04/22/2019 por Marcelo Paz Soldan
¿Un autor sobrevalorado? A propósito del Coba de Víctor Hugo Viscarra

¿Un autor sobrevalorado? A propósito del Coba de Víctor Hugo Viscarra


¿Un autor sobrevalorado? A propósito del Coba de Víctor Hugo Viscarra
Por: Freddy Zárate

Uno de los textos del mitificado Víctor Hugo Viscarra (1958-2006) lleva el sugestivo título Coba: Lenguaje secreto del hampa boliviana. Este diccionario del hampa y del delito alcanzó tres ediciones –1981, 1991 y 2004–, y circulan distintas versiones piratas. Lo interesante de este libro es la recepción literaria de parte de sus apologistas, un tanto caótica y llena de convencionalismos que lograron encumbrar al “Bukowski boliviano” como el gran intérprete de la barriobajera paceña.
En la década de los años ochenta del siglo pasado, el bohemio escritor Antonio Paredes Candia alentó la publicación del Coba y manifestó en el prólogo a la primera edición: “El joven recopilador Víctor Hugo Viscarra pacientemente ha reunido aproximadamente un millar de voces de este gracioso medio de comunicación que hoy se publica, indudablemente es una contribución al estudio de nuestro habla popular”. Una década después, Waldo Peña Cazas estuvo a cargo del prefacio a la segunda edición, en donde dijo: “Por esas cosas del destino –refiriéndose a Víctor Hugo–, tiene una vivencia que le hace comprender acertadamente el fenómeno porque ha sido su protagonista (…). Viscarra ha vuelto a desterrarse voluntariamente en ese submundo para desentrañar los secretos de su lenguaje”. Peña se pregunta: “¿Quién mejor que él para captar en todos sus matices y profundidad los ritos lingüísticos y la magia de ese universo extraño y desconocido?”. Además, esta edición lleva una breve nota introductoria de parte Viscarra, la cual dice: “Indagaciones realizadas para establecer su origen lingüístico –refiriéndose al Coba– han resultado infructuosas, porque el origen se pierde entre las brumas de la memoria olvidadiza del tiempo, dándose el caso que ni siquiera los delincuentes antiguos poseen referencias que ayuden al investigador a desentrañar la incógnita”. Posteriormente, se presentó una tercera impresión del Coba en el año 2004, en donde Viscarra rememora algunos detalles del diccionario: “Desde el punto de vista histórico, en el mes de agosto de 1981, la Dirección de Investigación Nacional (DIN), pone a circulación, a nivel nacional, El argot de la delincuencia boliviana, cuya ejecución estuvo a cargo del suscrito, siendo el aporte del personal de dicha institución un anexo con palabras de argot de la delincuencia internacional, muchas de las cuales no se conocían en nuestras ciudades”. Curiosamente, el estudio mencionado por Viscarra no coincide con el título publicado por la Dirección Departamental de Investigación Criminal de La Paz: Léxico de la delincuencia. Además el argot de la delincuencia europea (s.f.).
Tras este breve recuento, se puede inferir que tanto sus prologuistas como el propio Viscarra inducen a mostrar a sus incautos lectores que dicho diccionario tiene un aporte “novedoso” en el campo de la lingüística. Además, sus propagandistas y amigos de “chupa” (borrachera) de Víctor Hugo se encargaron en difundir dicho glosario, como si se tratase de una profunda revelación del mundo marginal. Pero, la presunta originalidad de Viscarra puede ser debatida al momento de rastrear la literatura existente sobre este tópico.
En la segunda década del siglo veinte, el jurista Ismael Muñoz (1874-?) publicó el libro intitulado Estudios científicos. Derecho-Legislación-Administración-Universidades (Editorial Gonzales y Medina, La Paz, 1920). El autor en esta investigación –en uno de sus capítulos– explica los distintos tipos de delitos y delincuentes que en esa época la criminología positivista lo denominaba Lunfardos. Para Muñoz, el lunfardo “es un tipo de profesional que comprende todas las especialidades del robo vulgar, ordinario, especialidades que llevan a su vez designaciones particulares indicando la clase de operaciones que comportan”. También el estudio de Muñoz menciona algunos oficios conocidos dentro del lunfardo boliviano: el punguista o carterista; el cuentero o estafador ordinario especializado en el cuento del tío; el escruchante o el ladrón de arrebato que es caracterizado por el uso de la violencia; el ladrón del descuido; el ladrón de madrugada; el campana o cómplice; el burrero, es decir, el ladrón furtivo cuya particularidad consistía en saquear los cajones de mostradores de los pequeños comercios.
Con respecto a los panópticos, el autor de Estudios científicos –siguiendo al criminólogo italiano Enrico Ferri– manifestó que estas son escuelas de los lunfardos: “Es un medio de subsistencia cómoda y gratuita que aclimata al delincuente al medio criminal (…). El lunfardo se aprende entre nosotros por imitación (…). Poseyendo esa facultad, podría quizá ir adquiriendo todas las especialidades del oficio, pero su limitación mental le impide poder salir de su fórmula dada. Así rara vez el lunfardo podrá cambiar de especialidad; desde que se hace ladrón, se radica definitivamente en un gremio, estereotipándose como un autómata. Por otro lado, la cárcel es, no solo la escuela del lunfardo, sino a veces su medio habitual: allí pasa por lo menos la mitad de su vida, sea procesado o condenado”.
