A 500 años de su muerte: el verdadero Leonardo da Vinci
Por: Raúl Rivero Adriázola
¿Quién fue, en verdad, Leonardo da Vinci? La incógnita que sobrevive cinco siglos a uno de los más grandes exponentes del Renacimiento, levanta polvo y hace correr mucha tinta entre cronistas e historiadores del arte, que se animan a explorar en los arcanos de la vida y la obra del hombre que encandiló e irritó —casi por igual— a papas, monarcas, príncipes y ricos mercaderes de su época. Contando con el mecenazgo de Ludivico Sforza, César Borgia y Francisco I, sufrió el desprecio de León X y la ira de varios clientes insatisfechos. Empero, aparte de sus desaciertos en escultura e ingeniería, pocos se atreverían a poner en entredicho su habilidad con el pincel y el carboncillo.
Al cumplirse este mes los 500 años de la muerte de Leonardo, varios son los homenajes y encomios que se hacen al polímata renacentista, destacándose sus virtudes en las artes y las ciencias, subrayando como respaldo sus invenciones y sus dibujos y pinturas que se conservan en museos y colecciones particulares. Empero, son pocos los que se atreven a difundir sus defectos que, como todo humano, los tuvo y en buen número. Tal vez esa represión histórica se deba a la inmensa sombra de genio que proyecta Leonardo, la que ha sido constantemente repetida y ensalzada.
Falsificación de Leonardo
En 2010, publiqué un divertimento histórico, titulado “El Conjuro Juliano y la falsificación de Leonardo”, cuya trama gira en torno a un conjuro que un druida galo entrega a Julio César, el 50 a.c., conjuro que tiene obsesionados a los grandes de Europa —sobre todo papas y monarcas— durante 1.500 años. Entre los que tratan —infructuosamente— de descifrar su contenido, está Leonardo que, incluso, encuentra una ingeniosa y falaz manera de satisfacer los deseos de sus contratantes.
Y aprovecho el paso del polímata por mi novela para elaborar el que, a mi criterio y conocimiento, es su verdadero retrato, aquel que lo muestra sí como un genio, pero un genio disperso e irresponsable, que se compromete en un sinfín de obligaciones artísticas, arquitectónicas, de ingeniería militar, etc., dejando unas a medias, otras incluso sin empezar o terminándolas bajo amenaza de juicios o como resultado de estos. Curioso insaciable, el de Vinci se interesa tanto por naturaleza que le rodea como por la anatomía y fisiología humana y animal, llegando al extremo de sobornar a los “beccamorte”, los sepultureros de las ciudades que visita, para que le faciliten cadáveres recién sepultados, los que disecciona y luego pasa lo visto a hermosos y detallados dibujos. Es muy conocida su pasión por el vuelo, llegando a construir una máquina con la que intenta hacerlo y, ¡vaya porrazo que se da!
Por razones de la trama, debo detenerme en la que es quizás la pintura más famosa de todos los tiempos, el retrato que hizo a donna Lisa del Giocondo, relatando algunos pormenores de su realización poco a casi nada conocidos, así como revelando la —¿verdadera? — razón que lo llevó a quedarse con él… a pesar de haber recibido la paga completa por el trabajo y haber demorado varios años hasta terminarlo, sin que el contratante lo demandara, como bien que se merecía. Este cuadro lo acompañó hasta su lecho de muerte, testimonio del gran cariño que le tenía, confirmado por el hecho de que lo legó a su más controvertido discípulo, Gian Giacomo Caprotti, más conocido por su apodo de “Salai” —que significa “diablo”—, con quien las malas lenguas rumoreaban que practicaba la conocida en aquella época como amistad socrática.
Muchas veces es muy difícil —y controvertido— tratar de unir al personaje creado por la apología, con el ser humano que le dio vida y fama. Pero, muchas veces también, el tener la verdadera medida del hombre, hace más admirable su quehacer y su fama.
Atractivo y generoso
Leonardo da Vinci –cuenta Giorgio Vasari, escritor italiano del Renacimiento y primer biógrafo del artista– fue un hombre de gran atractivo personal, amabilidad y generosidad.
“La disposición de Leonardo fue tan amable que se ganó el cariño de todos”. Era “un conversador brillante”, que encantó a Ludovico il Moro con su ingenio.
“En apariencia fue impresionante y hermoso, y su magnífica presencia ha traído consuelo al alma más preocupada; era tan persuasivo que podía doblegar a otras personas a su voluntad. Físicamente era tan fuerte que podía soportar la violencia y con su mano derecha podía doblar el anillo de un llamador de puerta de hierro o una herradura, como si fueran de plomo. Fue tan generoso que dio de comer a todos sus amigos, ricos o pobres … A través de su nacimiento Florencia recibió un regalo muy grande y por su muerte sufrió una pérdida incalculable”.
Sobre el autor
Raúl Rivero Adriázola, economista de profesión es un lector voraz, “fácilmente, al año, me leo entre 60 y 70 libros” y un autor prolífico que, además de su primera novela, “El Conjuro Juliano y la falsificación de Leonardo” (2010, reeditada en 2016), ha escrito también “Retazos de historia. De las memorias del general O’connor” (2006), “Los Constantinopolitanos” (2011), “La segunda ley” (2012), “El médico y el aventurero” (2013), “Memorias bajo fuego” (2014), “Sin aliento” (2015) ,“El cerco de Boquerón” (2016) y “El Ateniense (2018).
Es coautor de “Epístolas de la Guerra del Chaco” (2015) y “Huellas Guerra” (2016).
Fuente: Lecturas