La poesía te está extorsionando
Del dicho al hecho poético
Gabriel Salinas
El hecho poético debe ser polimórficamente intuido o definido según cada sensibilidad, yo echaré mano de algunos recursos teóricos para intentar atisbar una argumentación atractiva sobre el tema.
Siguiendo la propuesta teórica de Roman Jakobson sobre las funciones del lenguaje, Umberto Eco en su “Tratado de semiótica general”, se sirve de la idea de la “Función poética”, para explicar que esta se compone por aquellos signos de carácter ambiguo y autoreferenciales, los cuales llaman la atención sobre su forma antes que por su contenido. Esto define al signo poético o estético para Eco. Cómo se logra la ambigüedad y la autoreferencialidad en el signo, procede, continua Eco, de una remoción en la relación estandarizada del significado y significante en el habla cotidiana, para que en este caso ocurra una quebrazón en la que ambos elementos del signo sufran una alteración en el modo convencional en que se los utiliza y asocia, o sea, a un desliz en el uso de un significante, procede un corrimiento de sentido en el significado, por ejemplo decir -su encanto residía en lo bello de ser fea-, ejemplifica el uso irregular de los signos que se contradicen sin llegar a ser incoherentes, para lograr un efecto que sobresale ante el lector, no por lo que comunica, si no, por como se dice, o sea la forma, que es ambigua y autoreflexiva, en tanto obliga al lector a volver al mensaje para interpretarlo.
Este apresurado repaso por la teoría semiótica pretende dar luces sobre la cuestión del hecho poético, en tanto se precisa el origen de lo poético en términos teóricos que discurren en explicar ese fenómeno expresivo, pivote de la subjetividad, que se apropia del lenguaje para usarlo creativamente. Y es precisamente esa acción libre de modelar con el lenguaje una expresión única, la que creo, debe entenderse como el hecho poético.
Pero no debe olvidarse que ese libre y subjetivo hecho, se encuentra en medio de la tensión entre el querer decir y el poder decir, que señala Julia Kristeva en su volumen sobre “Semiotica N°2 ”, refiriéndose al limitado poder enunciativo de la verdad que adolece el lenguaje, algo con lo que Heidegger no estaría de acuerdo, porque para él filosofo, la verdad reside precisamente en la obra de arte producto de ese hecho poético germinal que es la lucha entre el “mundo” y la “tierra” de la obra, donde el “mundo” se muestra o se abre a sí mismo, mientras que la “tierra” se oculta o se cierra a sí misma en los términos dialecticos de Heidegger. Pero de ningún modo con este planteamiento, se quiere eludir la enriquecedora tensión que enfoca Kristeva, si no, complementar que el hecho artístico en tanto acción verdadera, como dice Heidegger producto de una lucha entre sus elementos, dice más de lo que se propone, como recuerda Benedetto Croce en su “Breviario di estética”.
“Cada representación artística es, en sí misma, el universo, el universo en aquella forma individual, aquella forma individual como el universo.
Territorios poéticos: voces de mujeres poetas de Bolivia
Jessica Freudenthal Ovando
¿Cómo concibes la poesía cómo acto creativo?, ¿qué es el hecho poético? Me pregunta Alex Aillón con el puño en la letra y viceversa. Son insuperables los versos de Sor Juana Inés de la Cruz para responder estas preguntas:
¿De qué le sirve al ingenio/de producir muchos partos, si a la multitud se sigue/el malogro abortarlos?
Escribir es, para mí algo inquietante, extraño y casi siniestro (unheimlich: Freud, Schellin) un acto cuasi monstruoso (lo que debería permanecer oculto, pero ha salido a la luz). Es también un acto de insurrección, de sublevación y conjuración. Es una de las posibilidades de tener más que una habitación propia “una voz propia”: pensamiento, subjetividad, objetividad, cuerpo, alma…
Dice Sharon Olds: “Esta criatura del poema puede ensamblarse a sí misma en un ser con su propia fuerza centrífuga.”. Pero dice también “Estuve tan asustada de no ser capaz de hacer bien este trabajo. Y el tiempo nunca volvió.” En el claustro o en la célula de la vida matrimonial las mujeres nos hacemos un espacio para la poesía, pero también hacemos espacios con la poesía, creamos esos -no- lugares: las ciudades-nido y los huecos en el jardín de Nora (Blanca Wietüchter); mares de cenizas y lágrimas (Yolanda Bedregal), Adela Zamudio con “Nacer Hombre”, pasamos del espacio íntimo del hogar al espacio político en un solo texto:
Una mujer superior/ En elecciones no vota, / Y vota el pillo peor. / (Permitidme que me asombre)./ Con tal que aprenda a firmar/ Puede votar un idiota,/ Porque es hombre!
