Caminar con el Che
Por: Alba Balderrama
Si él hubiera tenido tiempo, si la línea con la que comienza su diario “hoy comienza una nueva etapa” hubiera tenido un “…es así que termina esta etapa”, si hubiera salido caminando de la selva amazónica de Bolivia, si Honorato Rojas, un campesino del lugar, no hubiera sido obligado a hablar y traicionar a los guerrilleros, si esos días de noviembre de 1966 no hubiera llovido torrencialmente en la zona del Ñancahuazú, si al cruzar ese caudaloso río amazónico de montaña Carlos y Braulio hubieran podido dominar la balsa en un remolino que los tumbó, si el resultado no hubiera sido “la pérdida de varias mochilas, casi todas las balas, seis fusiles y un hombre: Carlos”, “la tragedia antes de probar combate” anotaría el comandante; si abrir caminos y montar campamento con tres hombres que no saben nadar y con varios descalzos no hubiera sido la constante, si Marcos hubiera tenido mejor carácter y no hubiera estado mierdeando a sus compañeros de vanguardia y retaguardia, si comer mejor que otros días no hubiese significado “abundancia de loros y dos monitos que mató Rolando”, si la actitud del partido comunista en Bolivia hubiera sido menos “vacilante y doble, lo menos que se puede decir de ella”, si por su cumpleaños el 14 de junio de 1967 él no hubiera escrito en su diario, como una mala premonición que se cumple y adelanta: “He llegado a los 39 y se acerca inexorablemente una edad que da que pensar sobre mi futuro guerrillero: por ahora estoy ‘entero”; si el asma no hubiera estado emboscándolo y retorciéndolo cada día como si fuera el soldado más testarudo del Ejército boliviano entrenado por la CIA, si los mensajes que les llegaban mientras seguían su marcha hacia el río Grande no hubiesen sido casi siempre como el N° 36 “de donde se desprende el total aislamiento en que estamos”, si hubiese habido más incorporación campesina del lado boliviano, si aquellos no hubiesen sido como el “campesino infelizote, de nombre Ramón, cuya familia tiene el miedo proverbial en esta zona”, si la columna de retaguardia comandada por Joaquín no hubiese estado compuesta de tan solo nueve guerrilleros el caótico 31 de agosto de 1967, si su diario no hubiera parado intempestivamente el 7 de octubre de ese año, Ernesto Guevara, el Che, habría seguido escribiendo estas cosas en su diario de campaña, seguiría caminando y habría tenido tiempo de ponerle nombre y título a su diario, como lo hizo con sus relatos sobre su previa expedición en África, Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo (1965), y seguramente el título tendría algo que ver con lo que más y mejor hizo esos meses de noviembre del 66 a octubre del 67 en Bolivia: caminar.
“Viernes 10 de marzo (1967)
Salimos a las 6.30 caminando 45 minutos hasta alcanzar a los macheteros. A las 8 comenzó a llover siguiendo hasta las 11. Caminamos, efectivos, unas 3 horas acampando a las 5. Se ven unas lomas que podría ser el Ñancahuaso. Braulio salió a explorar y regresó con la noticia de que hay una senda y el río sigue recto al oeste”.
El Diario del Che en Bolivia, reeditado en 2017 por la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), está plagado de entradas diarias como la de arriba: un hombre y su tropa de guerrilleros caminan en la naturaleza. Caminar para reconocer, dominar y adentrarse en un lugar, se puede imaginar el estruendo que hace el río, los pasos de los guerrilleros al abrir senda y camino a machetazo, la marcha nocturna, pesada, la luna encima de ellos. Y luego escribir, todos los días, sin faltar uno, sobre las novedades, las caminatas, la altura a la que se encuentran, tácticas de ataque y fuga, sus hombres. El Diario del Che revela ese caminar, lento al principio y accidentado y caótico hacia el final, la marcha como filosofía de la guerrilla: caminata y naturaleza. Una filosofía que elogiaba ya el “noble rebelde” como le decía Virginia Wolf, el vitalista, naturista y libertario de Henry David Thoreau (1852) en su ensayo que no podría haberse llamado otra cosa que Caminar. Caminar para liberarse de las ataduras del mundo, no por salud, aunque sí también, o por vagancia, si no caminar con objetivo. “No tiene ningún sentido dirigir nuestros pasos hacia los bosques si ellos no nos llevan más allá”, escribía. Caminar como la empresa diaria, el rigor de la marcha, la fe de que así el mundo será mejor o de que las cosas pueden cambiar.
