Las máquinas ficcionales de Paz Soldán
Por: Emilio Martínez
Palacio Quemado es la última novela de Edmundo Paz Soldán, editada recientemente por Alfaguara en Bolivia y Perú. Ambientada en la caída del segundo gonismo y con la guerra del gas como telón de fondo, “todos sus personajes, hasta los imaginarios, son verdaderos”. En sus páginas están los retratos críticos del presidente Canedo, reconocible por el acento gringo y la confianza a ciegas en las encuestas, junto al de su ministro favorito: el Coyote, manipulador de la estructura partidaria y duro en el uso de la fuerza pública. Y están también las semblanzas más leves del vicepresidente Mendoza, erudito en fútbol y cine; y del Remigio, diputado cocalero que conforma un ‘gobierno del pueblo’ paralelo.
Otras lecturas
Con tal escenario y personajes, la lectura política de la novela es la más obvia y no necesita mayores introducciones. Previendo esto, el autor declaraba en una entrevista dada a EL DEBER a comienzos de año: “Mi esperanza es que haya otras lecturas”, sabiendo que es en la polisemia del texto, en la capacidad para generar lecturas múltiples -y en el caso de los clásicos, inagotables- donde se cifra la pervivencia de los libros en el tiempo. Ensayar ¡otra lectura¡ es lo que intento en este artículo, a partir de una indagación en las características formales de la narrativa de Edmundo Paz Soldán y de cierto leit-motiv presente en la mayor parte de sus obras.
Círculos concéntricos
La estructura que organiza la trama de ésta y otras novelas anteriores, podría describirse en tres círculos concéntricos. En el primero y más externo se despliega el contexto histórico: febrero y octubre negro en el caso de Palacio Quemado, la hiperinflación de la UDP y la crisis terminal del capitalismo de Estado en Río Fugitivo.
El segundo círculo corresponde a la historia personal y familiar, condensando material autobiográfico permeado y reconstruido por la ficción. Es el mundo de la infancia, el recuerdo de Cochabamba (Río Fugitivo) y La Paz en los años ‘70 y ‘80. Es la memoria de su tío, Fernando Díez de Medina, escritor y ‘ghost writer’ de Barrientos, que sirve de disparador para una reflexión sobre las escabrosas relaciones entre los intelectuales y el poder, tesis central de Palacio Quemado.
Pero es en el círculo interno donde se encuentran las claves probables de su literatura, el núcleo de un universo propio y autorreferencial en el que se abordan los problemas de la representación, las asimetrías entre la realidad y los diferentes aparatos simbólicos que construimos para tratar de entenderla o reproducirla.
Crítica de la representación
Desde la publicación de Las máscaras de la nada (1990) y hasta la edición de su más reciente novela, el autor ha producido una narrativa orgánica cuya constante principal es la crítica de los lenguajes que creamos para significar el mundo, y que acaso revelan la propia fragilidad de lo representado.
Entre la serie de tópicos que demarca ese proyecto literario, encontramos la insistencia en la paradoja y a través de ella la progresiva invasión de lo normal por lo fantástico, con la sustitución de seres, lugares u objetos por su reproducción en medios disímiles, de tan dudosa certidumbre como mapas, crucigramas, postales o fotografías.
Tales las máquinas ficcionales de Paz Soldán, que invariablemente pueblan el círculo interno de sus narraciones. En el caso emblemático de Dochera, que le valiera el Premio Juan Rulfo de Cuento (1997), el protagonista construye una realidad paralela desde los crucigramas, que poco a poco modifica su cotidianeidad y la de los lectores de El Heraldo de Piedras Blancas:
“Utilizando como piedra angular la palabra Dochera, debía crear un mundo. (…) Era una labor infinita, y Laredo disfrutaba del desafío. La delicada pluma de un ave sostenía un universo”.
El procedimiento se repite en La ciudad de los mapas, donde las representaciones sobre el papel paulatinamente usurpan la urbe material; o en Las dos ciudades, cuando una réplica de Cochabamba en tamaño real, construida inicialmente como set de filmación, se convierte en la nueva morada de los habitantes de la Llajta. En otro de sus cuentos, Sucre se transforma en ciudad-poema por obra de sus propios pobladores:
“El 2 de julio, la ciudad era un graffiti inmenso, un poema hecho siguiendo la técnica del collage. (…) Los ciudadanos, caminando sobre el poema, se congratulaban por la labor cumplida”.
Probable trilogía
La manipulación de la representación se vuelve impostura mediática e histórica en Sueños Digitales, cuando Sebastián borra el pasado culpable de un dirigente político mediante los artificios de freehand y photoshop.
Esa novela marca una transición, de una narrativa donde la crítica de la representación tiene como escenario a la ciudad, a otra que interpela “al Estado paranoico, generador de ficciones”, como el mismo autor lo ha dicho.
Sueños Digitales, El delirio de Turing y Palacio Quemado conforman una probable trilogía, centrada en la deconstrucción del Estado como máquina ficcional, productora de discursos que usurpan el lugar de la realidad o que la modifican violentamente.
El manipulador de criptografías de El delirio de Turing cede paso en Palacio Quemado a Oscar, historiador y escritor-fantasma del presidente, de acuerdo a la tradición familiar, quien declara su “deseo de escribir la realidad para convertirla, generar la realidad a través de la escritura”.
Es sintomática la aparición en la novela -como un eco de las antiguas narraciones de Paz Soldán- de un juego réplica del Clue, donde el protagonista somete a golpes de dado la suerte de los habitantes del Palacio de Gobierno, desde Belzu y Melgarejo hasta Goni-Canedo, reescribiendo la historia remota o cercana.
Ninguna imagen es verdadera
Antonio Cornejo Polar dice que, en la narrativa de Edmundo Paz Soldán, “el imaginario es una sesgada hipérbole de la realidad cotidiana”. Sin embargo, en el inquietante cosmos erigido en torno a Río Fugitivo el imaginario es algo más que un simple instrumento alegórico, sino una demolición de las precarias certezas que habitamos.
Todo lo sólido se desvanece en el aire y únicamente nos queda una profesión de fe escéptica o iconoclasta que afirma, siguiendo a la cita de Santo Tomás de Aquino, que encabeza Sueños Digitales: “Ninguna imagen es verdadera”.
08/07/2007 por Marcelo Paz Soldan