10/22/2019 por Marcelo Paz Soldan
Reseña escrita por Mariana Ruiz Romero sobre Recuento de daños de Manuel Vargas

Reseña escrita por Mariana Ruiz Romero sobre Recuento de daños de Manuel Vargas


Recuento de daños de Manuel Vargas
Por: Mariana Ruiz Romero

El gusto por contar cuentos
Si algo es Manuel Vargas, es un cuentista. No solamente porque disfruta del arte de narrar, sino, porque, también, de relatos se nutre toda su literatura.
También es un cuentero, un personaje, alguien que desafía los estereotipos y que los sigue desafiando. Cuando lo compararon con Juan Rulfo, gracias a sus Cuentos tristes cambió de tono. Cuando le dijeron que sólo sabía escribir sobre el campo, sacó Nocturno paceño; y cuando le dijeron que sus novelas trataban sólo sobre sus experiencias, sobre el valle, Huasacañada, la urbe… escribió Sal de tu tierra, poniéndose en la piel y mirada de una mujer aymara, migrante, traviesa y mayor.
No vamos a decir esa frase que todos estamos pensando, ¿no ve? Esa del gobierno donde los bolivianos vamos a demostrar “todo lo contrario”, cuando nos digan que no podemos. Eso Manuel lo hace desde antes, y tampoco ha tenido nunca miedo de cuestionar la autoridad, de burlarse del rey león, ése que obliga a todos los animalitos a trabajar, mientras cantan “el mundo está adelantando, nosotros somos felices” a voz en cuello, so pena de que los perros policías y los chanchos los muelan a palos (cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia).
Y si tu oficio es el de relator, resulta que existe una compulsión en tu vida, una necesidad: la necesidad diaria, casi constante, de escribir cuentos, de escuchar cuentos, de relatarlos y darles forma. Es algo que casi no se puede evitar, y que, a veces, se puede reprimir (como cuando se escribe una novela), pero que responde a una necesidad compartida: todos apreciamos los cuentos, disfrutamos con un buen relato y en Bolivia, seguimos con esa tradición viva; la de las anécdotas, las leyendas, los misterios.
No en vano, la antología editada por este mismo autor: Antología del cuento boliviano, de la Biblioteca del Bicentenario, es uno de los libros de ficción más requeridos por el público. Los bolivianos no sólo nos identificamos con un buen cuento, sino que también somos, en esencia, unos cuentistas, unos aficionados del arte de narrar.
Casi cuarenta años de relatos
Recuento de daños, el libro que presentamos en las tertulias de Ave Sol, es una invitación, una galería, una exposición. Todos deberíamos tener un baúl de “nobles fracasos”: cuentos que no cuajaron del todo, ideas a medias, relatos sin publicar. Ese acervo funciona como una unidad de maceración, de compostaje, que a veces refleja nuestro estado mental, nuestro mundo interior, nuestra manera de propiciar el relato.
En este libro hay muchos cuentos: antiguos, de finales de los setenta y nuevos, modernos si se quiere, de hace unos cinco años a lo sumo. No están en orden cronológico. Están, tal vez, en desorden cronológico, como un guiño al lector, como una invitación a la adivinanza (y quien me diga que no se puede precisar algunas fechas, adivinar algunos momentos claves, no ha estado prestando atención a una de las carreras más prolíficas y sólidas de nuestro país).
El hilo conductor de esta colección, para mí, es el momento de locura. El rendirse ante el absurdo. Como dice Manuel en el relato “Las manchas del sol”, hay algo impresionante en los locos, y también, en las situaciones alocadas, extrañas.
Y los ejemplos abundan: ¿es una locura enamorarse y decidir, como sea, casarse y emigrar en 48 horas a Estados Unidos, como en “Love Story”? ¿Es tan extraño que, en medio de un affaire, comiencen a aparecer llamadas violentas, quejidos, amenazas, como en “Llamadas anónimas”?
Neftalí enamorado bajo la lluvia en Sopocachi en “La Lección del maestro”, beneméritos y sus viudas tomando el sol en la plaza Murillo en “Diario de un excombatiente”, el muchacho que decide llevarle cucharas inoxidables a su mujer en plena revolución del MNR en “Regreso a Pucara”… los gritos irracionales en el teléfono en “Doña Juanita”, ¿o no que es así de rara la vida?
Locuras de otros tiempos
Asimismo están los relatos de otros tiempos, de otros lugares, de otras gentes. Todos, también, tocados por la locura, como “Juan Mundo al Revés”, como Ojé en “Palo Santo”, como Yomi Guasico en el relato “La Loma Santa”:
“El día, como la vida, es un río, nace de la noche de tormentas y de las montañas del sueño, se abre paso por entre los árboles, manso a veces, o resonando por las cachuelas, se hunde en la tierra floja para aparecer lejos dando vida a un puerto con voces de niños y pitidos de catrayas […] ¿Vale la pena el caudal de experiencia para vencer al monte y seguir siendo río? ¿Estaba ya en el atardecer de su vida, o lo esperaban leguas de alegría? ¿Le sería dado acercarse a la Loma Santa para saborear la libertad, el placer de la abundancia?”.
Yomi Guasico sucumbirá finalmente a la locura, dejará su ser hombre y se convertirá en brujo, en cazador, en animal: será un tigre-gente. Juan Mundo al Revés morirá enfebrecido, arrecho, envuelto en lanas de colores y de embrujos.
Ojé perecerá en la trifulca de la Guerra del Chaco, totalmente despojada de su condición de mujer, abrazada a su teniente, quien morirá también… porque estos son nomás recuentos de daños, momentos inevitables de quiebre, de debilidad, de pasividad ante los momentos absurdos de la existencia.
Mini cuentos
En este puñado de historias hay también cuentos breves, brevísimos, que juegan con momentos y tiempos de la narración, ejercicios. Para botón de muestra: “Dados” aquí enterito:
“Los cinco dados parecieron salir más alborotados del cubilete. Apoyados a la mesa, vimos, con espanto, que uno de ellos, del cual los demás huían, era totalmente blanco”.
El baúl de nobles fracasos, el material inédito, nos permite vislumbrar, también, los secretos del oficio. No sólo en los aciertos está el secreto de escribir bien, sino en escribir mucho y en saber elegir los momentos de publicación, el tiempo para las nuevas lecturas.
En esta muestra, en esta galería, hay de todo: un escritor que nos muestra sus herramientas, un autor que nos revela sus secretos y sus mañas. Un orfebre, un relator, un cuentista: Manuel Vargas detrás de todos y cada uno de estos recuentos.
Fuente: Ecdótica