Así lo probó la caminata que hizo Werner Herzog en 1974, durante un mes a pie desde su casa en Munich a París, como un sacrificio, una ofrenda espiritual, un acto extremo de caminar en pleno invierno europeo para salvar la vida de su amiga moribunda Lotte Eisner: “Tomé el camino más recto hacia París, con la firme creencia de que ella seguiría viva si yo iba a pie”, escribe en su iluminado diario Del caminar sobre hielo. Lotte vivió nueve años más.
“A las 12 salimos, con un sol que rajaba piedras y poco después me daba una especie de desmayo al coronar la loma más alta y, a partir de ese momento, caminé a fuerza de determinación”. El relato del Che es una conmovedora excursión a pie por un paisaje accidentado que hasta el final los obliga a vigorizar su relación con el cuerpo, con su mente y espíritu. El diario es el recuento de las caminatas del Che junto a los guerrilleros en sus últimos meses de vida. Y en ese caminar, se revela un hombre como los que casi no hay, un hombre, que como Thoreau, deja familia, cargos importantes, trabajos, obligaciones, amigos, al Leche (Fidel Castro) y se lanza a la naturaleza porque ahí, para ellos, está la libertad. La libertad para Latinoamérica.
Levantada toda polémica que rodea la publicación del Diario del Che en 1968, si sacudimos la hojarasca que sobrevino sobre el mito del Che, su muerte en La Higuera, sus manos desaparecidas, su retrato como un Cristo con ojos abiertos queda lo que está en el diario, la escritura. El diario recobra su dimensión literaria. Muchos diaristas escriben para comprender el paisaje interior, el diario como género es un cuaderno íntimo poco frecuentado como género literario en Bolivia. El Diario del Che en Bolivia es una manera de registrar el exterior, ese paisaje exterior a ellos mismos que el Che buscaba dominar, conocer y, si fuera posible, fundirse, camuflarse en él.
“Martes 30 de mayo
A las 15, cuando dormía plácidamente, me despertó un tiroteo de la emboscada. Pronto llegaron las noticias: el ejército había avanzado y cayó en la trampa. Tres muertos y un herido parece ser el saldo. Actuaron: Antonio, Arturo, Ñato, Luis, Willy y Raúl; este último muy flojo. Nos retiramos a pie caminando los 12 km”.
Este libro es uno de los pocos diarios escritos y publicados en Bolivia y es uno de los más fascinantes diarios del siglo pasado, y eso que hubo muchos y hermosos. Ha sido escrito como un diario de campaña, militar, sin muchos detalles íntimos o familiares a pesar de la gran sensibilidad por los otros y por la literatura que tenía el Che. Jon Lee Anderson, su más importante biógrafo, cuenta cómo en su casa de infancia, en Argentina, la lectura era la actividad principal de Ernesto y su madre. Nada más entrar en la casa uno tenía que hacerse camino para pasar por las pilas de libros que había en el piso. Anderson apunta sobre esa educación literaria del Che: “cuando digo que quiso vivir una vida heroica, estoy pensando en el joven que leía biografías y que adquirió una sensibilidad social. Primero quería ser una especie de Albert Schweitzer (misionero médico y filósofo, Premio Nobel de la Paz 1952) y luego se fue politizando hasta convertirse en el guerrillero”.
