Cacho, ciencia, singani: sobre De kenchas, perdularios y otros malvivientes
Por: Fernando Pérez Fernández
La presente reseña del escritor español Fernando Pérez Fernández (Cáceres, 1984) nos ofrece una visión particular y distinta de la novela de los hermanos Loayza De kenchas, perdularios y otro malvivientes. Muy conocedor del lenguaje, cultura, supersticiones y tradiciones bolivianas y paceñas, Pérez Fernández, se acerca al texto desde una mirada más poética y metafísica, sin desdén a las influencias de la literatura beatnik de los cincuentas y sesentas, a los temas principales de la novela: el cacho, la jerga, el singani, la prohibición y por último la sarcástica carcajada de los demiurgos telúricos.
Dale, como quien esgrime el amuleto. Lanza el dado lejos sacudiendo el cubilete, ve qué va a salir. El que lee decide, ¿no ve? Ese que lee es el que lanza los ojos bien lejos. Es cosa de juego. Del amor al juego. Del amor (búsqueda y fracaso y desafío) al juego por el juego. De challa, que es volcar (y en ese gesto, los dados) y dar respeto.
De cómo uno al que el nombre se le prende a la inocencia, ese mano virgen, pierde la inocencia. Pues (suponemos) mancilla su mano, falla los tiros. De cómo a un kencha vivo (Quirito) en mitad de todo se le olvida que lo es, casi tiene suerte. Del menosprecio de la urbe (La Paz) y la alabanza del pueblo de origen.
De cómo dar dormida no abolirá jamás el azar. De ese “calor de la selva en el corazón de la cordillera”. De que el sentido del cacho va más allá del rodamiento del prisma, el cubilete agitado sacude el mundo: tiene su simbología y su escolástica: numerología y argumentación. Muy lleno de claves.
El chacho bien sabroso, hay que pararle un cachito. Eso lo demuestran los Loayza, viene en la novela: un ejemplo, lo que viene a ser cojudito. Yaaa. Aunque sin el chiste: es cojudo el bicho al que no castran, y ese va a la quete, como que buscando, pero mal, y en esas va y se pierde y se lo pierde. En la trama, vemos que el protagonista es cojudito por no alcanzar a serlo hasta el final. No sabe aguantarse. La contradicción como las tripas del relato. Donde se digiere lo que nutre (y se configura lo que llega después).
Varias las preguntas que acometen los Loayza. Termino con algunas que me surgen al repasar su inquisitoria del cacho (y del destino): ¿Cómo nace un kencha?, ¿cuál es “la ecuación del kencherío”? ¿Cuál es la angurria del llunku? ¿Dónde se encuentra el manantial del singani, el primigenio?, ¿es el del lenguaje, o su enemigo? Si hay varios lenguajes, ¿por qué varios? ¿no es más que uno el juego? ¿Cómo pasa el tiempo de la mente alcoholizada cuando “las gargantas no le hacen aduana” a su licor? Si se proscribe la chupa, ¿qué pasa? Si no hay futuro, ¿qué pasa? ¿Cómo de changuitos se hacen buenos perdularios, los del vicio puro, flagelante?
Más en general: ¿qué nos pasaría si Pantagruel o Gargantúa, monstruos alegóricos, y una sirena del lago y un merodeador sobrevenido hombre de ciencia, y otro y unos más juntos intentasen comentar esa partida cósmica de cacho en la que se juega nuestro mundo?
Todo es arrojar de poliedros, de catástrofes. Unas se esquivan, y alguna no. Eso averiguamos. Aunque seguro que usted, si por fortuna leyera ese libro de los hermanos Loayza, piensa en mucho más, y con más suerte.
Fuente: Letra Siete