Sara Chura, esa tejedora de filigranas
Por: Christian Vera
(Este texto fue originalmente publicado en el suplemento “Salamandra” del Semanario Pulso, el 23 de enero del 2004.)
¿Dónde estás? -pregunta el cadáver que respira-. ¿Quién buscará a Sara Chura? Aquí estoy, responderá ella desde la oscuridad y sacará un textil antiguo de un baúl guardado en el corral. En el centro estarán tejidas veintitrés vidas, formando figuras, mostrando que nosotros las personas seremos el textil ancestral que cubrirá el mundo el día en que Sara Chura despierte.
Juan Pablo Piñeiro
Cuando Sara Chura despierte
Juan Pablo Piñeiro sorprende gratamente con su primer trabajo ficcional, su opera prima Cuando Sara Chura despierte. A continuación, a modo de mosaicos, se jugará con los poderes ficcionales que esta novela ofrece. Con ese afán, este texto no pretende articular líneas definitivas de lectura ni esbozar, a modo de guía turística, un camino floreado para el cómodo lector.
Lo que busca es subrayar y compartir el acto lúdico de la lectura y, en especial, la lectura de una novela impregnada de una voz capaz de codificar en una extensa metáfora femenina nuestra irreverente complejidad.
Sara Chura, como esas ciudades femeninas de Italo Calvino, talla con sutileza un conjunto de hilos, de filigranas, de sentidos, hasta configurar el tejido poliédrico de lo ficcional. Sara Chura es un todo, una entidad femenina y polleruda que cubre con rasgos suyos y con mank’anchas las luces tenues de una ciudad que bordea y se alimenta del abismo vertiginoso que nace de lo aymara.
Sara Chura construye el tejido de su escritura desde la base de otras voces. De entrada, aparece el íncipit onírico de La metamorfosis, de Kafka; el conflicto ficcional de Gobrowicz sobre la eterna representación del cuerpo en el escenario del lenguaje. La huella de Dante también se manifiesta (“A mitad del camino de la vida / en una selva oscura me encontraba / porque mi ruta había extraviado”) en La Selva Oscura, el boliche donde se resguarda y cobija Sara Chura.
En ese mismo bar se encuentra un marinero que cuenta historias detrás de una vela, parafraseando imágenes sublimes de Moby Dick de Melville. En el Falsoafán se puede leer un homenaje a Roberto Arlt y a sus inventores conspirativos, charlatanes, falsificadores que se burlan de un mundo tecnócrata y solemne.
Asimismo, don Quijote y su escudero Sancho, la pareja sobre la cual se construye la eterna ficción tiene una imagen especular: Falsoafán y Puntocom. Las huellas de Santiago de Machaca de Jaime Saenz se ven en cada paso que da el cadáver que respira. En el detective paxp’aku, César Amato, se esboza, desde la parodia, la tradición de la novela negra americana. Aparecen los proyectos ficcionales de Ricardo Piglia, sobre todo, en el afán por duplicar la ciudad en una pequeña maqueta (ahí está el Pequeño proyecto de una ciudad futura, ese proyecto utópico pigliano) y la sombra de Hamlet, en los conflictos existenciales que trasparenta la familia de Juan Chusa Pankataya. “Preferiría no hacerlo”, dice Bartleby, “Mañana nomás”, repite Juan, los dos copistas y tinterillos que dan vida a los meandros de la burocracia estatal. En cada oración, detrás de la estructura de cada párrafo, se sueltan guiños a la inmensidad del tejido de Macha, de Pocoata, de Calcha. Las estruendosas bandas de boleros de caballería resuenan hasta configurar una multiplicidad de voces y huellas que transitan sobre los palimpsestos fantasmales de la ficción de Sara Chura.
Bajo la rigurosidad ostentosa del baile de morenos, Sara Chura configura una coreografía de múltiples sentidos. En ese ambiente cadencioso, ella teje la escritura y se convierte en el pre-texto para hilar una ficción de lanas sutiles. Sara Chura, como una resaca incandescente, desfila su majestuosidad por las calles paceñas, bajo el manto onírico que trama la narración. Ella es el poder de evocar un todo.
Fuente: Letra Siete