05/17/2019 por Marcelo Paz Soldan
El pensamiento zamudiano en debate

El pensamiento zamudiano en debate


El pensamiento zamudiano en debate
Por: Virginia Ayllón

En este espacio tomo la posta en el diálogo abierto por Fernando Molina a propósito de El pensamiento de Adela Zamudio, agradeciéndole el gesto.
En El pensamiento de Adela Zamudio he intentado extraer las ideas que expuso en su obra, sobre todo porque ella es tenida como pensadora. Se la considera, y en las mismas palabras de Molina, como “pionera del feminismo”. Vale, pues, preguntarse por el feminismo en general y el de Zamudio en particular. Para el efecto, me concentraré en dos ideas sobre las que Molina considera he cometido sobreinterpretación.
Molina cree que interpretar el planteamiento zamudiano en términos de denuncia del patriarcado es “impreciso y confusionista” (¡sic!). Coincido con Beatriz Rosells, quien asegura que ella “llega a la crítica del orden social mismo”. Esto es evidente porque otras escritoras (p. e. Hercilia Fernández) y pensadores (p. e. Cupertino de la Cruz y Alcides Arguedas) identificaron la desvalorización social de las mujeres en el acceso a la educación o al voto.
Pero sólo Zamudio explicó las razones estructurales de esta dominación: un orden social que Bourdieu califica como el sistema de dominación masculina. No se trata de un malévolo invento, sino un contrato social que junto con otros cimenta la sociedad en que vivimos. En nuestras tierras, además, se ha imbricado con el racismo.
Así, la interpelación feminista supone la crítica a la razón patriarcal y creo que Zamudio entrevé está razón y la cuestiona en su obra. Por ejemplo, en las discusiones decimonónicas sobre el acceso de las mujeres a la educación, se argumentaba que debían educarse para ser mejores educadoras de los nuevos ciudadanos, noción que presupone el papel de cuidadora de la mujer. Zamudio, en cambio, incide en lo que ese argumento no dice: la familia y la maternidad establecidas como destino natural de las mujeres. El núcleo de tales debates era la ciudadanía o quiénes podían ser ciudadanos de la nueva Bolivia, eliminando de tal condición a mujeres e indígenas. Zamudio no duda en denunciar cómo en esas controversias la élite masculina discutía y definía lo que debía ser la mujer y cuál su destino, al margen de las propias mujeres. Estos argumentos están claros, por ejemplo, en su poema Progreso, que desde el título nos permite advertir su cuestionamiento al concepto de progreso que definía la intelectualidad del XIX, con oídos muy abiertos al discurso occidental de la dominación masculina, entre otros.
Ahora bien, entre los argumentos contra el sistema patriarcal, Zamudio incide en el que es, posiblemente, el más oculto del edificio patriarcal: el amor romántico.
Molina considera que este amor es una “categoría un poco rara con la que el feminismo se refiere al amor despersonalizante y tóxico”. El amor romántico ha sido estudiado por casi todas las pensadoras feministas, pero también por la sociología (Luhmann, Giddens) e incluso la antropología (Fischer, Jankowiak). Este tipo de amor tampoco es una perversa creación, sino un mecanismo que asegura el funcionamiento de la familia como espacio de reproducción social, ¡pero es la forma dominante del amor en nuestra sociedad!, y a pesar que puede y suele devenir en tóxico incluye también su parte edulcorada, muy unida al consumo de la pujante industria del amor.
Molina afirmaría que estas son elucubraciones del siglo XXI, ajenas en el XIX, lo que no es cierto. Tal vez las categorías no tenían esos nombres, pero la reflexión sobre el amor viene de lejos; cómo no, si la literatura trovadoresca ya lo puso “en letra” en el siglo XII y todo el Romanticismo del XIX “trata” del amor. Las novelas del Romanticismo son buenos ejemplos de las disposiciones sociales sobre el amor que en el XIX se instalaron en Occidente. Por eso no es casual que las novelistas europeas de ese siglo tomaran especial atención a este dispositivo. Ellas y también las escritoras de las nuevas naciones americanas no escribieron manifiestos, sino novelas y poesía en las que tematizaron este y otros temas de la dominación femenina.
Los elementos centrales del amor romántico son el matrimonio y la maternidad como destino femenino, y el modelo burgués de familia como ideal. Además, establece las bases de la subjetividad de los géneros. Zamudio interpela estos preceptos al menos en su novela Íntimas, su cuento Violín y guitarra, sus poemas Loca de hierro, Vanidad, Progreso, y sus ensayos Temas pedagógicos y La misión de la mujer. Su interpelación funciona, “por la contraria”, por el esbozo de alternativas a la norma exponiendo diversos tipos de familia, la maternidad supletoria y distintos tipos de afecto.
Descreído de la interpelación de Zamudio al patriarcado, Molina afirma que mayores datos biográficos de la autora ayudarían a interpretar mejor su pensamiento. Y esta sí me parece una sobreinterpretación porque en un escritor su línea argumentativa hay que buscarla en su obra, no en su vida. La biografía ayuda a alumbrar la obra de un escritor, pero no la explica. Digamos que una biografía nos informa sobre la intención de un autor al escribir un libro, Borges diría: “la intención del autor es una pobre cosa humana”.
Particularmente la obra de las escritoras ha sido sobreinterpretada, precisamente por anteponer sus rasgos biográficos a su obra. Como dije alguna esta sobreinterpretación de la obra de Zamudio ha producido preguntas de antología: ¿escribía así porque era solterona o era solterona porque así escribía?, ¿anunció su seudónimo Soledad su posterior vida o su posterior vida cumplió la sentencia de su seudónimo? Esa superposición, o sobreinterpretación de la biografía sobre la obra ha producido lo que en El pensamiento de Adela Zamudio califico como mito zamudiano.
En cualquier caso, coincido con Molina en que la obra de Zamudio está siendo revisitada, lo que me parece bueno para los lectores, aunque no me explico bien este fenómeno. Para Molina tendría que ver con cierto desarrollo del feminismo, interesante hipótesis que el tiempo probará o no; en tanto, sigamos con el debate, ejercicio placentero como el que más.
Fuente: Letra Siete