Armando Soriano Badani, el poeta nato
Por: Julio Ríos Calderón
Su entorno íntimo, le decía el Chino Soriano, y Armando Soriano Badani, recibía la expresión con mucho cariño y la correspondía con insondable dulzura.
Falleció a los 96 años. Fue mi mentor y tuve el privilegio de trabajar con él, en la Revista Domingo del periódico Hoy y la Hoja Literaria del mismo. De ambos, Armando Soriano Badani, era el director.
Su manera de hablar asomaba florida y cadenciosa. Poseedor de un rico vocabulario y de un singular sentido del ritmo, estos dones provenían del dominio de la métrica y de la aptitud para la rima, así como del oído filomusical que únicamente los poetas natos llevan en el corazón.
Reconocido poeta, escritor, abogado y diplomático boliviano, don Armando formó parte de la Academia Boliviana de la Lengua. Hasta el viernes 28 de febrero, fue el último sobreviviente de la segunda generación de Gesta Bárbara, que se fundó en La Paz bajo el influjo de Carlos Medinacelli.
Sabemos que la muerte es un problema de los vivos que nos quedamos huérfanos de nuestros seres queridos, a los que tanto necesitamos. No importa la edad. Noventa y seis años para Soriano dan testimonio de haber confesado, él, que ha vivido mucho y con destacada dignidad, claro ejemplo de un hombre que escuadró su camino recto con una brújula a la que podemos llamar una plomada de vertical y correcta existencia.
Nosotros hemos perdido a un hombre entrañable y enormemente querido por todos los que le conocíamos, y con quien hemos tenido el privilegio de compartir tantos trabajos, tantas reflexiones y también tantos momentos de sana alegría. Hemos perdido a un gran Maestro, referente de tantos de nosotros, a quienes tanto y con tanta fraternidad y paciencia instruyó.
Luchó por aportar con su fina actitud a esa gran obra inacabada siempre y que es nuestro fin: el progreso de la humanidad en la que deben asomar la justicia, el amor y el intelecto. Más de treinta libros entre ensayos, cuentos, poesía y pintura, son su legado. La rica pinacoteca de su casa, cuelga muchos de los cuadros sobre los que él escribió con un lenguaje amoroso, prolijo y apasionado.
En estos días en que el carnaval termina, aparecen sus versos dedicados al pepino: “Policromo turbión de serpentina/ colorido aguacero de mistura/alegría fugaz que se avecina/al son del carnaval que se inaugura./ Risa y placer la fiesta vaticina amenguando el dolor y la amargura./ Y en la embriaguez de alcohol y colombina/se descubre una frágil aventura./ Saltimbanqui sagaz y zalamero/es de la fiesta el rey y el libertino/es el gentil y audaz, caro pepino./ Al pueblo hace feliz, noble embustero/ocultando en el llanto la secreta nostalgia que recubre su careta”.
Soriano equilibró siempre su solicitud, amabilidad y respeto con la ardiente defensa de sus posturas. En los últimos años, cuando la salud le fallaba, nos enternecía escuchar en nuestras visitas, sus recuerdos como el elefante que conoce vidas anteriores.
Estos y otros muchos detalles de su gran humanidad nos acompañarán siempre, así como su imagen en nuestros trabajos, siempre cuidada y elegante, a través de la cual transmitía no sólo su humano comportamiento, sino el profundo respeto al trabajo literario.
Bien visto, todas las vidas son inconclusas y solamente cuando se entregan a la familia, los amigos, los hermanos, éstos las terminan, como un artesano, dándoles la forma definitiva de su verdad y de su esperanza.
La última de esta historia de Soriano, de la que no podemos ahuyentar la tristeza, nos impone ser fuertes para seguir luchando y para aceptar nuestro destino con dignidad y sin temor.
La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; y no basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces, la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre. Armando nos deja el recuerdo de su obra, de su ejemplo y la esperanza de que un día, por la bondad de Dios, hemos de volver a reunirnos para siempre.
“Ignoro cuándo fue mi ternura / mansa de otoño y triste ceniza, / se encendió por la savia que inaugura / misteriosa emoción que me esclaviza. /…/ Qué importa interrogar en el secreto / si fue la miel de su frutal aliento / que atibió mi dormido sentimiento”, versos de don Armando hoy guardados en el Arca de la Alianza, un caja de madera que simboliza la inmortalidad.
Don Armando está al lado de la compañera de toda su vida, que se adelantó en el camino, Etna Arce de Soriano. Deja entre nosotros a sus hijos, Ramiro, Pilar, Oscar y Javier, a sus amados nietos,y a todos sus parientes y amigos, que hoy por su partida, se entibiará el calor de la vida del poeta nato.
Se fue recitando: “Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, carne de llanto, fruta de gemido, nuestra alma melancólica en conserva. Vámonos! Vámonos Estoy herido; vámonos a beber lo ya bebido, vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva”.
“Terrible es la muerte, pero cuán apetecible es también la vida del otro mundo, a la que Dios nos llama”.
Fuente: Letra Siete