En relación a la morada de los delincuentes, el jurisconsulto Ismael Muñoz indica que estas eran conocidas con el nombre de “bajo fondo social”, caracterizado por tener “elementos residuarios de toda especie y de todo origen, allí reunidos por el vicio y la miseria”. El creciente grado de delincuencia y las limitaciones de la policía fue intuido tempranamente por Muñoz, al respecto señala algunos vacíos legales al momento de detener a los delincuentes: “No sabemos si están inscritos en sus registros fotográficos o prontuarios (…). Conociéndolos se los persigue en los parajes públicos donde ellos actúan, usando de medios represivos que son completamente arbitrarios; al efecto, donde quiera que se los encuentre se los arresta, inculpándoles cualquier contravención vulgar, ebriedad, escándalo, porte de armas, y bajo este pretexto, puramente simulado, se los mantiene en sus prisiones durante el tiempo que prescriben los reglamentos policiales”.
En otro punto de la investigación, Muñoz hace referencia a la mentalidad del lunfardo, caracterizada por ser “vicioso, pródigo e imprevisor, pasa alternativamente de la abundancia de un día, a la miseria del día siguiente; feliz en la orgía, sufre de hambre habitualmente; un día se nutre a saciarse, mientras que al día siguiente le faltan los elementos indispensables para su subsistencia (…). El lunfardo carece en absoluto de las más elementales nociones de sentido empresarial; todo lo que roba lo negocia a vil precio, sin fijarse en el monto (…). Negociado el robo, la gran preocupación del lunfardo es gastar su dinero; lo invierte en el día mismo si es posible, lo dilapida ciegamente, no por generosidad sino simplemente por falta de conocimiento de su valor. La previsión le es totalmente desconocida”. El principal gasto económico que realizan los delincuentes en su vida cotidiana es la compra de alcohol, “bebida que lo pone generalmente triste y le embarca su actividad, porque la embriaguez del ladrón es la de un imbécil, desprovista de sugestiones impulsivas o de afectiva locuacidad (…). Entre ellos, hay un aforismo que expresa claramente el peligro en que incurren en este estado: el alcohol ata las manos y suelta la lengua”.
Décadas después, el catedrático de Criminología y Ciencias Penales, Huáscar Cajías Kauffmann (1921-1996) hizo circular su trabajo referido al Vocabulario coba (Impreso en el Centro Audiovisual Usom, La Paz, s.f.). Cabe resaltar que la labor del criminólogo fue ordenar el material existente de la lingüística delincuencial, esto para facilitar a los asistentes del VII Cursillo de Criminología y Procedimiento Criminal para Carabineros y Personal Civil auspiciada por la División de Seguridad Pública del Punto IV en Bolivia.
Seguidamente, el Capitán de Carabineros Adalid Delgadillo publicó el folleto El hampa en Bolivia (1959). Dicha indagación tiene un carácter compilatorio a lo largo de doce años de experiencia en la Policía Boliviana: “Creo que especialmente el argot, que emplean los delincuentes servirá como elemento de consulta para el sociólogo, para el lingüista y para el penalista y hasta el folklorista de América. Se podrá ver, en el vocabulario, no sólo lo que podríamos llamar aportes originales de los hampones bolivianos –con fondos idiomáticos, aymara o quechua– sino cuales son los elementos foráneos, que es lo que debe conocer todo policía”. Posteriormente, apareció una segunda edición corregida y ampliada en el año de 1967. Continuando la labor de sus antecesores, Fernando Pinaya bajo la dirección de la investigadora Julia Elena Fortún publicó una monografía referente al Coba en la ciudad de La Paz (Revista de Archivos del Folklore Boliviano, N° 2, Editorial Novedades, La Paz 1966).
Por ese tiempo, los esposos Nicolás Fernández Naranjo y Dora Gómez de Fernández aportaron innovaciones léxicas en el Diccionario de bolivianismos (1967). Los autores consideraron necesario incorporar a su diccionario el lenguaje coba por estar inmerso en el habla popular de los bolivianos; para este propósito utilizaron como fuente principal los trabajos de Cajías, Delgadillo, Pinaya y Fortún.
Quince años después, el ingeniero geólogo y jurista Jorge Muñoz Reyes (1904-1984) en colaboración de Isabel Muñoz Reyes dieron a conocer el Diccionario de bolivianismos y semántica boliviana (1982); en el cual incluyeron el lenguaje coba como parte del “habla popular oculto de los bolivianos”. En suma, se puede indicar el trabajo realizado por el Instituto Boliviano de Lexicografía y otros estudios lingüísticos (IBLEL), que logró publicar el Diccionario Coba (1998). El equipo de dicha institución –a la cabeza de su director Carlos Coello Villa– tiene el mérito de haber recogido y ordenado el copioso material disperso sobre el léxico coba.
Estos testimonios, ponen en el tapete de la discusión la presunta originalidad atribuida ciegamente a Viscarra. Esta sobrevaloración retórica no es nada gratuita por contener visiones fanáticas y distorsionadas, que al final se convierten en dogmas corrosivas que borran de la memoria colectiva el legado cultural de generaciones pasadas.
Fuente: La Ramona