Pequeños gestos literarios que el Che va dejando en su diario delatan su mundo interior, su sensibilidad. Sabemos por su diario que el día de cumpleaños de su gente querida era importante para recordar, para empezar el día y la entrada en su diario. Sabemos que los recuerda anotándolos como primera cosa en la entrada de su diario: “Cumpleaños del viejo (67)” el sábado 11 de febrero, “Cumpleaños de Hildita (11)” el miércoles 15 de febrero, “Cumpleaños de Ernestico (2)” el miércoles 15 de febrero, “Camilo”, sin edad, el sábado 20 de mayo; “Cumpleaños de Josefina (33)” el sábado 18 de febrero, “Roberto – Juan Martín” el jueves 18 de mayo, “Celita =(4?)” el miércoles 14 de junio, el miércoles 21 de junio, “La vieja”.
Por su diario sabemos que se enferma, que le preocupan las enfermedades de sus soldados, que está atento a ellos. En el Anexo I titulado, me imagino después, “El Che evalúa a sus hombres”, con una disciplina mezclada con ternura hace una evaluación escrita de los 44 combatientes en tres fechas, 7 de febrero de 1967, 7 de mayo de 1967 y 7 de agosto de 1967. De Benigno, por ejemplo, resalta: “Muy bueno. Un muchacho simple, sin doblez, fuerte, modesto y trabajador al máximo, siempre mantiene el espíritu”. De Antonio declara: “Deficiente. A su poca imaginación y falta de don de mando sumó una creciente nerviosidad que hizo fracasar una emboscada y vio fantasmas en una posta”. Del imposible Marcos resiente: “Destituido ante toda la tropa por sus continuas irresponsabilidades. Pasa a ser soldado de retaguardia”.
Las entradas en El Diario del Che son diarias, indicando la fecha arriba al modo tradicional y en dos cuadernos de tapa roja, uno anillado y el otro una agenda alemana. Las entradas los primeros meses de su llegada son cortas, de unas 8 a 15 líneas, no abunda en detalles, está conociendo y evaluando a los pocos hombres que están con él, al entorno y la estrategia. Algo especial de este diario es que al final de cada mes el autor hace un “Resumen del mes”. Son relatos más intensos, a veces a modo de listas, de lo que sucedió, avanzó y de lo que se sabe del exterior (La Paz, Francia, Cuba).
La última entrada en El Diario del Che está fechada el día anterior a que lo hieren y capturan en la quebrada de El Churo:
“Sábado 7 de octubre
(…) Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos que no tiene casas cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo. A las 2 paramos a descansar, pues ya era inútil seguir avanzando. El Chino se convierte en una verdadera carga cuando hay que caminar de noche.
El ejército dio una rara información sobre la presencia de 250 hombres en Serrano para impedir el paso de los cercados en número de 37 dando la zona de nuestro refugio entre el río Acero y el Oro. La noticia parece diversionista”.
Caminaba, medía, avanzaba y retrocedía hacia sus últimos días. La del Che no fue una caminata solitaria ni fácil. Quizá su única actividad en solitario fue la escritura de sus diarios. Escribe casi hasta el último día de vida. Como si su vida no fuera a terminarse dos días después, el Che seguía caminando, combatiendo y componiendo ese diario de la guerrilla en Bolivia, entregando su vida, como se había propuesto desde siempre.
“El hallazgo del diario es, casi siempre, el cadáver del su autor”, escribe Alan Pauls. Al cerrar el diario, podemos imaginar al Che escribiendo la última entrada sin presentir la emboscada, sintiendo el miedo de que el ejército haya mejorado los últimos meses, que los comunicados sean ciertos, sabiendo que este diario sería el testimonio de su convicción y sueño, sería la prueba de que hablaba en serio, de que no era solo un idealista, de que la fuerza de su firma con la que sellaba a fuego sus cartas. “Victoria o muerte”, venía de su constante caminar.
Fuente: La Ramona