[La Lengua Popular] Ornamento y el sudor del otro
Sobre la reciente novela del escritor colombiano Juan Cárdenas, editada por Dum Dum en Bolivia.
Por: Iván Gutiérrez
El colombiano Juan Cárdenas escribe en Ornamento: “Son dos rottweiler que hasta hace no mucho eran cachorros juguetones. Ahora han recibido adiestramiento especial y su conducta hacia las personas es ambigua. Los han educado para ser máquinas solitarias. Pero algo en su interior, mal reprimido, recuerda el contacto afectuoso, las caricias y el juego”.
El anterior fragmento no solo cumple una función descriptiva sobre dos perros, sino que creo que podría sintetizar el espíritu de una novela poderosa en la que queda expuesto el conflicto de lo salvaje, de lo artificial, de la incomodidad del proyecto de confort de la sociedad y con mayor fuerza de la soledad. Es como que todo el mundo está enfrentado al voraz adiestramiento, que siempre nos dejará como seres ambiguos; entre el sacrificio de la voluntad por emprender un proyecto enorme o simplemente mirar la vida pasar.
Dum Dum Editora suma a sus títulos la novela Ornamento de Cárdenas. Una novela que incomoda desde el primer momento que te enfrentas a la lectura. El poder no está en el interés temático obvio, de una industria y la producción de una nueva droga adictiva. La potencia de la novela está centralmente enfocada en el protagonista que vaga, que se pierde en lo inverosímil de la realidad, logrando un tejido tan sólido pero exageradamente superficial. En ese punto es que se hace tan humano.
La mayor pregunta que surge en el proceso de la lectura es si realmente el personaje es consciente de lo que pasa y qué responsabilidad se le puede atribuir. En ese sentido no es algo que se complejiza solo en el personaje principal, sino es algo que conforma todo el espíritu de la novela, logrando que nos enfrentemos a una maquinaria de seres decorativos en un mundo compuesto por una abismal urgencia de sobrevivir, aunque el intento sea un engaño.
El amor, el trabajo, el prestigio social, el arte, el placer, la fraternidad, la fidelidad, la familia, etc. Cada nivel de lo humano es fundamental pero a la vez es absolutamente desechable. Porque el conflicto se resuelve en caminatas por el bosque juntos a dos perros y dos monos guardianes; estos últimos como un elemento sofisticado y efectivo de la seguridad moderna.
La novela tiene como un componente determinante el dialogo como un artificio. La desconexión entre lo que sucede como acción y lo que las personas entablan como comunicación es absolutamente ornamental. Como si nada tendría una conexión directa y como si el estado de ilusión estaría diseñado para lograr una constante transgresión a la lógica del lector.
No importa la magnitud del problema, sino que siempre, después de ese, existirá algo agradable de qué hablar. A pesar de que eso de lo que se vaya hablar tenga una condición de crueldad, que terminará siendo pasada con una pastilla en la boca.
Los nombres humanos se disuelven y el interés mayor es por la cosa que ocupa un espacio, por los gestos incómodos o por el número de código de un experimento. Entonces vamos leyendo sobre cosas que conviven con otras cosas. Sobre cosas que tienen conflictos pero que prefieren concentrarse en ser más cosas. En tragar una pastilla y que el tiempo se disuelva, que el conflicto de mirar la vida sea ligero, que respirar sea ligero. Que buscar un espacio acomodable para un rol sea certero como preocuparse solamente por los perros y los monos que resguardan la expendedora de drogas.
En la novela el conflicto con el otro no existe, o en realidad ha sido tan prolongado y tan latente que parece que queda superado. Se crea una atmósfera en la que pareciera que todos conviven con facilidad. Sin importar qué esté pasando con el otro, nada es lo suficientemente grave como para detenerse a pensar la situación existencial. Lo que marca el ritmo es el uso del estupefaciente, mantenerse ni siquiera con rabia, sino sedado ante lo que el mundo convoca como real y conflictivo.
En la novela, estar quieto, metido en una irremediable situación absurda, es lo que determina al humano-cosa. Los motivos no existen y la novela no intenta justificarlos. De esa manera el libro se salva de caer en un discurso posmoderno neohippie de apología de las drogas para enmascarar la mediocridad de ver una realidad más real. Al contrario, lo que la novela pone en evidencia es la desconexión, la perdida de voluntad por el sudor del otro.
“Hay cosas que ya están hechas, las obras de arte no se ejecutan, se cumplen, como una profecía, no se anticipan a los hechos, son acciones en un sentido puro, no hay otra finalidad que la acción misma, y una vez cumplida la obra, una vez cumplida la acción, aparece el tiempo de la cosa. La cosa es la que muere, la cosa es lo que se gasta, lo que se erosiona y de ahí la inútil sensación de belleza, el efecto ornamental, lo que dura es el fósil vivo de la acción. Porque no hay cosa sin acción. En cambio, la acción no necesita de la cosa, puede prescindir de ella. Llegué a la casa: la casa será la cosa, dije, la casa será el fósil viviente, el fósil durmiente de la acción intrépida”.
“Anduvimos navegando hasta la hora del almuerzo, luego comimos trucha en un asador a la orilla del lago. Últimamente hablamos poco, mi mujer y yo. Simplemente estamos juntos, sin decir mayor cosa, dejando que se desenvuelva el tiempo a nuestro alrededor”.
Ornamento es una novela que pone el dedo en el automatismo de una sociedad de la anestesia. Hace un zoom en el hombre sedado, pero que finge pretender deseos. Es una novela que nos recuerda sobre el camino a las cosas humanas, o a los humanos que nos hacemos cosas. Ornamento de Juan Cárdenas es una novela que se debe leer para recordar que, a pesar del adiestramiento de las pastillas, siempre podemos reprimir mal y buscar el contacto afectuoso, la pulsión, la caricia y el sudor del otro.
Fuente: Nuevo Milenio