Carvalho desvela una gran Maquinaria
Por: Marcelo Suárez
Homero Carvalho retorna, y esta vez con una historia que mezcla la ficción con la actualidad política y social del país. La maquinaria de los cretos se titula la obra con la que ganó el Premio Nacional de Literatura (de Santa Cruz de la Sierra) en la categoría Novela.
La obra, que revela las acciones de los servicios secretos y sus impredecibles consecuencias en la sociedad, plantea la eterna lucha entre el bien y el mal llevando los extremos a planos insospechados, en los que el bien supuestamente creado por el hombre como la representación del poder mismo, es un complejo sistema que manipula a los seres humanos.
“Es una novela que cuestiona lo político de lo social y devela la forma en que se maneja la maquinaria de los servicios secretos. Se sitúa geográficamente en La Paz y Santa Cruz, y aunque en otras ocasiones ya he jugado con la realidad de las ciudades en mis obras, en esta ocasión lo hago de otra manera. La historia tiene como telón de fondo hechos similares a los que sucedieron mientras se desarrollaba la Asamblea Constituyente y en ella hago referencia a un presidente indígena, aunque no lleva por nombre Evo”, manifestó el autor.
A continuación reproducimos fragmentos de los capítulos de esta obra, que explora el accionar de los servicios secretos en Bolivia:
“Lo que no saben los que viven en las ciudades es que hay muchas otras dentro de las suyas, porque cada quien vive en su propio suburbio sin importarle el resto. Los ricos tienen sus espacios, la clase media los suyos, los marginales el resto de la gente. Pero también tienen sus territorios los ladrones, las damas nocturnas, los chicos bien, los pandilleros, las chicas fresas, los ¡qué sé yo! Y sucede que, a veces, durante el día se cruzan entre ellos, se miran por un instante y no se conocen, se huelen y se repelen, se desprecian porque saben que son diferentes, porque el otro posee lo que uno desea. Pero, nosotros las conocemos bien a todas las ciudades porque hemos logrado penetrarlas, sabemos cómo es la epidermis de cada una de ellas, sus cicatrices, sus granos, sus tatuajes; conocemos su respiración, guardamos los altos secretos de la noche y cuidamos sus temores.
“La noche, Jefe, ¿sabe qué dicen de la noche?”, preguntó Leandro. “¿Quién dice?”, replicó Erasmo. “Los instructores de Inteligencia, Jefe, los instructores. Dicen que la noche es nuestro elemento porque en ella podemos ser lo que en verdad somos. Las putas y los ladrones pueden parecer señoritas y señores durante el día, pero en la noche vuelven a ser lo que son, putas y ladrones”, dijo Leandro.
“Bonita frase y muy certera. Pero déjame terminar de vender mi charque como dicen por acá. Déjame que te diga lo que son las ciudades porque ellos creen que las hicieron a su imagen y semejanza, las hicieron para perderse en ellas, para confundirse en la multitud y nosotros los jodimos dando nombre a las calles, números a las casas, creamos la identificación personal, usamos la fotografía para ficharlos y la psicología para definirlos y clasificarlos, nosotros estamos por encima de ellos y ellos no quieren darse cuenta de esta realidad, en la que son insectos en un caja de vidrio. Y como no nos miran, no saben quiénes somos, ni quieren saberlo porque son necios y nosotros muy oportunos les hacemos creer lo que quieren creer para que vivan felices, eso es el autoengaño al que se someten complacientes. Por afuera todo el mundo se muestra feliz, sólo nosotros sabemos que a la hora de la verdad se mueren de miedo, ¿o no? Pero les seguimos haciendo creer que son libres, que todo les está permitido, no se dan cuenta de que cada día que pasa les ponemos más límites, los cercamos más, los encuevamos en condominios privados y edificios inexpugnables para vigilarlos mejor porque sabemos que el verdadero poder está en la cotidianidad, nosotros sabemos lo que pasa durante la noche y durante el día y esa información es nuestro instrumento de presión. Así nomás es, no olvide, mi estimado Leandro, que nosotros vestimos la túnica de Dios, la invisible túnica del temor que nos da el verdadero poder, porque somos como el ojo de Dios, poseemos la visión panóptica del poder y al igual que él trabajamos en silencio, en el más oscuro misterio. Somos la sombra de Dios. ¿Qué dices oye?”.
Fuente: El Deber