12/04/2019 por Marcelo Paz Soldan
Libreras, una antología desde la cárcel

Libreras, una antología desde la cárcel


Libreras, una antología desde la cárcel
No es una cárcel, es un ser vivo. Un cuerpo de múltiples voces, miradas e historias. Una amalgama que se nutre y también alimenta a las mujeres que la habitan. Un flujo inagotable de vida, trabajo, risas, rabia y llanto.
El proyecto Libreras nos permitió formar parte de este complejo organismo por algunos días, a lo largo de tres meses. Así nos fue concedida la gracia de ver, por un pequeño ojo rendija, la inmensidad de algunas mujeres que viven y sueñan en la cárcel San Sebastián Mujeres de Cochabamba.
A través de esa ventana, la de los libros, la de la literatura, nos escabullimos entre sus horas de tejido y, por supuesto, tejimos con ellas complicidades y rebeldías desde las palabras escritas, habladas, encendidas, incendiadas, leídas y calladas. Aprendimos que los silencios también narran y emocionan.
Cada una hizo su propio refugio con pequeños cuadernos, fotocopias, papeles y letras, las propias y las de otras. Fuimos afortunadas cuando nos permitieron entrar y acompañarlas, cuando nos deslumbraron con su alegría, cuando nos llevaron a rincones oscuros y dolorosos. Es probable que nunca antes hayamos experimentado nada tan vital como las horas junto a ellas, junto a sus cuerpos.
Las emociones se abarrotan y superponen, como los gritos en los parlantes de información que les recuerdan que fuera de sus refugios, aquellos hechos de recuerdos e imaginación, aún está el encierro, la falta de justicia, el hacinamiento, las enfermedades, las carencias.
En ese entramado de experiencias es donde las siguientes páginas toman múltiples nombres, creencias, formas, geografías, colores, reclamos y aspiraciones. Este libro y cada una de sus autoras nos ayudan a comprender que la construcción de nuevas utopías viene siempre desde abajo y desde las diferencias.
Como aquel ideal que entreteje culturas y memorias por fuera de las voces autorizadas, por fuera de las élites artísticas, por fuera del poder mediático.
El ideal de romper la hegemonía de aquellos que siempre han narrado y poetizado desde la pose y el privilegio. No es el primer intento, no es el único, pero estamos seguras que las compañeras de la cárcel son una hebra fundamental en este otro hilar.
Que este sea el principio, que siempre tengamos nuevas y más voces, que la fuerza de crear junto al otro nunca se pierda, que la alegría de los abrazos en la diferencia nunca se apague, que las luchas por justicia e igualdad siempre nos unan.
Que este cuerpo, estos cuerpos, nuestros cuerpos, se encuentren siempre bajo un cielo de escrituras, lecturas y libertad.
La amargura que nos motiva La Ubre Amarga
Pensamos poco en las cárceles. Sabemos que existen, que no quisiéramos estar ahí. Que quienes están ahí merecen —o no— la condena que cumplen. Y no mucho más.
Dentro de nuestros imaginarios, desplazamos tanto a los recintos penitenciarios como a quienes se encuentran recluidos/as en ellos, a un sector periférico de nuestro mapa mental. A la oscuridad del rincón disciplinario. Y, por lo tanto, preferimos mantener distancia y quedarnos con aquello que hemos oído ocurre en estos lugares.
Pero ¿qué ocurre en estos lugares?
Sin duda, hacinamiento, vulneraciones, jornadas eternas en espera de un legítimo proceso, de una sentencia, etcétera. Asuntos que dificultan pensar la escritura abriéndose paso al interior de un penal. Sin embargo, basta cruzar las puertas de estos centros, para encontrarnos con quienes hacen de libretas, cuadernos y hojas sueltas, un refugio, un lugar de diálogo —en este caso— con ellas mismas.
Lo anterior no deja de ser significativo teniendo en cuenta que resulta prácticamente imposible encontrar un momento de retiro en medio del ajetreo diario. O un sitio donde hallar la intimidad necesaria para el reposo nocturno. En el fondo, verse enfrentadas al desafío de aprender a estar solas sin estarlo. Y, en ese ejercicio, no perder la calma.
Así, Libreras, una antología desde San Sebastián Mujeres es resultado de la suma de estas dificultades, sorteadas mediante la posibilidad que ofrece la palabra como recurso expresivo. Es un pequeño paréntesis en el que las 15 mujeres que componen esta publicación, nos aproximan a los modos que tienen de reconocerse y de reflexionar sobre la memoria, sobre sus seres queridos y sobre el lugar que ahora mismo habitan.
Una experiencia colectiva que apunta a darle valor a la subjetividad que muchas veces se pone en riesgo cuando se pretende hablar en nombre de los demás. O cuando pensamos la privación de libertad física, como la anulación de las libertades afectivas e intelectuales del individuo.
Dicho esto, no queda más que dejar al lector en manos de las propias autoras. Celebrar la actitud con la que abordaron la escritura. La palabra como herramienta de fuga. Y esperar que el vínculo que han creado con ella, perdure y se manifieste insistente.
Fuente: Letra Siete