Seguimos con los espacios de la enfermedad de Annabel Gutierrez, los de la muerte en el trabajo de Mónica Velásquez, las perturbadoras zonas de la infancia traumática en Milenka Torrico, la ironía de la ciudad y los “lugares comunes” de Hilda Mundy:
“No se concibe la creación del mundo sino en un match de “foot ball”.
Como hemos visto, en la poesía boliviana escrita por mujeres, estas criaturas poéticas articulan en zonas únicas y particulares, mundos poéticos. Ese es el hecho poético: una criatura o un mundo im-posible; sea profundo como el mar, vacío como un hueco, o fundado en el absurdo de un partido de balónpie.
De esta manera, el acto poético hace visible lo que “debió permanecer oculto”. La poesía parece “familiar”, porque está hecha de palabras, pero al decir de Olds responde a su propia fuerza centrífuga, y sus creaciones, por más guiadas por la voluntad de la autora o autor, tiene siempre algo de ominoso e inquietante. La lista de poetas, y su obra, que he mencionado, lo comprueban. Cada una crea su propio territorio,
En mi experiencia, repito, el hecho poético es inquietante. Temáticas y formas siempre varían. El lenguaje es una materia infinita, siempre a disposición de ser explorado, siempre extraño y familiar a la vez (uncanny). Ahora escribo sobre maternidad y ciencia ficción, aquí un botón:
La cama es el único espacio que habito/ soy un desierto de leche/ un tajo a medio zurcir/ todos los remiendos de Mary Shelley.
El poema como una partida
Juan Malebrán
Supongo que la relación con el poema cambia a medida que se avanza (?¿) que se envejece. Que adquiere otros matices la cuestión errática, divagatoria e irresuelta propia de este asunto. Y aparece un gusto distinto. Porque —pienso— hay goce en la escritura. En la mirada previa, en prestar y en prestarse oreja y, luego, en el uso —en los usos— de la palabra. Entonces, la choreza inicial se desplaza hacia otros sectores. Intenta nuevas cosas, repite otras. Entiende la importancia del movimiento. Y no estoy seguro si la idea de entender algo pueda utilizarse en este caso. De todos modos, no hay manual y tampoco debería haber uniforme ni bandera alguna. Aunque resulte indudable que existen geografías afines entre sí. Qué se yo. El desierto de Gobi y el de Atacama como tales remiten a lugares yermos, calurosos y hasta equivalentes, cuando en el fondo sabemos que se parecen bien poco. Creo que hay una alarma particular que se dispara después de haberse puesto a prueba, de haber estado midiéndose con qué. Como sea, últimamente, me gusta pensar el poema como una partida de jenga en la que me divierto montando y retirando piezas sin prisa, ni agobio y en silencio.
La poesía como oráculo
Micaela Mendoza
Concibo al “hecho poético” como un proceso de sublimación de los sentidos que llega a su climax mediante una obra fáctica y tangible en la que sigue repercutiendo la sinestesia inicial pero es extendida hacia afuera mediante el espejo del lenguaje.
Es una especie de subversión creativa que reproyecta sus “inspiraciones” y las dilata poniéndoles estética y forma mediante la palabra que sostiene su naturaleza sensitiva.
En este sentido, la poesía hace fotosíntesis con la vida misma y puede llegar a transformar el viaje de videncia de la psique en la catarsis de los territorios ocultos de una forma muy esencial, tal como en un laboratorio alquímico.
De igual manera al “crear” se incurre en una profunda extracción, como si existiera una vertiente incontenible que al llegar al papel vuelca su condición de opresión y empieza a elaborar imágenes y sonidos que la emancipan y le dan un lugar de fluidez desde la voz poética (como si se hubieran abierto las jaulas a las aves que sobrevolaron la creación del universo).
La composición poética se derrama entonces como oráculo y a la vez instrumento de insurgencia.
POESÍA, ¿un plato lleno de azúcar?
César Antezana Lima
A veces consideramos que la poesía, toda la poesía (con ese tono universalista que a menudo usan los vencedores), fuera invento del mundo occidental o hija del estado moderno. Cuando su pluralidad, de acuerdo con la pluralidad misma de las culturas, sus tiempos y sus geografías, constituye una de sus principales cualidades.
Podemos considerar a la poesía como una palabra sagrada o como un gesto irreverente; como un signo que salva al mundo o una grafía que sólo lo ensucia, no importa, porque aun así, quizás no estaríamos del todo equivocadxs. La poesía está cercana a la plurivocidad, a la multiplicidad, a la complejidad, al movimiento. Sobre todo, al movimiento.
Esta indispensable comprensión de la gran diversidad de posibilidades de que podemos contar para acercarnos al hecho poético, la ejemplifican de alguna manera Octavio Paz y Witold Gombrowickz, contrapuestos por un instante en este escenario. Solemne el primero, casi clawnesco el segundo, ambos nos prestan dos distintas formas de entender la poesía. O de valorarla. O de acercarse a ella. O…
Paz considera la poesía como la selección de una serie de instrumentos que sirven para darle forma al mundo, para darnos forma a nosotros mismos. Él construye su palabra a partir de un origen hermoso y mítico -el pasado azteca-, que se transforma pero que no desparece. Basta leer Piedra de sol y llorar por la belleza que construye, que descubre, que reinventa. Nuestro propio ritmo armonizado con el ritmo del cosmos y la propia historia: eso era el poema, esa su respiración, su tiempo y lo que podía dar a luz.
