2019 en Senkata, imposible de olvidar. Describe así:

En el desplegarse de la muchedumbre se desenrosca la serpiente: cada quien es una escama inseparable de la siguiente y las banderas son sus alas. Una katari alada. Baja la serpiente rumbo a la ciudad con los ataúdes a cuestas. 

La serpiente es la gente enardecida ante el oprobio secular reeditado en el siglo XXI, pero es también Isabel, una mujer al rescate de su hombre caído en la resistencia, aunque como siempre en la historia…

Los policías la patean, ella ya sin aire, le lastiman los brazos, la cabeza, pero desde el fondo del tiempo miran los ancestros; desde lo alto de la torre, los pedreros que ya no están; las raíces y los cerros, los vientos, miran atónitos el diminuto hilo transparente de su vientre […].

Hombre como todos los hombres de este mundo macho, Antonio es uno de ellos, pero es el hombre de Isabel, la Wirnita de Senkata, diría yo, cuyo alegato femenil de pertenencia eleva Claudia Peña a rango poético:

¿Entonces a qué vienes, muchacha? 

    Vengo a saber si está aquí
su cuerpo de besos e impulsos,
si es su rostro
el mismo de anoche entre las sábanas
conmigo
[…]

Esta frecuencia poética hilvana todo el libro. Hilvana por cuanto aparece y desaparece y vuelve a aparecer, como la voz del aprendizaje profundo que los hechos simples, llanos y duros de la existencia guardan para quien quiera aprehenderlos. Por ejemplo, cuando la narración encuadra la circunstancia:

        Entonces lo mataron, pero
Wirnita ya llevaba las flores
Pasaron las lunas y
cuando los dolores, muchas kataris salieron de su vientre. 

O cuando en otro de los cuentos, titulado “A Second-hand Emotion”, abstrae la carnalidad del parto físico a un hermosísimo enunciado:

La vida disparatada arrastrándome sin piedad a su torbellino infinito, amarrándome para siempre, al siempre que es la vida de mi hija.

O cuando, en primera persona del personaje mujer (cómo no) nos abre y revela una interioridad trascendental, mayor a la circunstancia de la historia en el cuento que lleva un título inflamable: “Lo que llamamos niño o madre o lealtad”, y dice:

Sosteniendo el enjambre de cuerpos resbalosos, presentí el estruendo. Sentí cómo venían abriendo el aire los jinetes y su fuerza desatada, y en mi propio cuerpo retumbó el palpitar abrumador de los animales, de la tierra y del día fecundo, y fue como si todo el universo y sus razones pudieran estar contenidos en la cuna aterida de mis manos.

O cuando, en “Libélulas”, una historia de todos los días en nuestros días, las hermanas Ramírez, ante la violación de una de ellas, en defensa propia y justa enmienda resarcen el daño por mano propia, concluyen casi en un salmo redentor o una proclama:

Desde entonces vivimos en el agujero oscuro de esa tarde, como si nuestra ligereza también se hubiera ahogado, atada a la pesada piedra del horror. Todo lo que pasa, pasa allá, afuera de nosotras, a la luz de un sol extraño que no nos calienta.

Porque, el valor artístico de los escritos de Claudia, más allá del sentido o sinsentido de las historias contadas y su densidad específica, reflejo de un mundo hostil e implacable, reside en la manera en cómo Claudia Peña las cuenta, instalando ante nosotros, los de ahora, una literatura encantada y encantadora, en el más estricto sentido del encantamiento de aquellas serpientes-narraciones que Claudia engendra en su propio vientre y pare para reparar la historia y la propia literatura. Porque, a propósito de la fuerza evocativa y sustantiva del lenguaje, dice ella misma en otro arrebato de lucidez en medio del dolor:

[…] las palabras no son sólo para los oídos y sus túneles de escuchar para esparcir a todo el cuerpo lo insoportable.

Son también para el aire. 7

Fuente: Revista 88 Grados