¿Novela de denuncia social? Una revisión a los cien años de su publicación
Por: Cleverth Cárdenas Plaza
A principios del siglo XX, cuando nuestra modernidad comenzaba a tomar forma se dio un “oleaje neolatifundista” sobre el altiplano, hecho que el pensamiento progresista de Alcides Arguedas, autor de Raza de bronce (1919), no pudo socapar, ni prohijar. Sobre todo porque la responsabilidad de esa arremetida fue del partido liberal, que retorcidamente cumplía la agenda iniciada por Melgarejo de la mano del presidente Ismael Montes. Algo totalmente contradictorio con las ideas modernizantes que la época invitaba a vivir. En tal sentido, podríamos decir que su principal novela es una respuesta a esos acontecimientos, con los cuales no estaba de acuerdo.
Juan Albarracín Millán en Arguedas. La conciencia crítica de una época (1979) mostró cómo este autor se oponía al montismo, pues había crecido atestiguando los castigos que los indios recibían cuando se levantaban contra el patrón criollo y sus administradores cholos. Para Arguedas, resultaban poco más que incivilizadas las formas de explotación y los castigos que se daban a los indígenas en una época en que la supuesta “modernización”, con su espíritu liberador, avanzaba en Bolivia. Precisamente por ello, podrían leerse Wata Wara (1904) y Raza de bronce (1919) como novelas políticas, porque a tiempo de defender a los indígenas, se oponían al viraje que había dado el liberalismo de su época.
Es más, se sostiene que Arguedas comenzó a escribir Wata Wara a partir de los documentos que encontró sobre un juicio que se dio en La Paz por la violación a una indígena; se podría decir que Raza de bronce es una versión matizada, en relación a la crudeza de la primera versión. De hecho, en la novela cumbre de Arguedas se omitieron los detalles de la matanza de los patrones y mayordomos de la hacienda y se dejó abierto el final; a pesar de que sugiere que la arremetida y venganza sería cruel y desproporcionada con los rebeldes.
En 1919, Arguedas aceptó ingresar a un concurso literario con su novela cumbre, atendiendo el desafío de Armando Chirveches quien concursó a la vez con La virgen del lago (1920). Raza de bronce ganó el concurso y fue publicada ese mismo año. Revisar esa primera edición fue para mí una revelación sin par, porque encontré que Wata Wara en la novela recibió el nombre de Maruja y María indistintamente, a su vez Agiali recibió el nombre de Agustín. Este dato es algo que no había visto expuesto hasta la fecha en la vasta bibliografía que existe sobre la novela. Cuando revisé la introducción que Arguedas hizo a la edición española de 1924 encontré los motivos: cambió los nombres de los personajes para el concurso con el objetivo de que no los asociaran con su novela Wata Wara (1904).
Además, informaba algo adicional: la novela se publicó en su ausencia, sin su consentimiento, pues la había retirado del concurso porque se fue en misión diplomática a Francia.
Esta primera edición fue de difícil rastreo. Después de mucha búsqueda la encontré en la sección de libros raros de la Biblioteca Central de la UMSA. Posteriormente fui anoticiado de que existía otro ejemplar en la biblioteca de la Fundación Flavio Machicado. Gran hallazgo, porque el dueño original de este ejemplar fue amigo cercano de Arguedas y en sus años mozos llevó esta primera edición a Nueva York y fue, precisamente, el ejemplar que enseñó al propio Alcides Arguedas. De hecho, ese número tiene correcciones realizadas a mano que el mismo Arguedas hizo y que fueron la base para corregir la edición española de 1924, como nos informó el heredero y actual propietario del libro en una reciente entrevista. Sin duda, Arguedas revisó y corrigió la novela varias veces, hasta publicar en Argentina la que consideró su edición definitiva: Losada, 1945.
Esta novela tuvo diferentes lecturas y, seguramente, es la novela boliviana que más ediciones tuvo, no solo porque forma parte de nuestro canon literario, sino porque estuvo entre las fundacionales del indigenismo latinoamericano. Después de cien años, pese a la abundante bibliografía que se produjo alrededor de ella, nos sigue diciendo cosas nuevas y precisamente por ello hacer una revisión y promover nuevas lecturas es algo que nuestra academia requiere. Es vital salir de la camisa de fuerza que el indigenismo obliga y comenzar a explorar los otros sentidos que ofrece. Sobre todo porque Raza de bronce es de esas novelas que no agotan su capacidad de interpelación y de sugerencia y en cada relectura nos dice algo nuevo. Esa, creo yo, es la característica de las grandes novelas.
Raza de bronce acaba de cumplir un siglo desde su primera edición y la Carrera de Literatura, el Instituto de Investigaciones Literarias y el Espacio Simón I. Patiño inauguraron un seminario que debate sobre la novela denominado “1919-2019: cien años de ‘Raza de bronce’”.
Fuente: Tendencias