La imposibilidad de un crimen perfecto
Por Moira Bailey
Como toda buena novela, Fantasmas asesinos es muchas cosas a la vez. Es un universo personal conformado por una infinidad de elementos que sale a la luz para ser leído por otros. Es una historia de miedo, de sexo, de suspenso, de venganza, de grandes dosis de violencia, pero también es engranaje en el que todo eso logra converger milagrosamente. Es la rememoriación de una triste historia de infancia, contada desde la crueldad del lenguaje policiaco que no se sorprende ante nada. Es un fotógrafo que reconoce la identidad de un cadáver.
A lo largo del relato, un adolescente de gran inteligencia y crueldad reteje, mientras va creciendo, el asesinato de un niño ocurrido durante su propia infancia. Este crimen no sólo será el centro de una mente que elucubra hechos extraños, para después concretarlos con todo el peso de su maldad a lo largo de su vida, sino que es también, un tiburón dormido que vive dentro del relato, una maldición latente, que como toda maldición aparece en formas diversas y va arrasando con gran eficiencia, con todos los que estuvieron de algún modo involucrados. La muerte de aquel niño, no sólo es el motor de la mente de uno de los principales personajes, sino el epicentro del que parte y al que llega cada una de las muchas piezas del engranaje con el que está construida la novela.
El relato está además compuesto por muchas pequeñas historias que se funden unas con otras con gran agilidad. Los muertos van apareciendo por todas partes, en cosa de minutos, sin que el lector tenga tiempo de darse cuenta de dónde salieron. Las historias policiales de denuncias, infidencias y agresiones se mezclan con los tejes menejes privados de los involucrados desde adentro, que sería imposible destejer la historia en cuanto a su forma, su naturaleza o su propia estructura, hecha de tres partes diferentes, con diferentes discursos, lenguajes y perspectivas.
En la parte inicial de esta obra escrita por Wilmer Urrelo Z. hay una primera voz que habla a través de párrafos cortos y numerados. En la segunda, aparece un narrador omnisciente, mientras un discurso telegráfico con formas propias de la tecnología del correo electrónico del chateo constituye la tercera parte. Existen en el relato muchos registros, voces infantiles de los niños que viven cerca del colegio del crimen, mezcladas con voces de viejos descarnados que no se impresionan por nada y parecieran buscar siempre más crueldades y la voz de una mujer inocente que se casa con un policía criminal, sin tener idea de su pasado.
Es la construcción de una increible amalgama de todos esos elementos disímiles uno de los logros más importantes de la novela. Inclusive la Morsa, el personaje más crudo tal vez -pues un chico con labio leporino, abandonado y que tiene una enfermiza atadura con su tío- en un momento llega a mezclar su horrible discurso, con palabras del único instante en su pasado en el que fue feliz estando enamorado. Aparece, por si fuera poco, un extraño grupo religioso-político llamado Los Apóstoles, cuyas intenciones son muy difíciles de entender y que también está envuelto en el pasado negro que va cubriendo a todos con sigilosa paciencia. Un nuevo crimen hacia el final, confirma una vez más la mezcla extraña de una expresión religiosa muy sui géneris con hechos borrascosos y negros.
En Fantasmas asesinos se habla de muerte, resurrección, crímenes prostitución y amores torcidos, como parte de un todo, de un mismo impulso o energía que se hace presente en todo momento y que es justamente la energía de la novela, tan invisible, como sus fantasmas.
En definitiva, esta es una novela negra en toda la expresión de la palabra, en ella se combina lo más terreno y concreto con la volatibilidad de los fantasmas. Las piezas de un complicado e ingenieríl mecano están mezcladas con una especie de superstición, que aparece entre líneas a todo momento, para decirnos que en este mundo, por alguna razón que ni siquiera los policías más perversos comprenden, no existe la posibilidad de un crimen perfecto.
(Tomado de Alejandría. 12. 2007)
08/31/2007 por Marcelo Paz Soldan