Sergio Gareca: ‘Oruro es mi comala, mi macondo’7
Por: Miguel Vargas
El arte de Sergio Gareca no conoce de limitaciones: si la poesía es su pulsar primigenio, juega también a la narrativa y experimenta en el cine. Y como buen danzarín de diablada, tiene al Carnaval haciendo su recorrido por las venas. Porque Gareca es Oruro y Oruro es Gareca.
— Romances, lenguaje coloquial y salchipapas… ¿En qué mundos transita su poesía?
Mi buen amigo, el pintor Wálter Saravia, le llamó postindigenismo; el alemán porteño, Timo Berger, en su reciente llegada a Bolivia le puso, no solo a mis poemas sino a los poemas de algunos otros, “indígeno-futurismo”, yo, por puro platillazo le puse “chojcho punk”. Pero no sabemos al final. Lo que es cierto es que ese planeta, ese estado mental de origen, no es otra cosa que Oruro.
— También es notoria en su obra una preocupación por el lenguaje, ¿cómo aborda la poesía desde la identidad?
Creo que los paradigmas más importantes de la bolivianidad tienen que ver con tres cosas: la búsqueda de la identidad nacional, el mestizaje cultural y, por último, la pluriculturalidad. Ahora nos enfrentamos a la decadencia del último paradigma, la pérdida del discurso de quienes como en toda nuestra historia dicen una cosa y hacen otra, entonces la pluriculturalidad, la inclusión y otras vainas pierden su sentido cuando son pretexto para justificar las viejas prácticas de la política.
Esto influye definitivamente en el arte. El paradigma de los siguientes 20 años recién está por nacer. Creo que inmerecidamente, nuestra generación, intrascendente, está destinada a fabricar la semilla transgénica de ese futuro.
— Ha trabajado la poesía y la narrativa: ¿qué lo lleva a elegir una sobre la otra?
Quisiera decir que soy soltero y hago lo que quiero, pero lastimosamente no. En poesía siempre he escrito por necesidad y es gracias a ciertas influencias que he podido emprender un camino de experimentación. Poesía visual y ese “chojchopunk”, que ya mencioné. Como alguna vez les dije a los amigos, pones a Teillier y Hector Bord en una licuadora y el resultado es lo que yo escribo. En el caso del único libro de cuentos que tengo quería hacer una experimentación, no tanto cuentos sino guías de narración oral, con cuentos del futuro. Tramas que fueran fantasiosas y fáciles de memorizar para que puedan contarse como un chiste en los bares. Eso quería. Y ahí Oruro tiene mucho que ver.
— El Carnaval es vital para el imaginario orureño. Como diablo de corazón, ¿cómo marca éste el ritmo de su arte?
Oruro es un estado mental. Nuestra estructura social es algo particular. La poesía es siempre mucha realidad. Cuando tenía 15 años llegaron a mí tres cosas que han definido mi vida: la diablada, la poesía y la música. Me es muy difícil entender la realidad fuera de esas primeras fuerzas. En mi libro de cuentos tenía una mala intención y era, también, un sismo para mover la orureñidad desde una mirada caótica del futuro. Oruro es pues mi Comala, mi Macondo.
— Su trabajo artístico pasó también hacia la gestión cultural. ¿Por qué?
Ha sido a la fuerza. Yo quería hacer cosas. Y al final se hacen, pero a veces las cosas que uno desea pasan por oficinas. Desde la secretaria de los sueños, hasta la secretaria de la cruda realidad. Me han dado muchísimos portazos en la cara, pero ya me he vuelto cuerudo. Y seguimos adelante. De esa manera nos hemos agrupado muchas veces, con el colectivo Perro Petardos o el Consejo de Culturas. No sé si será una tozudez mía, pero creo nomás también en un espectro reivindicativo del arte para sí mismo. Aunque sepa que es más fácil que los artistas se unan para la legalización de la marihuana antes que la Ley de Culturas. Me lo tomo personal también y ahí ponemos el hombro y la opinión.
— También ha incursionado en el cine y se viene una película para estrenar este año. ¿En qué consiste el proyecto?
Hace unos años hemos producido, junto a Daniel Rodas, una película casera llamada Narconovia. Desde entonces se quedó un virus pendiente y, ya habiendo consolidado el colectivo estos nueve años, decidimos retomar el cine. Evaluamos varias propuestas y al final nos quedamos con mi cuento Marcha de Órdenes, porque las condiciones de producción eran las más favorables. El cuento es una reescritura del relato de la diablada. Está llena de humor negro. Uno puede decir: estos orureños en eso nomás piensan. Y es verdad, pero la película tiene que ver definitivamente con temas universales, incógnitas de la psiquis humana, y cómo se verá en su estreno en marzo, hay muy poca mascarada, y es una óptica muy lejana del folklorismo.
— ¿Cómo percibe que se ve el arte orureño en el país?
La mayoría de la gente no cae en cuenta, pero es parte de un plan malévolo y secreto que tenemos de dominar el mundo.
— ¿Cuál es el desafío cultural que tiene Oruro para el futuro?
Estamos trabajando en la ley regional de inversión cultural y esta vez no vamos a soltar la rienda. Y luego, desde luego, obligar a rusos, chinos y etc. a bailar diablada.
Fuente: Tendencias
02/14/2019 por Marcelo Paz Soldan