05/10/2019 por Marcelo Paz Soldan
Lea y la gambeta corta

Lea y la gambeta corta


Lea y la gambeta corta
Por: Ricardo Bajo

Cuídate de la gambeta corta, Lea. La gambeta corta es la solución rápida, el atajo, el engaño fácil, la viveza criolla, “todo lo que tiene cagado a este país rico en recursos”. Las frases anteriores corresponden a la página 66 de Días detenidos, de Guillermo Ruiz Plaza, la espléndida novela ganadora del Premio Nacional 2018. La última palabra va a ser vértigo. Pero podía haber sido locura, fracaso, miedo, vacío, regreso u olvido.
Lea es “Madame G” en Francia. Es una mujer que huye de un cómodo matrimonio fracasado, de los atentados yihadistas y la extrema derecha; que vuelve a Bolivia para saldar cuentas, para reencontrarse, para salvarse. La obra escrita por un hombre es narrada desde el punto de vista de una mujer, abriendo el debate sobre las peculiaridades de la mal llamada “literatura femenina”. La novela nos habla de la locura de Lea, enfrentada a sí misma, delante de las preguntas inmóviles de la familia; delante de las heridas que laten, sin máscaras; delante del vacío de su vida ciega.
Lea piensa en voz alta, pero no está loca. Lea se va a curar gracias a la irresistible necesidad de escribir. Escribirá para recorrerse, como pedía el poeta belga Henri Michaux. Ella se oculta detrás del humo, pues apenas puede disipar nada más allá de la vaga perplejidad de su regreso. El agujero en su memoria se debe a una contusión, su cerebro (como el tuyo) es un misterio.
Días detenidos está repleta de oscuridades, sabores y olores; del íntimo olor de las mandarinas paceñas; de cuadros enigmáticos como la Madonna, del noruego Edvard Munch; como los Caprichos, del español Goya; como su Disparate matrimonial, una pintura negra que adivinará su tragedia. La novela de Ruiz Plaza se escucha a todo volumen, como en un boliche de Sopocachi en cuyas paredes rebota aún el último clásico del rock boliviano, el angustioso cover de Nirvana (Tourette’s, por ejemplo), la confesión de una enfermedad mental en madrugada etílica y peligrosa, los acordes de una colección de huesos de pájaro (Bone of birds, por ejemplo).
Días detenidos es el retrato de una ciudad alucinada, hormigueante, de paredes pintarrajeadas y jaurías de perros tristes. La Paz ha cambiado, Bolivia ha cambiado. Y Lea se debate entre apostar por Heráclito (el cambio) o jugársela por Parménides (la continuidad). “El Choqueyapu, saturando los aires con pestíferos y crudos olores, nos recuerda nuestra condición humana”. A Lea (al poeta Ruiz Plaza) le hubiese gustado escribir ese demoledor verso de Jaime Saenz (a ti también).
El mejor drama psicológico del año pasado te atrapa y no te suelta, te obliga a devorar vertiginosamente sus últimas páginas, sazonadas todas con voz propia, con emoción poética, la forma que tiene Ruiz Plaza para disfrazar la angustia. “Estamos cercados, las cumbres protectoras de La Paz son también los límites infranqueables de nuestras vidas. Un país entero, resumido en una letra de cumbia, un país colonizado por el alcohol, el embrutecimiento, capaz de indignarse y actuar, capaz de olvidarlo todo con una buena chupa”. Lea entreabre esta puerta condenada. Las marraquetas ya no son lo que eran. Ahora parecen cuñapeses. Lea se sube a las cabinas del teleférico que se deslizan silenciosas como fantasmas venidos del futuro.
Días detenidos es una (gran) novela sobre el tiempo, el regreso, los recuerdos, los fragmentos de una mitología familiar frágil (como la tuya). Y el capítulo 10 es una pequeña joya narrativa. “Solo es del todo ajeno lo que se pierde definitivamente en la memoria”. ¿Cómo hacer del olvido un aliado y no un traidor? ¿Cómo rellenar los vacíos profundos que deja la partida de los seres queridos, del padre muerto? Lea se hace preguntas y olvida. La memoria siempre será infiel, el olvido, sin embargo, es de una lealtad sin fisuras. El olvido, a Lea, le ayuda a sobrevivir. El olvido nos va a terminar por devorar. A ti también.
Guillermo Ruiz Plaza (como Lea) quería ser escritor y ya lo es; quería huir de La Paz y vive cerca de la cuarta ciudad de Francia (Toulouse, “un pueblo de mierda”); quería “llegar hasta la luna” y lo hace con Días detenidos, retrato de una familia con silencios y cenizas (como la tuya), espejo de un país enterrado en la distancia (como el mío).
Fuente: La Ramona