Para Gombrowicz en cambio, la poesía sólo es digerible a sorbos pequeños. Porque un libro de poesía sería como un plato lleno de azúcar. A todos nos gusta el azúcar en el café, dice, pero nos sentiríamos asqueados frente a un enorme plato lleno de azúcar por engullir. Ese es Witold.
Las posibilidades de comprensión de la poesía nos exceden y nos excederán siempre, pero nos divertimos tanteando sus bordes difusos, sus afiladas fronteras, sus caprichos, que entre juego y juego nos alejan de los fundamentalismos y sus terribles consecuencias. Quizás, en algunos momentos, en días como éste, un poco de silencio sea imprescindible, como recomendaba a menudo Virginia Ayllón.
Para finalizar esta treta, recuerden a Pamuk: somos deistas porque somos pobres. Entonces digo yo, a estas alturas y con el cenicero repleto: somos poetas porque somos minusválidxs. Entonces el ateísmo sería… Bueno, ustedes me entienden.
La magia del primer momento
Milenka Torrico
En todas las cosmogonías es posible reconocer un momento de oscuridad y caos que mágicamente se ilumina y ordena, y creo que no hay mejor forma de aludir al hecho poético que teniendo esa imagen en mente. Cuando Diotima le habla a Sócrates sobre el amor, define la poesía como la causa que hace que algo pase de no-ser a ser, comprender esta afirmación no es un reto mayor pues, dentro de lo obvio, resulta fácil acudir a la etimología de poesía (poiesis) para asociar estos términos a la creación. Sin embargo, hay algo que, en definitiva, se nos escapa y tiene que ver con esa “causa” que da lugar a la transformación, esa “magia” del primer momento.
Es usual que a quien escribe poesía se le pregunte por la inspiración y es usual también pensar en la ingenuidad de quien hace la pregunta. No hay algo que inspire; de haberlo, seguro que el poeta le procuraría un altar en su casa o generaría las condiciones (artificialmente) para que ese algo inspirador acontezca una y otra vez. Entonces, muertas las musas y desacralizado el poeta, todavía ese momento en que ocurre la poesía y el poema cobra forma existe. Lo difícil es intentar hablar de las circunstancias porque no tiene tanto que ver con la persona como con el poema, con esto quiero decir que a cada poema le corresponde un “hecho poético”, y ese podría ser un campo de investigación un tanto esotérico.
Aunque hay muchas biografías en las que se habla del momento especial en que alguien entra a su gabinate y se dispone a escribir o se acoge en un atardecer marino mientras apunta en su libreta, considero que el poema está más allá de la ceremonia porque tiene que ver con una energía lúcida particular que te permite mirar con simpleza aquello que (el resto del tiempo) parece estar enterrado bajo kilos de carbón y te permite hacer asociaciones a través de una suerte de manipulación del lenguaje, para que signifique de varias maneras y para que logre proyecciones. Esto supone que, después del nacimiento del poema, también ocurre poesía. Las imágenes certeras (inefables en su perfección cuando uno quiere explicarlas) que recibe quien las lee son otro momento de creación. “¿No ves la herida que tengo/desde el pecho a la garganta?/—Trescientas rosas morenas/lleva tu pechera blanca” escribe Lorca y, me pregunto, si alguien no es capaz de ver efectivamente las manchas onduladas de sangre seca en la camisa de ese hombre. En eso está el éxito del poema, en esa capacidad de seguir reproduciendo el hecho poético.
Todavía está pendiente preguntarse por esa energía lúcida, que también es causa y es magia. Muchas veces el poema está ocurriendo en mi cabeza en medio de una reunión de trabajo o de una noche de fiesta y, luego, todas esas palabras reunidas no significan nada cuando al fin logro anotarlas, algo se ha ido aunque sea capaz de recordar el “texto”completo. Hasta hoy no encuentro una forma de explicar este fracaso, pero vuelvo al Génesis para aventurar un paralelismo que nos acerque: si bien Dios dijo “hágase la luz” esa luz no significó nada hasta que el primer humano lo llamó “sol”. Eso pasa con el poeta y el poema, son tales en la medida en que son capaces de nombrar, de remitirnos a la realidad de esa “luz”. No tengo mejor modo de contar la experiencia de crear (siempre ligada a la desaparición y a las huellas) que esta conjunción entre lo instantáneo y lo fugaz de estos versos de Basho: “Este mismo paisaje; / oye el canto/ y ve la muerte de la cigarra”.
Fuente: Puño y Letra